jueves 5 de setiembre
2013
diario La Voz, de Córdoba,
suplemento de cultura
"Ciudad X", reseña por Martín Cristal
http://elpezvolador.wordpress.com/2013/09/06/conversaciones-con-mario-levrero-de-pablo-silva-olazabal/
Conversaciones con Mario
Levrero, de Pablo Silva Olazábal
Levrero para todos
Por Martín Cristal
Mario Levrero —aquel
escritor raro, de culto, inconseguible— sigue siendo raro: basta leerlo para
comprobarlo. El culto, eso sí, se va expandiendo y por ende se relativiza,
sobre todo porque sus libros ya no son tan inconseguibles: desde su muerte en
2004, sus obras están siendo reeditadas a ritmo firme, muchas veces por sellos
multinacionales de llegada masiva.
El interés que concita el
autor uruguayo ha quedado patentizado este año con la aparición casi simultánea
de tres libros sobre su obra y su persona: Un silencio menos, las
conversaciones compiladas por Elvio Gandolfo (Mansalva); La máquina de pensar
en Mario, ensayos sobre la obra levreriana seleccionados por Ezequiel De Rosso
(Eterna Cadencia); y Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal
(Conejos).
En rigor, este último es
una reedición en la que Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964) aprovecha para
ampliar las versiones —uruguaya y chilena— que ya tuvo el libro, agregándoles
un anexo con materiales complementarios. Lo que abunda, no daña, y se agradece;
igual, el plato fuerte sigue siendo la síntesis de su intercambio por correo
electrónico con Levrero —desarrollado entre 2000 y 2004—, que en las primeras
120 páginas del libro condensa “la expresión del pensamiento y las concepciones
estéticas” del autor, “sus gustos, disgustos, manías, las formas de ver el
mundo y la vida, y un etcétera largo y frondoso”, según pormenoriza el propio
Silva en la introducción.
Más allá de su innegable
importancia como documento, se destaca el valor didáctico del libro (ya sea que
el lector comulgue o no con la cosmovisión levreriana, que incluye por ejemplo
un alto respeto por la telepatía y la hipnosis, entre otras rarezas). Los
aspectos discutidos de la creación narrativa han sido reagrupados temáticamente
en capítulos que permiten un abordaje claro de las técnicas escriturales y el
arte poética, el humor, el plagio, el bloqueo, el estilo, las diferencias entre
imaginación e invención, o entre “gustos de lector” y “gustos de escritor”, o
el problema filosófico de los “gustos perversos”, entre otras cuestiones.
También propicia la discusión de algunas obras del propio Levrero, como El
discurso vacío o El lugar (la ejecución de esta última, para mi sorpresa, a
Levrero no le agrada; yo creo que es magistral).
Para narrar, Levrero
prefiere gozar de la mayor libertad posible, “hacer las reglas después de
escribir, como para no atarse ni siquiera a las propias reglas”. En ocasiones
alcanza altos niveles de sabiduría filosofal:
“Cuando llegás al punto de que te importa
un bledo lo que piensen los demás, ahí es cuando todos empiezan a respetarte y
a admirarte. La inseguridad nos crea huecos por donde se mete inexorablemente
el sadismo ajeno, o sus ansias de dominio. Es inevitable; pasa con las mejores
personas (incluso yo siempre estoy fuertemente tentado de herir al débil).
Naturaleza humana que le dicen”.
Por supuesto que no todos
los conceptos y técnicas de Levrero podrán ser aplicados por
lectores-escritores que ya hayan pulido un modo de narrar propio y distintivo.
Sí serán útiles como punto de partida para quienes recién comienzan en la
escritura, o para aquellos autores ya formados que igualmente quieran
contrastar sus ideas con las de otro, tan personal como excéntrico. Con seguridad
las disfrutarán los admiradores de Levrero que quieran conocer de buena fuente
su propia mirada sobre el oficio y sobre la realización de esa obra literaria
multiforme que logró cautivarlos y fidelizarlos.
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Conversaciones con Mario
Levrero, de Pablo Silva Olazábal. Entrevista. Conejos, 2013. 206 páginas. Recomendamos este libro en “Ciudad X”, La Voz (Córdoba, 5 de septiembre
de 2013).
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Diario Tiempo Argentino
Mario Levrero enseña a escribir
charlando por correo electrónico
Editado por la Editorial Conejos,
este volumen se compone de una serie de diálogos que fueron parte de un taller
literario virtual que el gran autor uruguayo mantuvo con un grupo selecto de
alumnos entre los años 2000 y 2004.
Por Juan Pablo Cinelli
Jorge Mario Varlotta
Levrero nació en Montevideo en 1940. Publicó Gelatina, El discurso vacío, La
ciudad, El lugar, Manual de parapsicología, Todo el tiempo,
Fauna/Desplazamientos, La novela luminosa, Espacios libres, El sótano, El alma
de Gardel, Dejen todo en mis manos y La Banda del Ciempiés. Ninguno de ellos es uno de
esos títulos que recuerdan hasta los que no han pisado una librería en su vida,
sin embargo Mario Levrero (que es el nombre con el que consiguió un lugar en
las letras) es uno de los autores más importantes de la literatura uruguaya y
rioplatense de los últimos 50 años. ¿Por qué? Simplemente porque se trata de
una voz narrativa con una personalidad propia, capaz de ser descubierta apenas
leyendo unas pocas páginas. A pesar de que su nombre nunca anduvo brillando en
las vidrieras luminosas del mercado editorial, Levrero es un autor respetado y
por eso no causa ninguna sorpresa que en los últimos tiempos su figura y su
obra sean el centro de una espontánea operación de rescate y revalorización.
Hace muy poco la
editorial Mansalva publicó Un silencio menos, donde el escritor y ensayista
argentino Elvio Gandolfo reúne una serie de entrevistas a Levrero que fueron
publicadas en diferentes medios. Pero también se acaba de editar otro libro,
Conversaciones con Mario Levrero del uruguayo Pablo Silva Olazábal, en el que
la palabra del escritor vuelve a cobrar vida. La diferencia con el libro de
Gandolfo es que el de Silva reproduce un registro mucho más íntimo de su voz,
lejos de la amenaza del grabador periodístico, que impone cierta formalidad a
cualquier diálogo, por más inteligente que este resulte. No sólo eso:
Conversaciones con Mario Levrero está compuesto por una serie de diálogos entre
los protagonista que, al contrario de las entrevistas que integran el otro
libro, nunca fueron pensados para su publicación, sino que corresponden al
ámbito de lo íntimo. Pero dicho esto, cualquiera puede suponer que si ha
quedado un registro de ellas, es que tan íntimas no debían ser: nadie anda
grabando las conversaciones entre amigos, para después hacer de ellas un libro.
Entonces ¿en qué contexto fueron registradas estás conversaciones íntimas?
¿Cómo es posible registrar una conversación personal sin que la consciencia de
estar siendo "grabado" interfiera en la naturalidad de quienes
dialogan? La respuesta es simple: en la actualidad la conversación tiene una
variedad de canales posibles que van más allá de lo oral y algunos de ellos
implican de hecho el registro de las mismas. Por ejemplo el chat o el correo
electrónico, conversaciones en las que, se lo desee o no, todo lo dicho queda
guardado. Y de eso se trata este libro.
Las conversaciones que en
él pueden leerse no son sino el detalle de un poco ortodoxo taller literario
virtual que Levrero mantenía con un reducido grupo de alumnos. "No basta
con que una cosa te guste para que sea buena. Por ese camino podríamos decir
que el cigarrillo es bueno, porque me gusta fumar", dice en alguna parte y
el ejemplo basta como botón de muestra. A partir de diálogos como este, Pablo
Silva, que era uno de esos alumnos, consiguió construir una relación sólida y
perdurable con su maestro, al punto de que el lector podrá notar como esta se
va fortaleciendo con el correr de las páginas. Porque si las conversaciones del
principio responden sobre todo al mecanismo de preguntas y respuestas, al
promediar la lectura ya se está en presencia de un diálogo franco. Un diálogo
en el cual sigue siendo evidente que se está frente al intercambio entre un
maestro y su alumno, pero en su versión más amplia, donde no siempre el primero
es el que enseña y el segundo quien aprende, sino que no son pocas las veces en
que los roles se invierten y Levrero se revela como un hombre siempre abierto a
aprender de su alumno.
A mitad de camino entre
la charla y el epistolario, este volumen puede ser visto como un manual para
escritores en el cual Levrero va formulando una serie de conceptos, siempre en
primera persona, acerca del acto de escribir. En medio del fluido intercambio
de conceptos, opiniones y dudas que integran el libro, Levrero sabe que la
regla más importante que debe transmitir a su alumno es la certeza de que no
existen reglas para escribir bien, más que las que cada uno va creando mientras
escribe. Pero Conversaciones con Mario Levrero es también el registro de esa
relación con Pablo Silva, en la que de la enseñanza le abre paso a la amistad franca
y en donde quienes hablan ya no son dos escritores, sino dos amigos que
comparten la pasión por escribir.
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Diario Noticias de San Miguel, José C. Paz y Malvinas Argentinas
El arte literario
“Ser escritor no
significa escribir bien, sino estar dispuesto a lidiar durante toda la vida con
tus demonios interiores”, dice el escritor uruguayo Mario Levrero en el libro
publicado por Editorial Conejos: Conversaciones con Mario Levrero, donde Pablo
Silva Olazábal organiza las charlas que mantuvieron por mail entre el 2000 y
2004.
Por
Matías Luque
Lejos de ser un manual,
que por lo general resultan pedantes, con definiciones categóricas y sin
posibilidad a la duda, es un libro sin recetas, más bien una guía, un retrato
involuntario con reflexiones prácticas sobre la escritura, lo cotidiano, los
gustos, la forma de trabajo y la personalidad de Levrero. Conversaciones
íntimas que derivan del taller literario que brindaba el escritor por mail. Esa
“intimidad” se refleja en las respuestas, en el ida y vuelta y cercanía entre
los protagonistas, en los diálogos que entabla con Pablo Silva Olazábal quien
fuera uno de sus alumnos y logró construir un vínculo con Levrero, que el
lector del libro lo notará con el correr de las hojas, fortaleciendo el texto
sin dejar rastros de la distancia que suelen generar los mails.
Levrero habla de escribir
a través de las vivencias que se traducen en imágenes y del balance con las
descripciones, de la importancia en la forma de relatar más que del contenido,
de la crítica como actividad innecesaria, improductiva, destructiva, de la
masificación de los artistas, del alejamiento del texto para poder corregirlo,
del cine, de aceptar los propios gustos perversos, de la importancia de los
sueños y del humor. Principalmente pone énfasis en la forma del texto: “La
forma no es algo que se le agrega a un texto, como quien da una mano de
pintura. La forma es el texto; los contenidos tienen una importancia menor, y
siempre se pueden transmitir por otros medios. La forma y el contenido son una
sola cosa; no podes forzar una sin destruir la otra”.
“Hay un hecho artístico
cuando hay hipnosis entre el que escribe y el que lee, es una comunicación de
alma a alma”. De espíritu y alma es la esencia de la escritura de Levrero, todo
pasa por dentro, las percepciones, las metáforas “podés pensar intensamente
durante algún tiempo y sacar a relucir todo tipo de ingeniosidades, pero las
más reales y convincentes vienen desde adentro”. Por momentos contundente,
Levrero no escatima en eufemismo para dar su opinión: “El uso del sinónimo para
ocultar la falta de elaboración es la máxima torpeza”. Habla de la diferencia
entre la lectura del autor que no coincide con la lectura de ningún otro
lector, del estilo innato, sobre los que quieren fabricarlo porque no pueden
mirarse para adentro, de escribir lo que se ve, no lo que se piensa y de la
importancia de la literatura “Si escribo es para recordar”.
Pablo Silva Olazábal
ejecuta el papel de discípulo, de alumno, pero sin perder el foco en las
preguntas, el interés y maximizando su capacidad de entrevistador. Completa el
libro con dos cartas: una que le escribió a Francisco Mouat de Lolita
Ediciones, y otra a los editores de editorial Conejos; para terminar con
contextos periodísticos y una entrevista al escritor Juan Carlos Onetti donde
Mario Levrero formula las preguntas junto a otros escritores. Conversaciones
con Mario Levrero se editó en Uruguay en el 2008, se agotó y nunca fue
reimpreso, y en 2012 se publicó en Chile.
A partir del 2000 Jorge
Mario Varlotta Levrero comienza su etapa de reclutamiento, de encierro, como
protección de la realidad externa y como vía del conocimiento personal, como lo
refleja en su libro póstumo La novela luminosa. Después de su muerte se
reeditaron muchas de sus obras, recibiendo la atención que no logró en vida.
Mal encasillado dentro de la literatura fantástica, Conversaciones con Mario
Levrero permite descubrir al escritor, su personalidad, sus miedos. Es un libro
claro, sin pretensiones, transparente, espontaneo, como la escritura de
Levrero.
Conversaciones con Mario
Levrero, Pablo Silva Olazábal, Editorial Conejos, 206 páginas.
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revistatonica.com/2013/06/28/un-manual-involuntario
Un manual
involuntario
Por Leticia Martin //
@leticiamartin
Editorial Conejos
199 páginas / $80
Dice que no se considera
entre sus autores favoritos, que hay que narrar con imágenes, que escribir no
significa “escribir bien” sino estar dispuesto a lidiar con los fantasmas interiores,
que usar sinónimos para ocultar la falta de elaboración es una torpeza enorme,
que para corregir hay que alejarse del texto, que escribir es una forma de
leer, que su literatura es existencial, que el respeto y la admiración te
llegan cuando te importa un bledo lo que piensen los demás, y que, sobre todo,
hay que confiar.
Mario Levrero habla sobre
el acto de escribir en este libro donde Pablo Silva Olazábal organiza las
conversaciones que mantuvieron vía mail entre 2000 y 2004. Esa “relación escrita”
que empezó en un taller virtual duró hasta la muerte de Levrero. Si bien los
autores se encontraron personalmente alguna vez, la relación que mantuvieron
fue mediada por la escritura; un poco porque Levrero a partir de 2000 entraba
en su etapa de reclusión, y otro poco, tal vez, porque escribir era su forma
más querida de comunicarse.
Si bien para ese entonces
Silva Olazábal ya tenía textos publicados, su actitud fue la del discípulo que
indaga en el saber del maestro, “tal vez el camino que recorriéramos fuera
decididamente socrático”, escribe Silva Olazábal.
A diferencia de tantas
recetas y fórmulas para escribir que circulan entre talleristas y estudiantes,
este libro no intenta dar explicaciones, ni se presenta como un manual, un
catálogo de técnicas, o un modelo de abordaje; sino que bucea el pensamiento
marginal de un autor “raro”, como fue considerado Levrero, y pone en evidencia
sus ideas más radicales. En este sentido se aleja de libros más bien formativos
como Ser escritor, de Abelardo Castillo, o los textos concejeros como el
Decálogo del perfecto cuentista, de Horacio Quiroga, incluso el Decálogo del
escritor de Augusto Monterroso, y expone una reflexión involuntaria sobre el
arte de narrar.
Escribir, para Mario
Levrero, es encontrar historias que preceden al propio acto de la escritura,
historias tapadas por otras que suenan a volúmenes más fuertes y que el
escritor debe estar atento y poder escuchar. “Las historias ya están escritas
hace siglos, o años, o apenas fracciones de segundo. Tal vez las percibís
cuando llegan a la punta de los dedos una fracción de milisegundo antes de
apretar las teclas”.
En este sentido,
Conversaciones con Mario Levrero podría ubicarse en línea con el pensamiento de
escritores como Marguerite Durás, Maurice Blanchot o Georges Bataille, quienes
produjeron textos filosóficos o que exponían su relación con la palabra y -en
algunos casos- hasta sus interioridades.
En su libro Escribir
(1994) Duras expresaba con otras palabras ideas bastante similares a las de
Levrero: “estar sola con el libro no escrito es estar en el primer sueño de la
humanidad”. O bien; “hablaré de nada”, frase con la que Duras le resta valor al
contenido, permitiéndose trabajar con libertad sobre la forma del lenguaje.
En relación con este
tópico Levrero le contesta a Silva Olazábal en uno de sus mails: “la forma no
es algo que se le agrega a un texto, como quien da una mano de pintura. La
forma ES el texto; los contenidos tienen una importancia menor, y siempre se
pueden transmitir por otros medios. La forma y el contenido son una sola cosa;
no podés forzar una sin destruir la otra. No podés cambiar arbitrariamente de
envase sin alterar el producto”.
Respecto de sus ideas
acerca del acto de leer cabe la asociación entre el pensamiento de Levrero y el
de Maurice Blanchot. En El espacio Literario (1955) Blanchot asegura: “quien
escribe no puede leerse”. Justamente esa es la pregunta que Silva Olazábal le
hace a Levrero. ¿Habría que escribir, publicar y no leerse? Sin entrar en
dilaciones Levrero le responde que “la lectura del autor no coincide con la
lectura de ningún otro lector”. También agrega que a menudo un libro gusta por
razones muy distintas de las que el autor creía, y que el autor escribe para
leer lo que va apareciendo. Levrero dice no recordar dónde leyó esa idea, pero
nosotros sí podemos intuirlo. Seguramente leyó a Duras cuando dice: “escribir
es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos -sólo lo sabemos después-
antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. Pero también es la
más habitual”.
Levrero habla también del
“peligro de la originalidad”. En este sentido escribir no sería pensar
artilugios para “parecer diferente” sino usar metáforas que provengan de un
lugar genuino. “Podés pensar intensamente durante algún tiempo y sacar a
relucir todo tipo de ingeniosidades, pero las más reales y convincentes vienen
desde adentro, fabricadas por la percepción directa de otro cerebro,
independiente del yo consciente”. De alguna manera el oficio de escribir
tendría que ver con el encuentro entre el autor y su voz. Se debe “aceptar la
voz que nos tocó”, anota Levrero. No se trata de aprender a hablar como el Pato
Donald o Alberto Candeau, “los que luchan por fabricarse un estilo son los que
no pueden mirar hacia adentro”.
Conversaciones con Mario
Levrero muestra el modo en que este autor cuestionó el predominio indiscutido
de la razón y se adentró sin dudar en el territorio incierto y pantanoso de la
propia concepción del mundo y la escritura.
Para terminar hay que
agregar que este libro, publicado en Uruguay (2008) y en Chile (2012), completa
y supera las ediciones anteriores con dos cartas de Silva Olazábal, una a
Francisco Mouat de Lolita Ediciones, y otra a los editores argentinos de
Editorial Conejos; dos momentos donde la voz del autor se escucha más nítida y
ordena ciertas ideas de un modo contundente. Por último se agrega a esta
edición una serie de textos periodísticos y una entrevista a Juan Carlos Onetti
en la que el joven Mario Levrero participó junto a otros escritores.
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Revista Ñ 24/07/13
Literatura
Reseñas
Tres libros en busca de un autor
Acaban de publicarse dos
volúmenes que reúnen entrevistas a Mario Levrero y otro con ensayos sobre la
obra de este escritor uruguayo convertido en clásico.
Por Gustavo Valle
Me lo imagino en
entrecasa, paranoico y adorable malas pulgas, intentando articular su
conciencia, su yo cotidiano, su mundo onírico y su memoria imaginaria. Un
hombre no aislado sino progresivamente sumergido en la exploración de ese
misterio que es uno mismo. Esa es la imagen que uno conserva después de leer y
admirar El espacio vacío o La novela luminosa , los dos libros con que Mario
Levrero dejó de ser un autor de culto para convertirse en uno de los más
importantes escritores de la región.
Después vino el
descubrimiento de su obra hacia atrás. O al menos ese fue mi caso. Comenzar por
el principio, sus primeras novelas, la llamada “trilogía involuntaria” ( La
ciudad , París , El lugar ), donde indaga en el espacio urbano como pesadilla o
irrealidad, y en la que Levrero no oculta su admiración por Kafka. Luego vino
la revelación del universo policial en su obra ( Dejen todo en mis manos ), el
folletín y la historieta ( Nick Carter se divierte mientras el lector es
asesinado y yo agonizo ), el sexo (presente como una anémona en todos sus
libros), o la parapsicología (llegó a escribir un manual de esta disciplina).
Si bien su nombre y sus libros ya habían comenzado a circular con relativa
fuerza a mediados de los noventa, fue tras su muerte en el 2004 y específicamente
tras la publicación de su obra póstuma La novela luminosa cuando Levrero se
convierte en un auténtico fenómeno de lectura continental. En 2005 Interzona
reeditó El discurso vacío , y poco después Random House Mondadori inició la
progresiva publicación de su biblioteca que hasta ahora incluye ocho volúmenes.
Junto a esta dichosa
avalancha levreriana han aparecido recientemente, uno detrás de otro, tres
libros dedicados a su obra: Un silencio menos (Mansalva), conjunto de
entrevistas realizadas por diversos autores, compilado y prologado por Elvio
Gandolfo, amigo personal de Levrero y primero en escribir una reseña sobre un
libro del uruguayo ( Gelatina , 1968). El volumen incluye la “Entrevista
imaginaria con Mario Levrero”, notable autorreportaje en el que nunca deja de
responder a sus propias preguntas con agudeza y humor: “Creo que el mundo
debería estarme agradecido por haber abandonado hace muchísimos años toda
pretensión de mejorarlo”. En varias ocasiones habló de su rechazo a las entrevistas,
pero este volumen viene a desmentirlo (hay 24 compiladas), lo que no impide que
mantenga hacia el género una mirada de permanente suspicacia: “Cuando yo
respondo u opino por mi cuenta, puedo asumir el rol de escritor, pero no puedo
responder ni opinar desde la función”.
El segundo en aparecer
fue Conversaciones con Mario Levrero (Conejos) atípica charla por mail entre
maestro y discípulo de taller literario, suerte de diálogo cervantino, a la vez
sabia y gratísima tertulia, a cargo de Pablo Silva Olazábal. Este libro
sorprende por varios motivos. Es una herramienta valiosa para escritores que
comienzan, para los que tienen un camino andado, para los que saborean las
mieles del éxito e incluso para los que están al borde de abandonar el oficio.
Para todos hay palabras sabias, no exentas de amarga realidad y sin un ápice de
complacencia. Además, es una rareza como objeto: no es en rigor un libro de
entrevistas, a pesar de tener preguntas y respuestas. No es un manual de
taller, a pesar de estar lleno de consejos: “Escribí lo que ves, no lo que
pensás”. Tras leerlo uno extraña el diálogo como género literario, algo que se
ha perdido hasta reducirse a un recurso más de la narración. Es decir, en este
libro hay una auténtica charla escrita (vía correo electrónico) y sus dos
interlocutores son maestro y discípulo, como hemos dicho, pero sobre todo
amigos. Los trucos del oficio se mezclan con las molestias de la vida cotidiana
y la filosofía de pasillo, siempre con honestidad y arbitrariedad y por encima
de todo con libertad. Los temas son los que hacen de Levrero el autor que nunca
deja de asombrarnos: su pasión por el cine mudo, la hipnosis y la telepatía
como vehículos asociados al proceso de escritura, la desacralización militante
del oficio, y nuevamente, siempre, el humor. La conversación concluye (o se
interrumpe) como sólo ocurre con las conversaciones de verdad: con la muerte de
uno de los interlocutores.
Exploraciónes críticas
El más reciente de todos
es La máquina de pensar en Mario (Eterna Cadencia), un conjunto de textos
críticos que exploran las diferentes facetas de la obra del uruguayo: desde su
raigal universo neokafkiano hasta su más reciente indagación en el diario
íntimo, pasando por su contribución algo culposa en historietas y novelas policiales.
Este libro cuenta con selección y prólogo de Ezequiel De Rosso e incluye el
fundamental texto del crítico Hugo Verani, publicado por la Universidad de
Stanford en 1995, con el que se dio inicio a una progresiva atención académica
sobre la obra del uruguayo. Lo siguen colaboraciones de Martín Kohan, Sergio
Chejfec, Reinaldo Laddaga y Roberto Echevarren, entre otros, y todo coronado
con una joya: por primera vez publicada en su totalidad, está la entrevista que
le hiciera Pablo Rocca, en la que Levrero cuenta algunos episodios de su
infancia y vida familiar, y en la que de nuevo deja colar su paradójica (e
irónica y graciosa) incomodidad acerca de cuestionarios y entrevistas: “Le pido
disculpas públicas (a Pablo Rocca) por todas las irrespetuosidades que he
deslizado en mis respuestas; estoy arrepentido y quisiera modificarlas, pero él
me lo ha prohibido en forma expresa, y debo atenerme a sus reglas de juego”.
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martes, 1 de octubre de 2013
Pablo Silva Olazábal,
"Conversaciones con Mario Levrero"
por Fernando Torres
Pues bien, el fenómeno Mario Levrero ha
llegado para quedarse.
Y esto ocurre porque día a día, a partir de
su calidad literaria y de su capacidad creativa, va sumando nuevos y numerosos
lectores. ¿Su principal estrategia de difusión? Ni más ni menos que el ya
conocido “boca a boca”.
Su obra, inédita e inconseguible durante
muchos años, afortunadamente está disponible casi en su totalidad. Sus títulos
más destacados,“La novela luminosa”, “El discurso vacío”,”Diario de un
canalla”, “Dejen todo en mis manos”, “La ciudad”, “El lugar”, “París”, entre
otros, están siendo publicados por Random House Mondadori.
Y no sólo eso… En lo que va del año, al
menos tres son los libros que se publicaron sobre el escritor montevideano: “Un
silencio menos” (Mansalva), “La máquina de pensar en Mario” (Eterna Cadencia) y
“Conversaciones con Mario Levrero” (Editorial Conejos). De este último, me
ocuparé brevemente.
Es correcta la sentencia de la contratapa
cuando se nos dice que este es un libro necesario. Pero vale agregar que “Conversaciones…”
también es un libro para disfrutar; tanto para los lectores habituales de Mario
Levrero como también para aquellos que lo están descubriendo.
Compuesto por una larga serie de
entrevistas, a través de “Conversaciones…” se podrá acceder a los pensamientos
del escritor uruguayo: la relación entre literatura y arte, sus manías, métodos
de escritura, cuestiones referidas a la imaginación y a la invención, el
estilo, la técnica.
“Las técnicas son las que vos usás en cada
texto y sirve para ese texto. Si otro las usa, será un imitador tuyo, de modo
que más te vale no estudiar técnicas”.
Nacido en Uruguay, Pablo Silva Olazábal fue
alumno del taller virtual de Levrero y las entrevistas que aparecen en este
libro son producto de los correos electrónicos que se enviaron mutuamente. Como
bien dice Silva Olazábal, “las palabras de Levrero surgen del contexto de una
correspondencia personal: esto quiere decir que el tono usado por Levrero no es
exactamente el de sus pocas apariciones en la prensa escrita”.
En este libro también podemos conocer los
gustos literarios de Levrero: Kafka, Faulkner, Proust, Calvino, Chandler,
Hammett, Onetti, Joyce, entre otros. Pero también nos dice qué escritores no le
gustan ni un poquito (tarea para el lector averiguar quiénes son).
Escribir un texto no implica la
finalización del mismo. Luego viene un proceso, que en muchos casos puede ser
arduo y duradero, que es la fase de corrección. Respecto a ella, Levrero nos
dice:
“Los textos necesitan corrección, es
cierto. Yo nunca publico nada sin que por lo menos alguien de mi confianza lo
haya leído y me haya señalado lo que le suena mal. Hace unos años, entusiasmado
con la electrónica, corregí una novela eliminando repeticiones abusivas de
‘qué, ‘de’ y mil cositas más. El texto quedó perfecto. Después se publicó un
fragmento en una revista y cuando lo vi me agarró una terrible depresión. No
era mi texto. No era nada. Era una mamarracho insufrible. Por suerte había
conservado la versión anterior, con una etiqueta que decía ‘para quemar’ (y de
haragán no había quemado nada), y me tomé el trabajo de restituir al texto todo
lo que le había corregido. Y por suerte,
así se publicó. Llena de esas imperfecciones que hace a mi estilo”.
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http://www.nadiequieremorir.com/conversaciones-con-mario-levrero-un-manual-involuntario-sobre-como-escribir/
Posted on 31 octubre,
2013 by nadiequieremorir
“Conversaciones con
Mario Levrero”, un manual involuntario sobre cómo escribir
Por Leticia Martin y Ana
Vicini // @leticiamartin @anavicini
Pablo Silva Olazábal
nació en Fray Bentos, en 1964. Es Licenciado en Comunicación y conduce a diario
el programa de radio La
Máquina de Pensar (AM 1050) Ha publicado los cuentos La
revolución postergada (Ediciones de la Balanza, 2003) y los relatos Entrar en juego
(Yaugurú, 2006) además de dos ediciones –una uruguaya (2008) y una chilena
(2012)- del libro Conversaciones con Mario Levrero, que ahora publica en Buenos
Aires la Editorial
Conejos. Este libro fue escrito en base a la correspondencia
digital que mantuvo Silva Olazábal con Levrero entre los años 2000 y 2004.¿De
qué modo editaste los mails que Levrero te contestaba?
Lo que hice fue presentar
toda esa correspondencia como si fuera una conversación. Es decir iba poniendo
una pregunta mía, una respuesta suya, y así.
¿Tiene modificaciones
esta edición respecto de las dos anteriores?
Exacto. Sí. A cada una de
las ediciones le incluimos algo nuevo. A la de Chile le sumamos una entrevista
a Álvaro Mattus, que es extraordinaria. En esta ocasión, para Argentina, lo que
incluimos fue un hallazgo, algo que yo encontré hace poco: una entrevista del
año 73, cuando un joven Levrero se reúne con otros periodistas, así como están
ustedes ahora acá, conmigo, y va a entrevistar a Juan Carlos Onetti. Entre
todos le hacen apenas cinco preguntas, una cada uno, y la de Levrero es por
lejos la más interesante. Entonces lo que hice fue publicar esa breve
entrevista a Onetti, que sale por primera vez en este libro que ahora, en
minutos, vamos a presentar aquí, en la Argentina. Otra
cosa que incluimos fue un pequeño artículo que yo encontré, también del año
´73, donde Levrero había escrito sobre los mecanismos de creación.
Sería una edición
engordada…
Es como, claro, es como
un texto recobrado. Justo. Como ese texto de Borges. Pero esto sería un texto
hallado.
¿En qué medida creés que
las propias manías que tenía Levrero, su carácter solitario, su insomnio, su
pesimismo y su forma tan particular de ver el mundo, pasaron a su literatura?
Y bueno, lo que pasa es
que él era todo eso. Pasó eso pasó directamente, diría yo. Ahora, también todas
esas manías que hacen a alguien, él lo dice en el libro, eso que la gente
normalmente llama “excentricidades”, para Levrero no servían. Él decía que esa
palabra estaba mal usada en su caso porque él no estaba centrado en lo
exterior, sino que era “incéntrico”. Estaba centrado en su interior. Entonces,
esa capacidad de estar centrado en su interior, que desde afuera puede parecer
maniática, es la que le da la posibilidad de tener su mundo literario tan
propio.
¿Pensás que Levrero fue
un escritor comprometido con la realidad uruguaya y latinoamericana?
Qué buena pregunta.
Justamente Levrero está en las antípodas de la literatura “comprometida” según
se la entendió en los ´60 – ´70, pero es increíble que me hagas esta pregunta
porque desde ahí se catapultó todo el libro. Fue así. Un día yo estaba
releyendo unos mails de Levrero donde habla de los grandes escritores: de
Joyce, de Kafka, de Proust y donde decía que a él le faltaba algo que ellos sí
tenían, que era el compromiso con la
realidad y el escribir para la trascendencia, y entonces se lo mandé a
un amigo escritor. Él lo leyó y me agradeció mucho el material, y yo me quedé
sorprendido, pensando que capaz esos textos que tenía, por ahí, podían ser un
libro.
¿Cómo conociste a
Levrero?
En el 2000 yo estaba
buscando un taller literario y entré al primer taller virtual que dictó Mario
Levrero. El taller duró unos tres o cuatro meses y ahí mismo quedó entablada la
relación. Me gustó tanto lo que él decía y me pareció tan importante
compartirlo que, ese mismo año, edité la correspondencia y se la mostré a
Levrero. Cuando la leyó me dijo tres palabras: “me satisface plenamente”, no me
olvido más. Al poco tiempo parte de ese trabajo fue publicado en el suplemento
cultural de El País. La primera parte de Conversaciones con Levrero es esa
primera aproximación. Con el resto de la correspondencia hice lo mismo, pero ya
no me refiero a la técnica literaria sino a la obra de Levrero, a sus gustos,
al cine, a los dibujos animados y a la telepatía; cosas que no aparecieron en
la primera entrevista pero que habíamos hablado mucho durante esos cuatro años.
¿A qué se debe, a tu
juicio, este fervor por Mario Levrero? ¿La publicación de sus textos es una
decisión del mercado editorial o vienen a cubrir una demanda de los lectores?
No. En primer lugar yo no
creo que haya tanta popularidad de Levrero. Aquí en Buenos Aires sí, puede ser,
pero no más allá. En Argentina es leído sin prejuicios.
Es leído en determinados
círculos, digamos…
Puede ser. Es leído en
ciertos círculos, pero es leído sin prejuicios, con humor. Yo creo que la gente
se divierte. Alguien me dijo que, por ejemplo en España, Levrero entra sólo en
el círculo de los universitarios. No sé. Yo creo que Levrero puede llegar a
mucho más allá. Es un escritor muy original. Cuando todos estaban buscando
originalidad en lo exterior, en la
argumentación, o en las estrategias narrativas, él hablaba de buscar en sí
mismo, de su imaginación, o sea… todo lo que él cuenta ocurrió en su
imaginación. Desgraciadamente, el estallido de Levrero tiene que ver con su
muerte en 2004. Recién al año siguiente se puede editar La novela luminosa,
algo que no había sido posible en vida de Levrero, aún en sus etapas ya
cercanas a la consagración.
¿Y sabés cuáles eran los
argumentos? ¿Hablaste del tema con él?
Un poco le decían que era
muy gorda, muy grande. Incluso una editorial uruguaya le planteó sacar una
parte sola, a lo que obviamente él se negó. Finalmente en 2005, bueno…
Alfaguara y otros sellos multinacionales la editan completa.
¿Vos comenzás a
escribirle cuando él ya estaba trabajando en La novela luminosa, verdad? En el
año 2000 ya había aplicado para la beca…
Claro, eso fue en el
2000. Yo lo felicité, le pregunté a él que era el proyecto y ahí empezó nuestra
correspondencia por mail.
¿Y en esos años él estaba
encerrado como cuenta en la ficción?
Claro, claro. Él ahí, en
ese momento, ya estaba muy recluido. Recibía a algunas personas a las que
conocía de mucho antes, Leo Masliah, por ejemplo, pero otra gente ya comentaba
que él había reducido la comunicarse al correo electrónico y se estaba
aislando. Por supuesto el que quería lo podía ir a ver, yo fui a verlo. Pero me
dijo: “con 15 días de anticipación me avisas y yo te doy hora”. Alguien que se
relaciona así es un poco difícil, ¿no?
Tal como lo cuenta en La
novela luminosa…
Claro. No contestaba el
teléfono. Cosas así. Yo quería llamarlo y me decía: “Por teléfono no”. En fin,
insisto, todo esto lo sé gracias a que me relacioné por escrito, vía mail.
Claramente la palabra era la forma de comunicarse que él más disfrutaba.
Gracias a eso tengo un registro de su pensamiento que muchos talleristas que
estaban al lado de él no tuvieron, o que se hubiera quedado entre cien
personas, ciento cincuenta. Estas reflexiones, esta batería herramientas de
análisis que él tenía, se hubiera quedado en el run run, digamos, en el rumor
de lo oralidad digamos. En este caso quedó escrito y a mí me pareció alucinante.
¿Estás de acuerdo con la
inclusión de Levrero en el grupo de los “escritores raros” que definió el
crítico uruguayo Ángel Rama?
En Uruguay hay toda una
tradición de raros.
Felisberto Hernández,
Armonía Somers…
Sí, Felisberto Hernández,
Somers, Onetti. Ángel Rama lo que hace es tomar un término del libro Los Raros,
de Rubén Darío, y plantear que Uruguay tiene una literatura rara, marginal,
fuera de catálogo. Yo pienso que cada vez tenemos una literatura más fuerte
porque a esos “raros”, se le suman cada vez más autores. Julio Ripi, obviamente,
también Mario Levrero, que es como el hijo de Felisberto Hernández. Marosa Di
Giordio es otra gran poeta extraordinaria, y es bien rara.
¿Vos ves a Levrero de
alguna manera emparentado con Fogwill? ¿Leíste a Fogwill?
Sí, claro, lo he leído
pero yo no lo veo en esa línea. Sí puede ser en esa libertad expresiva y en el
estilo propio, que viene de adentro, que no está fabricado. ¿Me explico? A un
escritor se le nota el estilo aun cuando escriba un informe para un hospital.
Yo creo que Fogwill tenía un estilo propio.
¿Qué tipo de relación
tenía Mario con Buenos Aires? Él vivió un tiempo acá.
Sí, sí. Aparentemente
Buenos Aires fue unos de los pocos lugares donde trabajó bien. Tuvo un empleo
en la Revista
Cruzadas. Hacía crucigramas y juegos de ingenio para toda
América. Él los pensaba, los dibujaba y luego los mandaba por fax. Era el
trabajo perfecto: estaba en su casa, no se movía y podía leer, escribir.
En La novela luminosa
Levrero cuenta una anécdota de ese empleo, cuando pide un aumento de sueldo…
Sí, es muy gracioso ese
pasaje. Él pide un aumento y no sólo no se lo dan sino que lo despiden. Pero en
Buenos Aires él intentó llevar una vida normal, digamos que tenía horarios,
marcaba tarjeta, debía cumplir con entregas. La paso muy bien pero también tuvo
momentos problemáticos, no por Buenos Aires, claro!
¿Sentís que en algún
punto tu trabajo puede quedar muy escondido detrás de este libro? ¿Qué pasa con
tu nueva novela La huída inútil de Violeto Parson en relación con las
influencias?
En principio algunos me
han dicho que es “levreriana”, pero yo no estoy tan seguro de eso. Puede ser el
comienzo. La novela trata sobre alguien que se despierta con una gran resaca,
no recuerda nada, siente muy pesada la cabeza, entonces se levanta e intenta
salir, pero no puede. Está encerrado. Ve que hay una gota, trata de abrir la
puerta y cuando lo logra está en el medio del campo. Lo raro es que el
personaje no recuerda nada salvo su nombre, entonces a partir de ahí empieza a caminar
y a buscar algo. Quiere saber qué pasó. Y lo que hace es ir hasta la ruta,
hacer dedo y bajarse en un pueblo, donde tampoco puede entrar.
¿Pero Levrero es tu
máxima influencia o sentís que recibiste otras influencias importantes?
Cuando yo fui al taller
de Levrero ya tenía toda una obra publicada, tenía muchas cosas escritas y
tenía mi estilo hecho. Lo que pasa es que Levrero me ayudó a analizar el
timing, quiero decir: el tempo para narrar. Eso me ayudó muchísimo. En verdad
es muy difícil conocer tus influencias. En el inicio me dijeron que era medio
levreriano, pero bueno, Levrero jamás hubiera puesto personajes en el campo,
con la gente a caballo, por ejemplo.
¿Cómo es publicar en
Uruguay? ¿Nacen como acá cien editoriales por semana?
Y, sí, hay, hay muchas.
No tanto como acá, digamos, pero hay. La facilidad para publicar ha mejorado
con respecto a los años ´90 y el gobierno del Frente Amplio ha generado una
serie de instrumentos de financiación y subsidios que ayudaron.