Una penúltima conversación

Segunda entrevista a Mario Levrero, publicada en Revista Ñ en octubre de 2016
 A más de diez años de su muerte, dos entrevistas a Mario Levrero (1940-2004) permanecían inéditas. Y no eran entrevistas menores sino que habían sido programadas y realizadas a iniciativa del escritor, quien vio en ellas la posibilidad de transmitir un conocimiento desarrollado a través de sus talleres literarios y explicar, en definitiva, su punto de vista sobre la literatura y el arte. 
En septiembre del 2003, por los tiempos en que escribía la que sería su última obra –publicada póstumamente, la novela corta “Burdeos, 1972”– Mario Levrero se propuso la confección de un libro que recibió el nombre provisorio y humorístico "The Mario Levrero´s Writing Guide For Dummies".

Esta “guía de escritura para tontos” recogería los consejos empleados en su taller literario virtual, que orientaba junto a Gabriela Onetto, con quien había compartido y desarrollado esta idea. Con una redacción accesible para un público amplio, el libro comunicaría la poética de su enseñanza y creación literaria. Como su socia vivía en México, el escritor invitó a un alumno montevideano de sus talleres presenciales, Christian Arán, para que lo visitara y grabara sus primeras reflexiones, que serían el punto de partida de un proyecto que nunca cuajaría.
 Arán aceptó, pero la tarea se complicó por las fiestas de fin de año. Las grabaciones se realizaron en enero y febrero del 2004 pero nunca se transcribieron. “Sentía que era algo de mucha responsabilidad para lo que yo no estaba capacitado”, dice Arán. El 30 de agosto del 2004 Mario Levrero alcanzó su último día. Doce años después, como si aún tuviera algo que decirnos, vuelve en su última entrevista.

Como está dicho las entrevistas realizadas por Christian Arán a Mario Levrero fueron dos.
La primera entrevista fue publicada en diarios y semanarios. Esta es la segunda charla, realizada el 19 de febrero de 2004.


–¿Escribiste alguna vez sobre el proceso inicial de formación como escritor? ¿En La novela luminosa?

–No me acuerdo, puede ser que haya algo, sí. Ese proceso es muy complejo, no es tan simple como yo lo he contado. Tiene millones de idas y vueltas, miles de puntas por acá y por allá que en una entrevista no se pueden resumir. Tampoco se pueden sintetizar en una frase o un párrafo… 

–Tengo muchos discos para grabar …
–Vos tenés discos pero yo no tengo la memoria suficiente como para recrear bien toda esa época.

–¿Fue muy traumática esa época?
–¿Qué quiere decir traumática?

–Conflictiva. Depresiva, no sé.
– Ah sí, de todo. Conflictos, angustia, depresión.

–¿Eso se dio hasta que aceptaste que ibas a ser escritor?
–Se atenuó mucho cuando lo acepté. Se atenuó, sí, además la edad y el tiempo ayudan.

–¿Vivías solo en esa época?
– Por temporadas sí, por temporadas no. De “esa época” estamos hablando de muchos años.

–De tus 20 años.
–Desde los 26 hasta ahora… (Nota: en ese momento Levrero tenía 64 años)

–¿Y en la parte alimenticia cómo te las arreglabas? Cosas como “tengo una familia que debo alimentar”. Hay que tener coraje para jugarse la vida a ser escritor.
–En realidad hay que ser totalmente inconsciente.

–Lo que necesitabas en el día a día ¿cómo lo conseguías? ¿O no pensabas en ello?
–Realizaba distintas actividades.

–¿Vinculadas a lo creativo? ¿O te sacrificabas haciendo algo para ganar dinero?
–Se dieron una serie de circunstancias que sería largo de detallar, pero durante muchos años estuve al borde del desalojo del apartamento en que vivía. Esto, que suena muy dramático, se traducía en que pagaba un alquiler muy pero muy bajo. Por otra parte tenía una librería de libros viejos y usados y cuando la cerré vinieron unos tipos a decirme que querían alquilarla. Así lo hice, y me pagaban muy bien (yo, por contrato, tenía derecho a subarrendar). Esto duró algunos años y me dio cierta estabilidad económica. Por otro lado no tenía, ni tengo, grandes necesidades de gastos porque no me interesa adquirir muchas cosas, solo lo imprescindible, y a veces menos que eso. Por ejemplo, en aquel tiempo vivía sin heladera. Me venía bien porque tenía que ir a comprar la carne todos los días y eso me obligaba a caminar, que es un buen ejercicio. O sea que mi situación económica era equilibrada pero con un equilibrio al borde del abismo. Cuando surgía un imprevisto la cosa se complicaba. Hubo temporadas en que estaba sin un peso y tenía que pedir prestado a  unos amigos para pagar la luz. En un tiempo di clases particulares.

–¿Clases de qué?
–De cualquier cosa.

–Por ejemplo…
–De cosas que no sabía. Por ejemplo Cosmografía, no sé un pito de eso (risas). Ahora se llama Astronomía pero en aquel tiempo se llamaba Cosmografía. Si hay un tema que ignoro es ese, pero venía un alumno y me decía “tengo que dar un examen de Cosmografía”. “Bueno” le contestaba “traé el libro y vemos qué es eso”.  Cuando llegaba, le hacía preguntas siguiendo el libro y cuando se trancaba lo analizábamos juntos. “Vamos a ver” le decía “porqué te trancás acá”. Estudiábamos cuál era la dificultad, dónde estaba su origen. Una vez localizada la resolvíamos y salvaba el examen.  Yo no lo hubiera salvado pero él sí.

–Y vos habías leído el libro antes?
–No, para nada.

–¿Y de dónde sacabas los estudiantes?
–Me los mandaban. Yo que sé. Verás, cuando uno se mueve en ciertos planos espirituales, si estás concentrado en algo del espíritu entrás en contacto con una parte tuya que está más alta que el resto. Desde allí se perciben muchas cosas, no conscientemente claro, pero el inconsciente recibe mucha información. Entonces muchas cosas parecen resolverse mágicamente. Vos precisás algo y aparece ese algo. Por ejemplo, si una vez me quedaba sin plata, aparecía una alumna que justo quería pagarme en ese momento en que yo lo necesitaba. La cosa es así: cuando uno se preocupa mucho por cómo va a resolver una situación en realidad lo que hace es frenar las soluciones que ya están implícitas en esa misma situación. Esas soluciones ya fueron percibidas por el inconsciente, que tiene muchos más recursos para aplicarlas. El inconsciente las percibe, se comunica, toca aquí, toca allá y produce resultados, sean económicos o del tipo que sea. Te pongo un ejemplo clásico, yo empiezo a preocuparme por un tema, por algún aspecto del universo, el que sea. Pasan unos días y alguien me trae un libro sobre ese mismo tema que estoy meditando. O voy por la librería de usados y veo un libro que no sabía que existía pero que trata exactamente sobre eso. Es como si las cosas te fueran cayendo en las manos cuando las necesitas. No como un gran Cuerno de la Abundancia que te diera todos los lujos y placeres pero sí como algo que te brinda lo imprescindible para ese momento. Si vas por el otro camino, por el de tratar de preverlo todo, de obtenerlo todo actuando lógicamente, a fuerza de voluntad y bajo tu control, vas a necesitar organización, crear una gran empresa y todo lo demás y al final vas a perder el alma. Te llenás de plata, te rodeás de objetos inútiles, te empiezan a rodear gente que no te sirve para nada y al final ves que toda tu vida ha sido un esfuerzo inútil.
Yo siento que hay una fuerza, que está en mí y en el Universo, mínimamente comunicada, que me ayuda en los momentos de dificultad.

–¿Lo sentías en esa época?
–Lo sentía y lo siento ahora.

–¿Estructurado como algo tan sistemático?
–Hablo desde la experiencia, con la perspectiva que me dan los años y el tiempo transcurrido.

–¿Y no te generaba ansiedad pensar que en algún momento eso podía dejar de funcionar?
–Muchísima. Muchísima ansiedad, siempre tuve y sigo teniendo miedo. No creo en esas cosas. Al revés, no tengo una fe que me respalde o una ideología. Nada que lo sustente. Simplemente te cuento lo que he visto a través de la experiencia vivida a lo largo de los años. En la religión católica le dan un nombre, la Providencia.
Creo que esa Providencia, esté o no fuera de uno, existe. Está seguro en el inconsciente. Algo atento a las necesidades, cuando son realmente necesidades vitales, no lujos ni caprichos, listo para solucionarlas armónicamente.

–Recién dijiste que no tenías heladera y que estaba bien porque te obligaba a caminar para comprar la carne ¿en esa época pasabas encerrado por alguna cuestión creativa?
–No, ahora estoy mucho más encerrado. Me he vuelto muy fóbico. En aquel tiempo caminaba mucho.

–¿Por dónde, en Piriápolis ? 
–En todos lados. En Piriápolis muchísimo y en Montevideo también. Un paseo casi regular era ir desde Soriano y  Río Branco hasta el Obelisco, ida y vuelta por 18 de Julio.

–¿Mirando adentro tuyo o mirando al exterior?
– Adentro y afuera. Es la forma de mirar que tiene el introvertido, siempre pasa todo por dentro antes de asimilarlo. Antes de llegar al cerebro, a la parte intelectual, hay un cúmulo de sensaciones que se procesan dentro. Por eso soy bastante distraído… si manejara un auto lo habría chocado mil veces. No aprendí nunca por eso mismo, por una salud instintiva. (silencio) Sí, una salud instintiva. Voy caminando, viendo cosas distintas y de repente un color me llama la atención y me quedo mirándolo. Puede ser un cartel cualquiera, pero lo voy como componiendo, como ubicándolo en un contexto armonioso. Ordenando el mundo de una manera estética. Es un trabajo continuo, de nunca acabar, pero muy divertido.

–Y para esa tarea ¿la gente no te molesta? ¿o contribuye?
–Nunca busqué nada ni a nadie, eso es lo interesante. La gente aparece sola. Supongo que luego se da una selección espontánea, me quedo con este y con este no.  En un tiempo mi casa estaba totalmente abierta, llegaba todo el mundo y todo el mundo pasaba. Una vez, en un arranque de desesperación, eché como a doce personas, de las que solo conocía a cuatro. Después, cuando se puso fea la cosa y vino la Dictadura tuve que empezar a cerrar la puerta. Actualmente dosifico mucho la visita de la gente, sobre todo por problemas con el sueño. Mi tiempo de vigilia está muy limitado por los trastornos de sueño.

–¿Estás durmiendo muchas horas?
–Mas bien en horarios inadecuados. De pronto me acuesto a las 8 de la mañana, entonces el tiempo útil de vigilia para lo social se restringe. Es muy pequeño porque vivo mucho de madrugada, cuando la gente está durmiendo. Por eso necesito reglamentar el flujo de visitantes. Además las reuniones con muchas personas me molestan porque no tienen profundidad, es imposible tener un diálogo profundo. Por eso trato de reunirme con una sola persona cada vez. Eso permite más el diálogo de alma a alma. Si no todo es muy superficial.

–Así que de joven tu casa era el punto de encuentro de mucha gente.
–Sí, tocaban timbre y yo abría la puerta. Sonaba el teléfono y atendía. No había contestador automático en aquella época.

–¿De que edad estamos hablando?
–De 25, 26 años.

–Y un día típico en aquella época ¿cómo era?
–Es difícil decirlo. Esquemáticamente de mañana contestar correspondencia, de tarde hacer los mandados, de noche caminar bastante por la ciudad …

–¿Donde vivías?
–En la calle Soriano (Nota: Número 936bis), esquina Río Branco. Viví ahí desde los ocho años.

–¿Y Piriápolis qué significaba? ¿las vacaciones?
–No se trataba de eso, como yo no trabajo no tengo vacaciones. Pasaba períodos, un fin de semana, una semana, un mes, tres meses, hasta que me aburría del lugar. A veces también me llamaban de Montevideo y tenía que volver.

Levrero y Marosa por Ombú (Fermín Hontou)


–¿Ibas de chico a Piriápolis?
–No.

–¿En qué momento lo descubriste?
–No lo recuerdo, tenía 20 años y pico cuando mis padres alquilaron una casita allí para pasar la temporada de verano, pero pagaron por ella todo el año. Un día me aburrí de trabajar en la librería y planté todo. Me fui a aquella casa en pleno invierno. Allí hice amistades, como el Tola (Invernizzi), un pintor, un artista que me impulsó a la literatura. Era una especie de cacique o caudillo de Piriápolis, un tipo extraordinario. Así que en determinado momento pasé a tener dos lugares para vivir: Piriápolis y Montevideo, cada uno con sus características, cubriendo cada uno ciertas necesidades.

–¿Tenías amigos escritores? cuando tenías la librería ¿ya escribías?
–No, eso fue después. Al principio no tenía amigos escritores, después fueron apareciendo.

–Así que la librería fue primero, ¿vos eras lector de joven?
–Sí, de niño. Sobre todo de novelas policiales desde los diez, doce años.

–¿En tu casa se leía, había biblioteca?
–Muy pocos libros. Creo que mi madre me estimulaba un poco, tengo para agradecerle que me haya descubierto a Sherlock Holmes, por ejemplo. Otro factor muy importante era la curiosidad. Sigo siendo un lector insaciablemente curioso. 

–¿De joven tenías un panorama de lo que iba a ser tu vida? Nunca pensaste voy a hacer tal cosa en tal momento, y luego otra…
– Para nada. Nunca tuve lo que los psiquiatras llaman proyección de futuro. No sé, a veces alcanzo a ver hasta el día de mañana pero hasta por ahí nomás. No soy ambicioso.

–Y la muerte, la idea de la muerte ¿no te torturaba de joven?
–Desde siempre. Desde niño.

–¿Era lo único que veías para delante, lo único que sabías del futuro?
–Sí.

–Desde niño
–Si, lo único cierto.

–Si querés esto después lo borramos, pero quiero decirte que se nota que no sos ambicioso. Es de las cosas más lindas que tiene tu literatura.
–¿Por qué lo vas a borrar?

–Y… porque es una boludez (risas).
–Hay muchas boludeces grabadas acá… (risas) Pero hablando en serio, no nos engañemos: no soy ambicioso porque soy demasiado ambicioso.

–Me arruinaste la teoría (risas)
–Soy un tipo insaciable. Si le diera rienda suelta a lo que es mi tendencia natural sería alguien terrible, inimaginablemente ambicioso.

–¿Insaciable en qué sentido, como Napoleón?
–En cualquier sentido. En todo, cualquier cosa horrible que se te ocurra. Creo que tempranamente empecé a crear defensas porque veía que mis ambiciones además de ser inalcanzables, eran prácticamente totales. Abarcaban el Universo.

–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo la librería. Estaba siempre desconforme con ella. Veía que había otras mejores y yo quería tener la mejor de todas, pero la verdad, no solo no era la mejor sino que al revés, era una mierda. Qué le vamos a hacer. Pero siempre luchaba por mejorarla. Por ejemplo inventaba cosas para aumentar las ganancias… Todo eso era inútil y además para qué, si a mí no me interesaba demasiado el dinero. Cuando me di cuenta de esta tendencia de mi personalidad empecé a ir hacia el lado contrario: si no puedo tenerlo todo entonces no quiero tener nada. Es más realista.

–Un poco extremista también.
–Sí. Por eso empecé a perder muchas cosas valiosas de mi propiedad. Simplemente las perdía, las prestaba, no me las devolvían. Todo lo que se te ocurra: máquina fotográfica, filmadora, colecciones enteras de discos, bibliotecas.

–¿Por qué no eran las mejores?
–No, por una actitud de desprendimiento. Si mi pareja se deshacía y nos separábamos, por ejemplo, yo no me llevaba nada de la casa, salvo un bolsito con mis calzoncillos. Todas mis cosas quedaban ahí. Cuando me trasladaba a otro país lo mismo: dejaba las cosas, las abandonaba. Algunas se recuperaban pero la gran mayoría se perdía para siempre.

–Y pensás que esa actitud viene de la ambición extrema por tenerlo todo.
–Tiene su origen ahí, sí. Todo ese desprendimiento viene de ahí.

–¿Y con la escritura sos igual de ambicioso? ¿te proponés hacer el mejor libro, ser el mejor escritor?
–No, si pensara eso no escribiría. Me bloquearía.

–Hay muchos escritores que piensan eso…
–Sí, pero así les sale también. Escribir para mí es un diálogo conmigo mismo, una forma de conectarme con un ser interior. Es lo que más me interesa, porque al poner las cosas por escrito va surgiendo una información que yo no sabía que existía. Después, al leerla y meditarla, la voy asimilando, la voy haciendo mía. Me voy conociendo más y mejor. Es decir, voy ensanchando mi ser. Los relatos, las novelas son como una puesta al día de mí mismo. Yo no tengo una percepción afinada de mí, no me percibo mucho profundamente, ni me conozco naturalmente, nunca sé bien dónde estoy ni qué soy ni quién soy. Al escribirlo voy incorporando toda esa información. El proceso de escribir me forma incluso como persona. Me voy creando sobre eso que sale a través de la punta de los dedos. Una información que no sé de dónde viene pero que sale a través de los dedos, presionando las teclitas. Recién ahí, cuando veo lo escrito la puedo asimilar. Dicho de otra forma, escribir es para mí una forma trabajosa y complicada de hacer conciencia.

–Entonces releés tus libros ¿sos un buen lector de vos mismo?
–A veces sí, pero no demasiado. No hace falta. Es en el momento de la creación literaria cuando se produce el fenómeno de creación de conciencia.

–Y en tu experiencia personal … ¿no está un poco prostituido el mundo creativo?
–Al principio yo tenía la idea ingenua que tiene todo el mundo sobre el proceso literario y editorial, la idea de que es un proceso serio y sólido. Después, cuando empecé a publicar, me fui dando cuenta lentamente que no era así. Concursos tramposos, jurados acomodaticios, editoriales que roban, donde además no cuenta para nada el mérito artístico o el valor intrínseco de la obra, etcétera. Nada era serio. Todo absolutamente una joda, un juego entre económico y político. Apenas vi cómo venía la cosa dije “bueno este mundo no es para mí” y me aparté. Pero es cierto que en algún momento, en los inicios, vi todo con ojos ingenuos, como si realmente el proceso fuera una cosa importante y no lo es para nada.

–¿Ese encadilamiento duró mucho? ¿Pasaron años después de la primera publicación para que te dieras cuenta?
–No, fue bastante rápido.

–¿Uno se puede perder en eso?   
–Se pierden todos.