Un breve laberinto según Andrea Arismendi

Texto leído por Andrea Arismendi Miraballes en la presentación de A través de un breve laberinto:
El libro comienza con un epígrafe de Rafael Sánchez Ferlosio que resume la postura poética, o mejor, el fundamento poiético que se sostiene en la producción, en la fabricación del discurso en términos aristotélicos, antes que en la atención sobre los resultados: A mí lo que me gusta es tejer, no hacer jerséis. Esta cita constituye una declaración de principios en la que se prioriza la imaginación y el posterior proceso de su transformación  en escritura. “Tejer” es elaborar la trama, es la arquitectura del asunto, que puede ser reducido, breve como se adelanta en el título, en cuanto a extensión argumental, pero que no por eso pierde en intensidad o es insuficiente. Por medio de ese procedimiento, propio de la escritura que atraviesa todo este libro, Pablo nos instala en el laberinto conformado por los relatos que integran el libro. Muchos inician in media res, ubicándonos directamente en la acción; son relatos que buscan profundizar en la circunstancia que atraviesan sus personajes, prescindiendo de datos accesorios que resultarían innecesarios o de información excesiva, si pensamos que lo que importa es el acontecimiento y su impacto. Son 51 relatos, microrrelatos, que componen el “breve laberinto”, cada uno de ellos con sus encrucijadas y tensiones. Es un laberinto sin muros, ni puertas, ni escaleras o galerías, pero que está hecho, como dice Borges en el cuento El Hacedor, para confundir a los hombres y, en este caso, son ficciones que por momentos interpelan al lector para que aporte otro nivel de significado a la lectura (como me ocurrió con Las garras del tigre, que apenas tiene tres oraciones). Estas microficciones, como las denomina Pablo, están caracterizadas por la precisión, condición sine qua non para que surtan efecto: el lenguaje justo, las imágenes a veces insólitas, raras o fantásticas y el argumento conciso.

En algunos casos el lenguaje se asemeja más al de la lírica, ventaja del microrrelato, género híbrido que permite esta libertad, como en Magia en las yemas, en el que se expresa una sensación provocada en el cuerpo de una bailarina por el sutil roce de la yema de un dedo, que a su vez, aparece personificada y desconectada del cuerpo que la posee: “la yema del dedo, que apenas lo puede creer”.

Otros relatos se emparentan con la reflexión, una especie de microensayo, como es el caso de La sabiduría del Golem, que es una especulación, una consideración sobre lo que representa este ser presente en la tradición, en la leyenda y en algunas novelas. La sabiduría del Golem plantea una paradoja sobre la vida y la muerte junto a una clave que se encuentra en la mitología bíblica: la alusión al poder mágico de las palabras.

Por su brevedad, podemos citarlo íntegramente:

Si fuera cierto que la estupidez y la inteligencia son relativas, y que para colmo viven interrelacionadas en la mente de cada uno, el mayor ejemplo de ello lo representaría el Golem, quien, en su ignorancia rayana en la más absoluta idiotez, supo perfectamente aquello que la mayor parte de las grandes mentes de la Humanidad ignoran: que una sola palabra, incluso una sola letra, puede cambiarte el mundo. O mejor dicho, borrártelo.

 

Una piedra estrecha de miras es otro de los relatos que llama especialmente la atención. Es uno de los dos en los que no hay narrador en primera persona. No hay un yo que esté hablando de lo que le ocurre o de lo que puede testimoniar. Es una descripción de la personalidad, voluntad y capacidades de una piedra. El recurso retórico se denomina Prosopopeya, porque se le adjudican cualidades propias de los seres animados a algo que, en este particular caso, no es una entidad viva: “Es una piedra que mete mucho huevo y entiende poco. Sin saberlo, destila agresividad y se viene al humo al menor movimiento (…) es una piedra mala y por eso nadie se le acerca. Es el clásico matón de la cuadra (…)” Es una piedra que, aunque sea “estrecha de miras”, como destaca el título, conoce su fortaleza y su potencial. Esta figura literaria (la prosopopeya) aparece en otro relato de evocación bíblica: Enroque en el árbol, en el que una gran serpiente anuncia algo al protagonista, habla, en forma muy enigmática, augurando un final terrible.

Decía que hay al menos tres dimensiones del microrrelato las que Pablo explora con un muy cuidado estilo. Tal vez porque ya tiene la experiencia de libros anteriores de microficción, como La vida amorosa de Telonius Monk. En este nuevo libro ha logrado integrar los géneros (o subgéneros) y construir un lenguaje sugerente, que a veces oculta información, o que es elíptico o pasa directo al asunto, sin preámbulos. Es un libro que integra otros discursos, como el alegórico, tan propio de las grandes obras literarias, pero acompañado con el humor, como en Quincuagésimo ensayo, en el que una ficción alegórica apocalíptica se trasmuta en realidad, cobrando otro significado. A este también lo podemos citar íntegramente:


Quincuagésimo ensayo

Tomé el librito de la mano del ángel

y lo devoré

Apocalipsis 10:10

Me lo llevé a la boca. Mastiqué despacio. Sentí el crujido lento entre los dientes, la saliva espesa envolviéndolo, las narinas súbitamente expandidas por el aroma empalagoso de la miel. No había terminado cuando la primera puntada de amargor me atravesó el estómago. Me llevé la mano al vientre, doblado como el rayo por el múltiple estertor y golpeé la mesa con rabia, desesperado por la explosión en el abdomen; me levanté rápido para ir al baño. No hay caso, no hay manera de hacer digerible este libro. No sé cómo voy a decírselo al Señor.

 

Me detengo brevemente en el uso particular que hace Pablo del lenguaje coloquial porque creo intuir un camino que ha explorado en varias narraciones previas y que en este libro aprovecha en muchas ocasiones, casi como recurso estilístico propio: “no mascaba vidrio”, “no digas pavadas”, “el chingui chingui de la batería”, “en la rural se arman lindas tenidas”, “una bruta piedra”. Los coloquialismos por momentos interfieren desde el propio discurso del narrador, involucrando a quien en términos teóricos se denomina “narratario”.

En estos relatos a veces no ocurre nada, excepto una percepción, una sensación, sea porque el argumento es prácticamente inexistente y lo que importa es la circunstancia, sea porque es solamente lo sensible el elemento central. Otras veces, el narrador corrige el rumbo argumental y resuelve la situación de manera insólita, inesperada, o por momentos, parece perderse en el eje de su propio discurso (por ejemplo, en La tercera torre). Ahí el narrador corrige el enfoque porque había tomado otra vía, otro rumbo narrativo que no era el original. Este es un libro que combina, en 126 páginas, el humor con el absurdo, lo legendario con lo novedoso, lo raro, monstruoso o fétido con la belleza.

Está presente la indiferencia -muy uruguaya- en ese cuento de ciencia ficción con paisanos que es La tercera torre, donde el hecho asombroso es la aparición de una nave espacial y en lugar de estar expectantes ante la posibilidad del contacto con lo desconocido, los paisanos comienzan a aburrirse rápidamente. Otro relato que combina lo terrible del crimen con la coquetería del sicario, que emplea horas en el cuidado de su aspecto físico, es Sobre lociones y zapatos, que también podemos citar íntegramente, porque tiene una extensión de dos párrafos:


Sobre lociones y zapatos

A ver si me explico, el terror a padecer el más mínimo daño en sus cuerpos explica el uso exagerado de armas, así como la saña con que las utilizan

en cada raid. Aunque suene contradictorio, este ejercicio de la violencia trae aparejado un cuidado obsesivo por la integridad física. Por eso se ven en estos profesionales de la matanza conductas que sorprenden; he presenciado cómo los más duros se concentran durante horas en el cepillado de uñas para quitarse el olor a pólvora. Todos poseen dedos de manicura, se bañan y perfuman con una constancia de señoritas de internado. Llegan a entablar diálogos inverosímiles, casi femeninos, a la hora de intercambiar consejos y comentarios sobre el uso de corbatas, lociones y zapatos. Su aspecto siempre es exquisito.

Este esmero funciona como el correlato necesario a la ferocidad que despliegan en sus misiones: matan con la misma intensidad con la que temen morir.

 

Hay una cantidad de aspectos para desarrollar, incluso con respecto al canon literario y a la ruptura de este, pero corremos el riesgo de que el análisis sea más extenso que el propio libro. Lo que sí quiero señalar es que es un libro donde el autor, sin duda, reafirma su talento como constructor de relatos, su originalidad en la elección de temas, utilizando un lenguaje pulido y propio. Cuando leí este libro lo hice con la voz de Pablo (en mi cabeza). Algunos relatos los fui leyendo en voz alta, pero siempre estaba la de Pablo en el fluir de las palabras. Creo que esto es importantísimo porque confirma que hay un hallazgo de un estilo particular, que es a lo que aspira todo escritor.

Andrea Arismendi

  (texto leído en Lo de Molina, el 16 de noviembre del 2021)

Aquí se puede ver y oír la presentación completa, junto a Bruno Cancio