Revista
Caras y Caretas, 2008.
MARIO
LEVRERO
En primera persona
Conversaciones
con Mario Levrero recoge la particular visión del autor de El discurso vacío sobre
la literatura y los mecanismos de creación, en base a la correspondencia vía
e-mail que mantuvo durante cuatro años con Pablo Silva Olazábal. Editorial
Trilce, 2008.
Nelson Díaz
“Lo único
que importa en literatura es escribir con la mayor libertad posible”. “La
literatura propiamente dicha es imagen”. “La forma es el texto; los contenidos
tienen una importancia menor”.Bastan estas tres sentencias, de las tantas que
aparecen en este volumen, para definir el universo literario de Jorge Mario
Varlotta Levrero (1940-2004), uno de los autores más influyentes y
reverenciados por las nuevas generaciones de escritores. Varios de sus alumnos
de los talleres virtuales han publicado, bajo la mirada del maestro primero, y
luego de muerto también, sus primeras obras, marcadas por su forma de hacer
literatura.
El
periodista y escritor Pablo Silva Olazábal participó en su primer taller
virtual y mantuvo, durante cuatro años, una correspondencia electrónica con el
escritor, buceando en su proceso creativo y sus mecanismos de escritura. Este
volumen recoge esos testimonios, por momentos definiciones tajantes, que se
pueden leer como una confesión en primera persona.
A lo largo
del volumen, Levrero no esconde su aversión por los críticos literarios (“para
mi gusto la crítica es una actividad innecesaria, improductiva, muchas veces
destructiva”), por Saramago (“me produce una viva repugnancia, tanto su
literatura como su cara”), y su desprecio por Buñuel (“no tiene la menor idea
de lo que es lenguaje cinematográfico”), aunque reconoce compartir parte de su
ideología. O su admiración por Phillip K. Dick y por las películas de
Tarkovski. De Onetti piensa que Los
adioses es su mejor libro –“esa artificiosidad me parece el mejor de sus
méritos”– y recuerda la polémica que tuvo con Hugo Verani en Posdata
cuando este último salió en defensa del creador de Santa María, luego que
Levrero desde su columna “Irrupciones” lo acusó de plagiar, precisamente en Los adioses, un tramo del relato “Idilio
en el desierto”.
Sin
embargo, lo más interesante está centrado en el rol que le adjudicaba a la
imaginación, al inconsciente, los sueños y la relación con el Yo. Es, en este
sentido, que sus expresiones cobran la dimensión de documento -al decir de
Felipe Polleri- porque explican el leitmotiv de su obra. No es difícil imaginar
entonces su rechazo a la “literatura de compromiso”. En las antípodas, Levrero
se identifica plenamente con Kafka, los surrealistas y la imaginería onírica,
lo que define como la “preexistencia del texto”.
El libro
culmina, a manera de posfacio, con la reproducción del artículo “Levrero y los
pájaros”, del crítico español Ignacio Etchevarría, quien afirma que buena parte
de su obra se centra en la búsqueda del espíritu. El volumen funciona como una
buena puerta de ingreso a quienes se inician en la obra del autor de La ciudad. Para los ya iniciados, representa
un buen pretexto para recorrer los tópicos de su literatura.
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Semanario Voces 3 julio de 2008
Pablo Silva
Olazábal en línea con un grande
EL ALMA DE LEVRERO
Gustavo Esmoris
Si se piensa en un
escritor raro, atípico, difícil de clasificar dentro de la literatura uruguaya,
ese lugar bien puede ser ocupado por la figura de Mario Levrero. Descendiente
directo de Kafka, de quien nunca negó ese cordón umbilical, Levrero es autor de
una obra tan vasta e imaginativa, como despareja. Consciente de un cierto vacío
crítico que rodea la producción de Levrero, el también escritor y periodista
Pablo Silva Olazábal nos presenta un reportaje donde el entrevistado se expresa
sobre todos los temas vinculados a lo literario, como nunca antes lo había hecho. Silva, –alumno de
los talleres virtuales de Levrero, y un verdadero “siete oficios” de la
literatura– construye una certera aproximación a uno de los grandes escritores
uruguayos de fines del siglo veinte. La conversación, que en términos reales se
dio por pantalla, a lo largo de cuatro años, se presenta como transcurriendo
desde cómodos sillones, en una tarde lluviosa, de esas especialmente hechas para
hablar de literatura. De una manera pausada y coloquial, Silva ofrece a los
lectores de Levrero (entre los que se cuentan una infinidad de escritores) y
también a quienes no lo leyeron, un lugar en esa sala imaginaria donde la
conversación se va desarrollando sin ningún apuro. Al transcurrir el largo
diálogo, el lector va imaginando, y colocando en su lugar, los silencios y
hasta los gestos de Levrero. Indagando desde esa paciente serie de preguntas,
Silva lleva a Levrero a una especie de confesión acerca de los ingredientes
secretos que conforman su compleja receta literaria. Así, a la ya conocida y
confesa influencia kafkiana, se agrega su debilidad por la novela negra, que el
propio escritor cataloga, exageradamente, de perversión. En lo propiamente creativo, el escritor parece ser, para Levrero, una
especie de alquimista entre fábula y realidad. En su opinión “el texto ideal
sería aquel en el cual el lector pierde de vista el hecho de que está leyendo,
y cree que esas cosas que se transmiten a su cerebro están sucediendo
realmente. En ese sentido, puede haber extraterrestres y fantasmas y enanos
multicolores, siempre que el lector crea en ellos en ese momento porque el
autor lo engatusó”. Esa mentira verdadera sería entonces, principio y
cimiento de toda construcción narrativa, y lo que básicamente separa la paja
del trigo. Pero hay mucho más, una visión global del mundo, entendido como
puente entre lo exterior y lo interior. Para Levrero, la realidad descansa en
los individuos que la construyen, no con una única mirada, como podemos llegar
a creer, sino desde infinitos puntos de mira, y la literatura no es ajena a
eso. (El frío está en el aire, pero se construye dentro de nosotros, parece
decirnos Levrero.) La formula sería, entonces, escribir desde nuestro espacio,
mientras se transita desde una cabecera de ese puente hacia la otra.
A lo largo del
reportaje hay confesiones sorprendentes, por ejemplo, acerca de la forma que
Levrero tiene de construir un texto. Según lo que se desprende de sus palabras,
la fórmula empleada parece ser la de escribir linealmente, de principio a fin,
sin montaje, algo que pocos escritores practican, en especial cuando se trata
de relatos largos o novelas. Al respecto, dice Levrero: “No pienso para nada
en el final. A veces, en una novela empiezo a vislumbrar el final después de
haber pasado los dos tercios del total. (...) Me doy cuenta que un texto
termina porque no veo como seguirlo.”
Paródico, iconoclasta a pesar de Kafka,
post moderno de manual, Levrero es –sin hacer alarde de ello– una forma de construir y de ver la
literatura. Una búsqueda que jamás se supedita a los hallazgos. Un escritor que
no se define escritor sino hombre que escribe, lo cual no es poca diferencia.
Una mención aparte
para el posfacio de Ignacio Echevarría, Levrero y los pájaros, que
completa el excelente material sobre el autor de El alma de Gardel.
En definitiva, un
libro imprescindible para escritores y lectores, conozcan a fondo o no, la obra
de este insoslayable escritor compatriota. Y una buena oportunidad –además–
para entender desde la diversidad, la moderna narrativa uruguaya.
Conversaciones con
Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal. Ediciones Trilce, Montevideo,
2008.
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Diálogos
CONVERSACIONES
CON MARIO LEVRERO, de Pablo Silva Olazábal. Trilce, Montevideo, 2008.
Distribuye Gussi, 103 págs.
EL AUTOR
formó parte de uno de los talleres virtuales (vía correo electrónico) del
escritor Mario Levrero. Más adelante dio a conocer a algunas personas (Felipe
Polleri, Juan Ignacio Fernández y "Maca", entre otros) parte del
intercambio. Alentado por ellos, terminó por estructurar este libro que expone
algunas de las ideas y perspectivas con las que Levrero trabajaba en sus
talleres.
El
resultado mezcla las indicaciones concretas sobre textos de Silva Olazábal con
apuntes humorísticos, momentos de ira con algunos productos culturales, y un
fluir de charla dinámica que termina justificando que las llame
"conversaciones", porque superan la relativa frialdad del medio
electrónico.
A diferencia
de otros "talleristas", Levrero no abunda en indicaciones precisas
sobre asuntos de lenguaje o estructura en el sentido convencional. Su esfuerzo
tiende en cambio al desbloqueo del inconsciente del autor en cierne. Ese
inconsciente no solo proveerá a su temática o anécdotas de un brillo que la
sola voluntad consciente no proporciona. Además revelará el lenguaje propio,
las palabras que emiten su propio resplandor creativo con un tono individual
inconfundible.
En un
fragmento de carta dirigido a Cristina Vázquez, Levrero subrayaba además la
equivocación de buscar explicaciones en el arte: "¿Es razonable la vida?
¿Por qué un autor debe explicar un texto, si no tenemos respuestas para las
preguntas más sencillas? (...) no hay ningún cuadro, ninguna manifestación
artística que sea para ser entendida. El arte es para que lo integres a tu vida
como una experiencia más".
Psicológico
(más junguiano que freudiano) y existencial, ese sistema despliega aquí
aderezos tradicionales del mundo de Levrero. Su concepción cultural insiste en
la autenticidad, por momentos hasta con altanería, por una parte. Por otra, hay
una "salsa" tan esencial como el alimento que baña, que incluye
películas, cómics, el Gordo y el Flaco. Con dos convicciones radicales: 1) "casi
lo único que importa en literatura es escribir con la mayor libertad
posible", 2) "la literatura propiamente dicha es imagen". Para
él, el segundo punto es esencial en una literatura como la uruguaya, donde
"todos cantamos la justa, (...) todos estamos deseosos de mostrar nuestra
visión del mundo".
Las páginas
que siguen exhiben su costumbre de mostrar originales a amigos confiables para
después corregir (aunque "no es un pecado que un texto no sea
perfecto"), el valor de la relectura, el esquive de los sinónimos
innecesarios, la admiración por Fontanarrosa, la posibilidad del plagio
inconsciente (o telepático: Levrero escribió un Manual de parapsicología), el
rechazo de la televisión incluso en Olmedo, y un largo etcétera. Los datos
sobre la escritura de sus propios libros, en especial Nick Carter (gracias al
fanatismo de Pablo Silva) son un plus para críticos o estudiosos de su obra.
Elvio E. Gandolfo
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Diario La República – Domingo, 29 de junio, 2008
Cultura
Confesiones de un referente literario
Pablo Silva Olazábal conoció a Jorge Mario Varlotta Levrero a través de
un taller virtual para escritores y aspirantes, dictado por el talentoso autor
compatriota.
En la introducción de "Conversaciones con Mario Levrero",
Silva Olazábal confiesa que no perteneció a su círculo de amigos íntimos, ni
integró sus talleres presenciales y que apenas se vieron una docena de veces.
Sin embargo, ambos escritores mantuvieron una fluida relación epistolar
por correo electrónico, desde 2000
a 2004, vínculo que se mantuvo hasta la desaparición
física de Levrero.
El libro se nutre de las más de trescientas páginas de correspondencia,
en las cuales ambos discuten sobre una gran variedad de temas, pero
centrándose, básicamente, en cuestiones como la concepción literaria y
artística del recordado literato, su forma de ver e interpretar el mundo, sus
aficiones, aquello que lo disgustaba, sus recurrentes manías y otras cuestiones
no menos trascendentes.
Para elaborar esta obra, Pablo Silva Olazábal revisó sus archivos,
seleccionado las conversaciones que le parecieron más relevantes, ya sea por
revelar facetas trascendentes de Mario Levrero o por constituir material de
importancia por su valor pedagógico.
El autor de esta obra ya había publicado previamente un resumen de las
primeras conversaciones en un suplemento cultural, en el año 2000. En aquella
oportunidad, el reconocido escritor uruguayo, que aún vivía, se manifestó
complacido por la selección de las cartas y su contenido, aunque pidió que se
especificara el contexto personal de la correspondencia, para explicar el tono
informal de sus respuestas.
Del abundante material reunido en cuatro años de comunicación virtual,
Silva Olazábal seleccionó alrededor de la tercera parte, ordenando dicha
correspondencia en diez capítulos, según los temas preponderantes allí
abordados.
El libro está elaborado como una gran entrevista. El primer capítulo
versa sobre las distintas opiniones de Levrero, en torno a las técnicas de
escritura y su importancia en la creación literaria.
El admirado escritor no confiaba en las fórmulas mágicas ni en modelos
preestablecidos, sino en el trabajo de elaboración, según las reglas y técnicas
del propio creador.
Asimismo, valoraba la utilidad de los talleres literarios, no tanto
desde un punto de vista pedagógico, sino para ayudar al potencial creador a
descubrir sus propios modos de hacer y decir.
Si bien tenía una larga lista de maestros que admiraba profundamente y
admitió que en sus comienzos intentó emular sus estilos, defendía la idea de
buscar siempre una voz propia y personal, aún cuando la tentación de aplicar
fórmulas harto probadas fuera difícil de resistir.
Levrero creía en que el primer lector que un escritor debe conformar es
él mismo. Además, era consciente de que su obra nunca alcanzaría difusión
masiva y se sentía cómodo escribiendo para determinado público, afín a sus
ideas y su concepción artística, alejado de la literatura de fácil consumo, en
la cual el envase suele ser más llamativo y cuidado que el contenido.
También tenía la firme convicción de que la calidad literaria y la forma
de contar la historia debía primar sobre el contenido, al afirmar que no
existían ya temas originales sobre los cuales escribir y sólo enfoques y formas
nuevas de narrar.
En los últimos años de su vida, ya no se dejaba impresionar por grandes
historias, sino por narraciones sólidas y bien construidas. Recalcaba, con
especial énfasis, el compromiso del autor con la realidad, pero descreía de la
literatura panfletaria, a la cual consideraba prefabricada, con un modelo
armado y esquemático, sin importar la ideología que esta defendiera.
Por otra parte, siempre reivindicó el humor, género del cual fue un
destacado cultor, como un género mayor, injustamente menospreciado.
También es destacable su distinción entre autor y lector y cómo ambos
roles se influyen mutuamente y se retroalimentan al momento de leer un texto,
propio o ajeno.
Mario Levrero se destacó, entre otras facetas, por su amplia concepción
del arte, reconociéndole un papel preponderante a expresiones como el dibujo
animado o la historieta, géneros a menudo devaluados y depreciados por una
anquilosada elite cultural.
Pablo Silva Olazábal inquiere al carismático y polémico escritor sobre
cuestiones tales como sus manías, sus temores, sus sueños más recurrentes, sus
métodos creativos y sus aficiones literarias y cinematográficas.
En ese contexto, enfatiza en su pasión por el género policial americano,
su filosofía de vida y sus reflexiones en torno a la sociedad uruguaya de
principios del siglo XXI.
Algo que quizá llame la atención y resulte un tanto chocante, es lo
complejo y elaborado de las disquisiciones del autor del libro, que, por
momentos, parecen pensadas para impresionar a Levrero. Ello contrasta,
obviamente, con los brillantes y profundos conceptos vertidos por el
entrevistado, mediante en un lenguaje coloquial y sin ambages.
El lector que admira a Mario Levrero o el que pretende conocer más de su
pensamiento y obra, siente que el desmesurado protagonismo de Silva Olazábal
atenta en parte contra la calidad del producto final.
Es obvio que lo primordial son las reflexiones y opiniones del
entrevistado, que es precisamente la figura homenajeada.
No obstante, "Conversaciones con Mario Levrero" es un
disfrutable y bien elaborado compendio, que recupera el pensamiento de uno de
los más destacables y olvidados escritores contemporáneos uruguayos.
(Edición de Trilce)
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Diario El País Sábado 31.05.2008
Radiografía de la obra de Mario Levrero
Se editó un libro de
entrevistas con el gran narrador
Mario Levrero fue un autor preocupado por la propia escritura, por su
relación con las demás pasiones y los detalles de la vida diario y todo lo que
ellos dicen del ser humano. Su atrapante personalidad y literatura fueron como
un imán para Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964), quien durante cuatro
años entrevistó al escritor buscando las claves de su obra y de su concepción
política, social e ideológica.
Resultado de esa pasión es Conversaciones con Mario Levrero, que
Editorial Trilce acaba de publicar con posfacio de Ignacio Echeverría. El
material no deja rincón por investigar. En los aspectos técnicos de la
escritura, entrevistador y entrevistado va dando cuenta de las formas de
escribir, las diferencias entre cuento y relato, el lugar del humor y la
percepción del siempre imaginado lector.
Junto a estos temas desfilan también otras inquietudes del gran
narrador, como el cine y los dibujos animados, la sociología, Onetti, los
sueños, la telepatía y un asunto especialmente delicado: el estilo personal,
que es quizá uno de los mayores desafíos de todo artista.