diario EL MERCURIO Chile
Domingo 02 de junio de 2013
Columnistas
Repeticiones
"Sería entretenido hacer un recuento de los sinónimos y expresiones sustitutas que se utilizan en los textos para eludir las repeticiones de palabras. .."
Sería entretenido hacer un recuento de los
sinónimos y expresiones sustitutas que se utilizan en los textos para eludir
las repeticiones de palabras. En los talleres de redacción y en la prensa, este
escrúpulo tiene carácter normativo. Lo curioso es que no está muy claro por qué
uno no debería emplear dos o tres veces una misma palabra en el curso de un
párrafo. ¿Por cumplir con el criterio de la eufonía? ¿Por hacerle una venia a
la superstición de la riqueza de la lengua? No lo sé, pero ya ven: puse
utilizar y después emplear.
Bioy Casares, en el prólogo a su Diccionario del argentino exquisito , da algunos ejemplos de los esfuerzos verbales que ha merecido la necesidad de no insistir en el nombre de Homero: bardo ciego, padre de la épica, autor de la Ilíada, rapsoda numeroso, ocasional dormilón. "El culto de la riqueza de vocabulario -argumenta- va acompañado por el temor, generalmente ridículo, de repetir palabras. En trance de evitar repeticiones sometemos al lector a un régimen de sobresaltos, como si destapáramos monigotes de resorte".
Este es el motivo por el cual los médicos son también facultativos o galenos y a los perros se les llama ejemplares y colegiados a los abogados, tal como se habla de instituto emisor por no decir Banco Central y de cuadro albo para no repetir Colo Colo. En los relatos de fútbol, a propósito -género de barrocas elevaciones- se cambian las palabras con demasiada frecuencia. El antiguo precalentamiento se ha convertido hoy en ejercicios precompetitivos. El lineman de antes, que después fue guardalíneas, es hoy juez asistente.
Recuerdo que de niño me molestaba mucho -quizás porque estaba en la etapa inicial de la relación entre las palabras y las cosas- cuando alguien llamaba a algún objeto de un modo distinto al que yo había aprendido: lentes por anteojos, correa por cinturón, cotona por overol, ave por pollo, cuarto por pieza, cena por comida.
Me pregunto cómo habría que llamar a Mario Levrero para no repetir su nombre: ¿el genial escritor uruguayo, el quietista charrúa o -de manera alevosa- el Kafka del Plata? Como fuere, el hecho es que Levrero hace observaciones interesantes sobre el tema: dice que si en un texto ha escrito cuatro veces la palabra casa y luego pone la palabra morada, significa que la cosa está "de décima"; o sea, muy mal. A su modo de ver, "el uso de sinónimos para encubrir la falta de elaboración es la máxima torpeza".
Esto está en Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal, un libro que hace pensar, al repaso de las páginas: por fin aparece algo donde se habla de la literatura desde la experiencia de quien la escribe. El libro fue inicialmente publicado en Uruguay, y hoy lo reedita Mansalva en Argentina. La edición chilena es de Lolita Editores, e incluye textos muy aclaradores de Álvaro Matus y de Ignacio Echevarría.
Bioy Casares, en el prólogo a su Diccionario del argentino exquisito , da algunos ejemplos de los esfuerzos verbales que ha merecido la necesidad de no insistir en el nombre de Homero: bardo ciego, padre de la épica, autor de la Ilíada, rapsoda numeroso, ocasional dormilón. "El culto de la riqueza de vocabulario -argumenta- va acompañado por el temor, generalmente ridículo, de repetir palabras. En trance de evitar repeticiones sometemos al lector a un régimen de sobresaltos, como si destapáramos monigotes de resorte".
Este es el motivo por el cual los médicos son también facultativos o galenos y a los perros se les llama ejemplares y colegiados a los abogados, tal como se habla de instituto emisor por no decir Banco Central y de cuadro albo para no repetir Colo Colo. En los relatos de fútbol, a propósito -género de barrocas elevaciones- se cambian las palabras con demasiada frecuencia. El antiguo precalentamiento se ha convertido hoy en ejercicios precompetitivos. El lineman de antes, que después fue guardalíneas, es hoy juez asistente.
Recuerdo que de niño me molestaba mucho -quizás porque estaba en la etapa inicial de la relación entre las palabras y las cosas- cuando alguien llamaba a algún objeto de un modo distinto al que yo había aprendido: lentes por anteojos, correa por cinturón, cotona por overol, ave por pollo, cuarto por pieza, cena por comida.
Me pregunto cómo habría que llamar a Mario Levrero para no repetir su nombre: ¿el genial escritor uruguayo, el quietista charrúa o -de manera alevosa- el Kafka del Plata? Como fuere, el hecho es que Levrero hace observaciones interesantes sobre el tema: dice que si en un texto ha escrito cuatro veces la palabra casa y luego pone la palabra morada, significa que la cosa está "de décima"; o sea, muy mal. A su modo de ver, "el uso de sinónimos para encubrir la falta de elaboración es la máxima torpeza".
Esto está en Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal, un libro que hace pensar, al repaso de las páginas: por fin aparece algo donde se habla de la literatura desde la experiencia de quien la escribe. El libro fue inicialmente publicado en Uruguay, y hoy lo reedita Mansalva en Argentina. La edición chilena es de Lolita Editores, e incluye textos muy aclaradores de Álvaro Matus y de Ignacio Echevarría.
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Diario Clarín (Chile)
Publicado el 18 Febrero 2013
Conversaciones con Mario Levrero: a través del laberinto
Escrito por Loreto Soler
En agosto de 2012, Lolita Editores publicó
Conversaciones con Mario Levrero, libro que resultó de las conversaciones (más
bien asedio) de Pablo Silva Olazábal con Mario Levrero.
Jorge
Mario Varlotta Levrero nació el 23 de enero de 1940 en Montevideo, Uruguay y
falleció el 30 de agosto de 2004 en la misma ciudad. La mayor parte de su vida
la pasó en Montevideo, vivió en otras ciudades uruguayas y argentinas y también
en Burdeos, Francia.
Se
desempeñó como librero, fotógrafo, humorista, editor de una revista de
entretenimientos y, en sus últimos años, dirigió un taller literario.
A fines
de la década de los sesenta, comenzó a publicar en editoriales uruguayas y
argentinas y en su obra se encuentran novelas que, generalmente, no son muy
extensas y recopilaciones de cuentos, variables en su tamaño. Sus últimos
trabajos corresponden a un género propio, a medio camino entre el ensayo, el
relato y las memorias.
A pesar
de que siempre mantuvo un perfil bajo, tuvo un creciente grupo de seguidores
tanto en Uruguay como en Argentina. En el año 2000 obtuvo una beca Guggenheim,
con la que pudo escribir La novela luminosa, que junto a El discurso vacío, se
consideran como sus obras mayores, por su complejidad fabuladora. Su narrativa
está escrita en primera persona; se centra en la urbe y le entrega al lector,
una sensación sentirse atrapado en un sentimiento de aislamiento personal.
Levrero
cae en una corriente de escritores uruguayos que no son posibles de ubicar al
interior de alguna corriente literaria. Felisberto Hernández, Armonía Sommers,
José Pablo Díaz junto a Levrero son los primeros participantes de esta
narrativa y Marosa di Giorgio y Felipe Polleri son los continuadores actuales.
Durante
cuatro años, Pablo Silva asedió a Levrero con el objetivo de llegar a conocerlo
más y logró que el libro se convirtiera en un autorretrato ya que permitió que
Levrero hablara fluidamente de cine, de dibujos animados, de sus gustos, de sus
manías, de sus mecanismos de creación literaria, sus técnicas de corrección
literaria, su compromiso con la realidad y su forma de ver el mundo. Respecto a
su modo de creación, Levrero dice que “produzco a partir del ocio. No hago nada
que no me guste. No trabajo de manera alienada. Y el ocio no significa
simplemente hacer nada; puede ser muy activo. La actividad degenera cuando se
transforma en neg-ocio, negación del ocio”.
En
estas conversaciones, Levrero revela que su singularidad en su formación y en
su estilo está fuertemente influenciada por la literatura popular,
especialmente por las novelas policiales y que es un estilista cuidadoso,
minucioso, casi maniático.
Pablo
Silva, logra que Mario Levrero nos muestre el tránsito que tuvo desde el
inconsciente colectivo, que se vio en sus primeras novelas, su llegada al
subconsciente hasta aparecer en la conciencia, lo que le ayuda a describir lo
que ocurre fuera de sí mismo. En ese sentido, el propio Levrero expresa que
“tenés que sacarte de la cabeza que se escribe a partir de la palabra y sobre
todo, a partir de la invención (intelectual). Se escribe a partir de vivencias,
que solo pueden traducirse mediante imágenes”.
En este
libro, Pablo Silva nos conduce a través de calles y encrucijadas,
intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él. Sin
embargo, quien logre dar con la salida, se encontrará con un universo ficcional
que mostrará los reflejos del más apasionante de los laberintos como puede ser
la personalidad de Mario Levrero.