Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí

La editorial digital Eos Villa publicó en diciembre de 2021 una Antología en homenaje al centenario del nacimiento de uno de los padres de la brevedad. "Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí" se titula este libro de 512 páginas escrito por 97 autores que conmemoran los 100 años del nacimiento de  Augusto Monterrroso.  El volumen cuenta con dos uruguayos, Marcos Robledo y Pablo Silva Olazábal Aquí se puede descargar el libro o leer a continuación los micros uruguayos:

La sabiduría del Golem


Si fuera cierto que la estupidez y la inteligencia son relativas, y que para colmo viven interrelacionadas en la mente de cada uno, el mayor ejemplo de ello lo representaría el Golem, quien, en su ignorancia rayana en la más absoluta idiotez, supo perfectamente aquello que la mayor parte de las grandes mentes de la Humanidad ignoran: que una sola palabra, incluso una sola letra, puede cambiarte el mundo. O mejor dicho, borrártelo.


Las garras del tigre


El tigre saltó y se abalanzó con sus garras abiertas; salió como una flecha, como si llevara una bola defuego en la cola, desde el lado izquierdo del camino. Saltó y el amarillo refulgió con un esplendor acompañado por un inmenso gruñido sobrehumano. Pasó de largo y sentí el aliento a milímetros de la cara: era fétido, de un felino extraño y juguetón que había nacido desde un punto de vista muy pequeño, como un cuadro de Dalí o algo peor, terrible y cercano, casi cósmico. Bueno, solo quiero decir que el tigre pasó y que el alivio fue, más que grande, apaciguador.


Quincuagésimo ensayo

Tomé el librito de la mano del ángel

y lo devoré

Apocalipsis 10:10


Me lo llevé a la boca. Mastiqué despacio. Sentí el crujido lento entre los dientes, la saliva espesa envolviéndolo, las narinas súbitamente expandidas por el aroma empalagoso de la miel. No había terminado cuando la primera puntada de amargor me atravesó el estómago. Me llevé la mano al vientre, doblado como el rayo por el múltiple estertor y golpeé la mesa con rabia, desesperado por la explosión en el abdomen; me levanté rápido para ir al baño. No hay caso, no hay manera de hacer digerible este libro. No sé cómo voy a decírselo al Señor.


Pablo Silva Olazábal 

(estos tres minicuentos pertenecen al libro “A través de un breve laberinto” )  


Ventana
A veces desde la residencia de ancianos lindero se escucha un llanto, un canto, un grito, un diálogo.
Las ventanas suelen ser generosas. Pueden regalar un paisaje, una tormenta a resguardo, un buen rayo de sol, un vientito salvador, un pájaro inesperado, una minifalda. Depende de la ventana. De dónde
esté y hacia dónde dé. Incluso depende de las horas del día y de la época del año. En ocasiones las ventanas perturban con ruidos de vehículos, pero se ganan el cielo cuando dejan sentir una cuerda de
tambores que suena desde la otra punta de la calle.
La amenaza de la empleada de la residencia tuvo algo de tono cariñoso: ¡Tomá la leche o llamo a tu hijo! 
 
Todos los inviernos
Silvia se acurrucó abrazada a su compañero y se durmió. Era una de esas noches gélidas de junio o julio en las que una ola de frío polar invade la ciudad. Una de esas en las que las estufas se prenden más
temprano, la gente se pone una frazada más, las duchas son más largas y con agua casi hirviendo. Una de esas noches en que que se cena guiso o sopa, después tableta de chocolate, copita de grapamiel y a la cama.
Incluso algunos, aunque no lo admitan, usan piyama, bolsa de agua caliente o manta eléctrica. Eso en las casas. En la calle, esta vez Silvia, hipotermia.
 
El cuento de los tres chanchitos
-¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. La madre leía intentando dormir a Nadia. La pequeña había estado toda la tarde jugando con sus amigos de la cuadra, a la escondida, a la mancha, a la pelota. Su mamá se imaginaba que mucha cuerda no le podía quedar antes de caer rendida.
El primer chanchito se fue para la casa del segundo. 
-¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. Cuando la niña se estaba por dormir se escucharon los primeros tiros, así que la madre subió el volumen de su voz, en un fino equilibrio entre no despertarla y que se duerma sin escuchar nada. Los dos chanchitos se fueron a la casa del tercero. -¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. Pero el zorro no pudo derribarla, porque las paredes de ladrillo resisten más que otras. Aguantan hasta una bala perdida, por ejemplo. No así las casas con pared de chapa, como la de la Nadia.

Marcos Robledo