revista Relaciones, octubre de 2012
Excelente
nouvelle, de un narrador que sabe manejar los hilos de la trama narrativa
administrando el tiempo subjetivo y la sucesión de los hechos.
“Un
hombre se despierta con un gran dolor de cabeza en una habitación y descubre
que salvo su nombre, Violeto Parson, no recuerda absolutamente nada”, se dice
en la contratapa y nos parece una buena síntesis del asunto. “Abrió los
ojos.Sintió la nuca dura, atenazada por un frío acuoso, inclemente y ladino que
penetraba los huesos y comprendió que tenía la cabeza apoyada en un charco” (…)
“pelos de alimañas, patas de insectos, restos de parásitos que se extendían
como una fina película sobre el agua sucia.
Sedimentos,
impureza, polvo. De eso se trata, pensó, de la muerte”; pero quizás se
equivoque y se trate de la vida, de la sobrevida, de una vida.
Una
vida que “depende del próximo paso”, que no se sabe cual deba ser ni mucho
menos porqué. Los sentidos se ausentan, desligados de referentes mnémicos que
los apuntalen;sin recuerdos parece imposible significar el mundo, pero quizás
no lo sea. Frente a “una oscuridad sin pliegues, un vació sin límites, una
mente sin recuerdos”, el cuerpo se constituirá entonces en un informante de
primer orden; sensaciones, dolores, “fastidios que no alcanzaban a tener
nombre” lo recorrerán e informarán de caminos posibles.
Algo
le hará saber que debe dirigirse a La Tentación, establecimiento lleno de misterio y
una ominosa sensación de proximidad del mal. Quintana, de quien se dice que es
“una basura”, “de lo peor”, pero sin precisar lo imputado, será una suerte de
guía fatídico hacia lo que se perfila peligroso, infernal. Se sabe de gente que
ha escapado de La Tentación,
pero no se dicen los motivos; el lector es invitado a convocar sus peores fantasmas.
Y
la desmemoria avanza: “entonces el vacío que él suponía detrás y fijado en un
punto de su pasado, pasaba justo ahora a moverse tras él (...) el agujero ya no
estaba detrás sino que se movía; incluso tal vez lo aguardara adelante…”
Poco
a poco, de un modo demorado, en un tiempo enlentecido, Violeto Parson se irá
adentrando en el misterio de aquel establecimiento y hará de ello una base para
una re-semantización del mundo, tan artificial y ajena como verdadera.
Y
nunca sabremos del todo si aquello había estado ya, había formado parte de un
pasado personal o no. Incluso quizás no importe, o nos haga pensar en lo no tan
personal de lo subjetivo. Herida al narcisismo que nos hará bien recibir,
acoger en pos
de
sabernos parte de agenciamientos colectivos de enunciación y de sentido.
Personajes fugaces y memorables se sucederán: un tal Lombardini, arquitecto
italiano que “le llena la cabeza con cosas que no eran de este mundo” al Viejo,
propietario de la Tentación
y que le hará construir, entre otras cosas, un catafalco donde enterrar a su
esposa. El Administrador “de dientes de conejo, nariz corva (…) de gabardina
con una capita (…) y ojotas incongruentes”, Tierrita, peón de muchos años allí
que parece recubierto por una ceniza invisible y El patrón, hijo del Viejo,
heredero de lo que parece orillar una existencia fantasmal- cuyo discurso
inútil tiene algo “ de parodia, de arenga deshilvanada y errática, dicha entre
parpadeos de ofuscamiento”-, constituirán la galería increíble de personajes a
la que deberemos asistir.
Nada diremos del final de una historia que nos deja en un estado a medio camino entre el alivio y el horror de lo inútil de toda huída. Y como Parson experimentamos “una sensación de liviandad (…) de algún modo ahora todos sabíamos un poco más de nosotros mismos”.
Nada diremos del final de una historia que nos deja en un estado a medio camino entre el alivio y el horror de lo inútil de toda huída. Y como Parson experimentamos “una sensación de liviandad (…) de algún modo ahora todos sabíamos un poco más de nosotros mismos”.
Fernando
Barrios Boibo
La
Diaria 26 Noviembre
2012
Cambio
cromático
Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964), es el autor
de buenos libros de relatos como “La revolución postergada”(2005) y “Entrar en
el juego (2006) y del imprescindible reportaje “Conversaciones con Mario
Levrero” (2008, reeditado en Chile en 2012). También, este licenciado en
ciencias de la comunicación, se ha hecho muy conocido en el mundillo literario
por ser el conductor de La
Máquina de Pensar, un programa de Radio Uruguay que desde
marzo del 2010 se dedica a difundir la labor de escritores y poetas.
La novela que hoy nos ocupa ganó la única mención de
honor en el Concurso Literario Municipal de Montevideo, edición 2010, donde
fueron jurados Sylvia Lago, Hugo Fontana y Guillermo Álvarez Castro.
Narra la historia de un hombre que despierta maltrecho
en una habitación, y descubre que no recuerda nada de su pasado, salvo su
nombre: Violeto Parson. Luego inicia un peregrinaje sin rumbo, que le depara
encuentros con gente desconocida, malentendidos, e incluso una golpiza a manos
de un salvaje capataz que se dedica a estafar a los trabajadores. Casi por
inercia llega a una estancia, trabaja de peón hasta que le sobrevienen varios
desmayos, y posteriormente, tras desatar (sin advertirlo) una tragedia de proporciones,
abandona el lugar.
La historia flota sagazmente entre el realismo, el
clima enrarecido del fantástico, la parodia y la alegoría. Tiene ecos de
Levrero y de Onetti. Del primero por cierta atmósfera onírica y esa sensación
constante del personaje de estar como desprendido del mundo, y del segundo más
que nada por los puntos de contacto que podríamos establecer con El astillero.
La estancia, que tiene el engañoso nombre de La Tentación, es -como en
la obra de Onetti- una empresa venida a menos, en la que todos los involucrados
participan de un simulacro que permite seguir creyendo que el tiempo no ha
transcurrido y que se sigue viviendo en la prosperidad de antaño. Esta
inmovilidad existencial marca precisamente la lucha de Violeto.
Es una obra de aprendizaje dividida en dos partes, y
escrita de un modo minucioso, lo que no impide que la lectura sea muy ágil en
todo momento. Desde la narración morosa de los procesos interiores hasta la
acción trepidante del final, el autor controla el ritmo de una prosa
convincente, madura y plena de hallazgos. Tiene frases exactas y descripciones
inspiradas como las del siguiente párrafo: “Giró y contempló las casas que allá
en lo alto se perfilaban con la definición de sombras chinas. Una nube se
desprendió hasta desmigajarse por completo y la luna brilló como un clavo
luminoso en el cielo. La línea de sombra retrocedió por completo, como si
alguien hubiera partido y separado la tierra en dos pedazos”. Como
contrapartida, los diálogos son esquivos, ambiguos en ocasiones, lo que
contribuye a reforzar la incomunicación de los personajes y crear una sensación
de estar parado sobre un piso que en cualquier momento puede derrumbarse.
Más allá de la anécdota puntual hay un interesante
trabajo con ciertos conceptos que se deslizan subrepticiamente (lo que habla
bien del oficio del escritor), que atraviesan y enriquecen la novela.
Al principio compara la pérdida de la conciencia con
un “sueño tan oscuro como el vientre de una ballena”. Esto es un punto a favor
del autor, porque en esta novela los tropos no son meramente descriptivos, sino
que añaden sentido. Así como Jonás había sido despojado de su familia y sus
bienes, y debe permanecer en la ballena antes de emerger a una nueva vida,
Violeto Parson ha perdido su memoria, y se encuentra, en un sentido espiritual,
tan desnudo como el personaje bíblico. Despierta en un rancho que se inunda, y
luego va a una estancia donde llueve casi a diario (lo que perjudica las
tierras y las cosechas). Esta propiedad, dicho sea de paso, sufre los efectos
de una represa que fue catastrófica para la economía del lugar. De hecho, casi
todo el valle se encuentra bajo la línea del agua. El agua sigue siendo un
espacio de tribulación y de encierro.
Como el cuerpo del protagonista es un territorio donde
transcurre buena parte la historia, el narrador utiliza de forma recurrente las
imágenes y las comparaciones en un intento por mostrarnos aquello que por
definición es intransferible: el dolor y las sensaciones personales. “Es como
estar acostado en una balsa, sin hacer nada…” Y más adelante expresa:
“simplemente no hago nada y me dejo ir sobre la cama, en este cuarto, a la
deriva”. A pesar de que estas imágenes del agua aparecen una y otra vez, hay
que destacar que, buena parte del tiempo, el clima en el que se mueve el
personaje es de un calor opresivo. De modo que el agua funciona como la imagen
de un lugar que si bien le proporciona un modo de existencia, lo mantiene
prisionero. Sigue más adelante con otro simil que recuerda al de la ballena:
“…me hundo en un sueño pesado y oleoso como las entrañas de un tiburón”.
Al término de la segunda parte, Violeto sufre un
desmayo, lo que supone un momento de quiebre en la obra, que es contado con
estas palabras: “Cuando no pudo más boqueó como un pez fuera del agua, pero
pronto pasó a otro momento, el de quedarse quieto, estático, en una lucha
silenciosa y dura contra los músculos torácicos, que se rebelaban contra la
brutal idea de que todo había acabado”. En el inicio de la segunda parte Violeto
comienza a construir el difícil camino de autoafirmación, por eso, en un hábil
giro, se produce un cambio de narrador, de tercera a primera persona. “Por
sobre todas las cosas”, afirma, “debía vencer la nada que me ataba a ese
momento”.
Cerca del final de la novela, el personaje abandona la
estancia con visible desencanto; en el camino se encuentra con un niño que se
dedica a cazar serpientes y se queda charlando con él. Esta pausa es funcional
a la historia, porque mientras tanto va a ocurrir algo que será determinante
para la conclusión, pero también tiene que ver con ese entramado subterráneo
y simbólico de la obra. El niño destaca que el valor de las serpientes
radica en su piel. Precisamente, la simbología de la serpiente se relaciona con
el cambio de piel. Es un símbolo de evolución, de trasmutación. De este modo,
esa mención a las serpientes nos pone en la pista del desenlace de la
historia.
Al cabo de la aventura, el protagonista regresa al
mismo sitio geográfico de donde había partido. Esto podría sugerir la amenaza
de una estructura circular, la idea de que este hombre está condenado a repetir
los mismos movimientos. Sin embargo, no es esto lo que sucede, porque al
término de este viaje iniciático, el personaje ya no es el mismo. Aprende que de
nada sirve huir y que la búsqueda continúa. Efectivamente, Violeto Parson ha
cambiado, y de algún modo el lector intuye que ya no va a recostarse en la
enfermedad o la falta de carácter para tomar decisiones. Aunque a muchos haya
sorprendido -y me consta que así fue- que el personaje tuviese el nombre que le
eligió el autor, hay que reconocer que fue una decisión acertada: el violeta es
el color de la transmutación.
Pablo Dobrinin
La huida
inútil de Violeto Parson, Pablo Silva Olazábal, 157 páginas, Ediciones Dixi,
Montevideo, 2011.