Pepe Corvina recién empieza

El primer lector del manuscrito de Pepe Corvina le dijo a su autor que esa novela caminaría mucho y muy lejos. Hoy, 40 años más tarde, podemos decir que el poeta Rolando Faget no se equivocó un ápice


El primer lector del manuscrito de Pepe Corvina le dijo a su autor que esta novela caminaría mucho y muy lejos. Hoy, 40 años después y con el diario del lunes podemos decir que el poeta Rolando Faget no se equivocó un ápice: Pepe Corvina caminó y caminó, tanto que tuvo 17 ediciones a lo largo de muchos países y fue traducida en varias lenguas. Y lo que es mejor, recién empieza el viaje. Recién. Saber las razones por las que tanta gente en tantos países ha leído esta novela es algo difícil, pero tal vez podamos zafar de esa pregunta con una sola frase: Pepe Corvina es un clásico, se convirtió en un clásico, en un libro que -en palabras de Italo Calvino- nunca termina de decir lo que tiene que decir. O como decía Borges, un libro que cada generación visita para redescubrir en él algo nuevo.
Pero para aquellos que no leyeron la novela ¿qué es Pepe Corvina?
Los narradores, porque tiene varios, dicen repetidamente que es una fábula.
"No sé cómo habrá que contar esto" dice el farero, y agrega "el tiempo lo convertirá irremediablemente en una fábula".
El diccionario dice que fábula es una composición literaria de la que se suele extraer una enseñanza útil o moral. Ahora ¿qué enseñanza se puede extraer de esta novela alucinante?
Su historia es la historia de una búsqueda, nada menos que del mapa con la ruta del Paraíso. Este mapa es una lata, un pedazo de lata, que es buscado con desesperación por 3 hermanos que son los protagonistas de la historia.
No son 3 hermanos comunes. Son estrafalarios, excéntricos, caprichosos, inconscientes y sobre todo cómicos. Muy cómicos, involuntariamente cómicos –esto es importante. Casi diría que son como los Hermanos Marx. Están en constante movimiento y adonde quiera que van remueven todo, siembran el caos, la inquietud, no dejan títere con cabeza porque están concentrados en una sola cosa: en hallar el mapa de Pepe Corvina.
Quieren ubicar el Paraíso, irse a vivir allí, porque está ahí, cerca, no se sabe bien pero cerca. La novela da pocas pistas. Lo que sí se sabe muy bien es desde dónde lo buscan: desde la calle Ellauri, son los locos de la calle Ellauri, en el viejo Punta Carretas y también desde el mar, entre las rocas, las gaviotas, las chalanas pensativas y la farola de Punta Brava.
Dije que eran como los Hermanos Marx, pero hay una diferencia, los Hermanos Marx eran pobres, siempre andaban atrás del mango –y por eso eran, como dice el refrán español, más listos que el hambre.
En cambio los 3 hermanos de la novela son hijos de una familia de abolengo, del patriciado, y nunca se preocupan, o se preocupan poquísimo, del dinero, de las cosas prácticas de la vida. Lo solucionan pidiéndole plata al padre, o la más de las veces, vendiendo los antiguos muebles de la casa sin que él se entere. Son inquietos, imaginativos, fantasiosos, viven, como se dice en el prólogo, en el delirio de la poesía, cada uno agregando su visión al asunto, complicando la búsqueda un poco más. No son bobos, pero tienen una inocencia, y una inconsciencia del mundo práctico, que a veces los hace parecer marcianos: marxianos. En realidad no son muy parecidos a los Hermanos Marx, salvo a uno de ellos, a Harpo. Como él, son inocentes y como él, pase lo que pase, están siempre contentos. Tienen una extraordinaria confianza en sí mismos y están seguros que nada puede salir mal, por eso no tienen miedo y se lanzan a la aventura. Y como Harpo, atan todo con alambre: todo tiene una solución que siempre nos sorprende.
No solo son inconscientes de las dificultades económicas sino que tampoco le tienen miedo al clima, al mar o a la geografía. No se preocupan por el Mañana.
Por ejemplo, zarpan en una chalana, en un viaje de tres días a Rocha y cuando el padre les pide un poco de agua, le dicen simplemente que no trajeron.
Tampoco le tiene miedo a las tormentas, ni al oceáno, en fin, no se estresan, viven felices como Harpo Marx. O como el piantao de Horacio Ferrer.

La novela cuenta las aventuras de estos 3 hermanos de un modo que recuerda lejanamente al cuento largo de Onetti: Jacob y el otro. Cada capítulo se inicia con un Cuenta el… médico, almacenero, etc (aunque en este texto hay quiebre del relato, hay flash back, hay distintas miradas para un mismo hecho y en Pepe Corvina ocurre algo distinto).

En Pepe Corvina cada etapa de la aventura está contada por un narrador diferente. Y como pasa con cualquier narrador, todos empañan con su conciencia, con su mirada, lo que cuenta, porque ya se sabe que todo depende del cristal con que se mira. Y esto es importante, algo que integra a Pepe Corvina a la mejor novelística moderna: Estrázulas se las arregla para contarnos a la vez dos cosas simultáneas, la historia de la búsqueda frenética del Paraíso por los 3 hermanos y al mismo tiempo el drama de cada uno de los narradores, que en cierto modo permea lo que están contando.
Cada uno de ellos es distinto, pero todos (o casi todos, hay excepciones) son seres cuerdos, asombrados de lo que los locos de la calle Ellauri hacen y dicen. Cada uno tiene un drama, una herida, que puede ser amorosa o existencial. El Farero, el Médico, el Almacenero, el Pescador, todos están ensimismados en su drama y los ven como seres delirantes. Acompañan un poco su peripecia pero, cada uno por una razón diferente, terminan dejándolos. No resisten seguirles el tren. Pero un detalle importante, su locura les hace gracia.
En el tiempo que conviven con ellos estos seres duros, serios, taciturnos no dejan, ante tanto disparate, de sonreír, de reír o hasta de carcajearse. Luego vuelven a su rutina, a su drama particular y la historia pasa a ser contada por el siguiente narrador. La cercanía con los hermanos contagia alegría, un dato no menor. No es fácil contagiar la alegría.
Ocurre que ellos viven en el continuo delirio de la poesía, siempre cambiante y siempre en movimiento, en una chispa permanente que es lo contrario a la rutina gris y cotidiana de la cordura y del drama existencial.

Un narrador que no está totalmente cuerdo, que está medio loco, es El Poeta. Es el padre de los 3 hermanos, el patricio de rancio abolengo. Critica mucho a sus hijos, tanto que cree que son unos abombados. Pero al final los mira y piensa algo que a mí me llamó la atención. Dice: “Ellos no andan detrás de ninguna locura”.
Para un padre tan criticón esto suena como algo asombroso, pero si se piensa bien buscar el Paraíso perdido -que es buscar la inocencia, la felicidad, buscar estar contento y en armonía con los otros- no parece ninguna gansada. No se me ocurre qué otra cosa podríamos buscar todos en este breve pasaje que tenemos por la Tierra. Es más, no sé si en el fondo de todos nosotros no buscamos otra cosa que esto, la felicidad de estar bien.
Por eso, y ya llego al final, tal vez la enseñanza involuntaria de esta novela esté allí.

Borges contó en distintas oportunidades lados su admiración por Swedenborg, un científico, teólogo y místico sueco del siglo XVIII.
Según Borges, él fue el primero en decir y explicar algo que hoy en día repiten todos los libros de autoayuda, a saber, que el Infierno y el Paraíso son estados mentales. Por eso se puede decir que están dentro nuestro. Según en qué estado mental, en qué frecuencia uno piense, uno está habitando el Paraíso o el Infierno. Es más, según Swedenborg la muerte no viene a ser nada más que un pasaje al otro lado para continuar en la misma sintonía que estábamos antes. El Infierno, entonces, no son los otros, como decía Sartre.El Infierno está en uno mismo.

Lo que estos 3 hermanos ignoran es que con su delirio de vivir buscando el Paraíso, de vivir pensando en él, de vivir en ese estado poético puro, ya están viviendo en el paraíso. Ya están en él. Por eso todos los que están cerca, todos los que los acompañan, en particular los narradores, sonríen. Sienten cómo les cambia el humor porque ellos emanan vida, humor y poesía.
Pero como también ya avisó Swedenborg –y repetía Borges– estos narradores no toleran mucho este cambio, porque ellos viven en otra sintonía, y al cabo de un tiempo vuelven inexorablemente a sus rutinas, cada uno a vivir su propio infierno o su propio purgatorio.

Juan Gelman decía que la utopía no está solo en la meta sino también en el cauce que la gente forja siguiéndola. Utopía es la meta pero también es el cauce.
Sería perfectamente posible hacer una lectura política circunstancial de Pepe Corvina: después de todo fue publicada en 1974 y fue escrita antes, cuando muchos jóvenes y mucha gente creía que, no el Paraíso sino la Revolución, estaba a la vuelta de la esquina. Mucha gente soñaba y pensaba eso.
El propio Estrázulas grabó en Buenos Aires, con Numa Moraes, en 1972 un disco que nunca llegó a ver la luz y que aún está inédito, y que se llama El Viento Siempre. Está lleno de canciones y poemas de una poesía urbana y tanguera, combativa y melancólica. En ese mismo disco se grabó la canción Pepe Corvina, pero como no se publicó no se conoció hasta que años más tarde la grabó Zitarrosa.
Pero esa lectura circunstancial de la novela la disminuye, creo, porque en ella
Estrázulas logró algo superior, algo más poderoso: logró condensar un sistema de símbolos que superó el momento político histórico en que fue escrita y que aún se sostiene por su valor eminentemente poético. Porque, despues de todo la búsqueda del Paraíso continúa y continuará en el futuro por otras vías, a través de otros mapas y bajo otras estrellas.
Por eso esta novela tiene cuerda para rato.


(leído en la presentación de la edición de Pepe Corvina. 40 aniversario, de Enrique Estrázulas)
Pablo Silva Olazábal
Feria del Libro, 8 de octubre de 2014