Javier Cercas: la punta del iceberg

Javier Cercas es autor de 5 novelas que han sido traducidas a más de 20 idiomas. Su libro “Anatomía de un instante” ganó el Premio Nacional de Narrativa otorgado por el Ministerio de Cultura español. Esta novela de no ficción que gira en torno al frustrado golpe de estado del 23 de febrero de 1981 puede leerse como una posible biografía de Adolfo Suárez pero también como una crónica de la transición española.


LA PUNTA DEL ICEBERG

Pablo Silva Olazábal



—¿Es un libro sobre el golpe de estado o sobre una imagen del golpe de estado del 23F?

—Es un libro en torno a una imagen del golpe de estado. Es decir, de una imagen transmitida por la televisión en un momento preciso del golpe. A través de ese instante intento comprender en profundidad al protagonista de esa imagen —el entonces presidente de gobierno Adolfo Suárez—, y junto a él todo el proceso del golpe de estado, la transición política de la dictadura a la democracia en España y en definitiva los últimos 60 años de crisis española.

—La imagen está en la cubierta del libro. En ella se ve a Tejero encañonando a los diputados en el hemiciclo de la Cámara de Diputados de España: todo el mundo ha desaparecido y solo se ve a Adolfo Suárez, que permanece sentado en su escaño mientras los guardias civiles, furiosos, lo apuntan y gritan que se tire al suelo.

—Esa es la imagen. Forma parte de una grabación, una grabación que los españoles vuelven a ver cada año, en el aniversario, aunque solo pasan un fragmento de 5 o 10 segundos. En total la grabación consta de 35 minutos y es un documento absolutamente extraordinario. Para escribir el libro yo me basé en esos 35’, pero es a partir de ese minúsculo instante que se dispara todo el libro. Mirando la imagen me hice una pregunta absolutamente elemental, una pregunta que se haría un niño: ¿por qué, cuando unos militares entran en el Parlamento a tiros, gritando a la gente que se tire al suelo, hay tres personas que no lo hacen? Lo normal sería tirarse al suelo. Es lo que hubiésemos hecho todos; yo particularmente, de haber podido me hubiera ido corriendo al sótano. Pero resulta que hubo tres personas —Adolfo Suárez, el vicepresidente Tte. Gral Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, el secretario general del PCE— que no lo hicieron. Y la pregunta es porqué no lo hicieron. Ellos son los protagonistas del libro, aunque Adolfo Suárez está sobre ellos y en el centro de todo: a mi modo de ver, no porque sea el presidente, sino porque de las tres historias personales, su caso es el más enigmático, el más difícil de explicar.
Mi opinión, casi diría mi intuición antes de empezar el libro era que ese gesto significaba algo fundamental, algo esencial y en torno a él giró todo mi trabajo.

—En el prólogo, titulado “Epílogo de una Novela” declaras tu fracaso al intentar escribir una novela convencional. Entre otras razones porque la  realidad era tan compleja y simétrica que parecía una novela aún no escrita. De ahí la opción de escribir un libro de no ficción, una especie de crónica o reportaje. Pero, y esto es muy importante, ya en la primera página aclaras que el instante que vas a investigar es una imagen de televisión. Luego agregas que la televisión es el principal fabricante de realidad y a la vez el principal fabricante de irrealidad del planeta. Y por último añades que el golpe del 23F es el único golpe grabado por televisión. Parece un pescado mordiéndose la cola.

—Cierto. Me obsesionó esa imagen del instante y junto a ella la pregunta de porqué Adolfo Suárez permaneció inmutable bajo las balas. Para responderla escribí una novela, una ficción; tuve primero una versión y luego otra, pero las deseché. No funcionaban porque era redundante escribir otra ficción en entorno al golpe de estado del 23F. Se ha escrito muchísimo sobre él pero no hay una historia seria, digamos “científica” del  golpe. Los historiadores no se han ocupado de él. Por eso hay enorme cantidad de fabulaciones, de medias verdades y de mentiras en torno al golpe. De modo que me pareció redundante añadir una ficción a todas esas ficciones. Además, no funcionaba; por eso intenté ceñirme rigurosamente a la realidad, lo que no quiere decir que el resultado final del libro no sea una novela. Yo no estoy seguro de que no sea una novela. En realidad yo creo que el libro es una exploración acerca de qué puede hacer la novela en el siglo XXI. Yo creo que es una mezcla de géneros y que probablemente el resultado de esa mezcla de géneros sea una novela. Sólo que una novela algo extraña, quizás desconcertante, donde todo es real y nada es inventado.

—En “Soldados de Salamina” el lector se pregunta qué parte es verdad y qué parte ficción, al punto que el narrador define lo contado como un “relato real”. En “Anatomía de un instante” hay un sondeo similar, pero no solamente de lo que es ficción y realidad sino también de donde termina el bien y comienza el mal. Por ejemplo, lo primero que me impresionó fue la frase reiterada de que “nadie en España, salvo un puñado de personas movió un dedo para defender la democracia”. 
         
—Es muy dura. Es el aspecto más áspero del libro pero es la realidad, no quedaba más remedio que escribirla. En España se ha montado el mito de que el pueblo español y los dirigentes resistieron el golpe, lo que es totalmente falso, nadie salió a la calle. Yo no digo que ante unos tanques la población saliera a enfrentarse a las armas pero es que tampoco hubo ninguna señal de las organizaciones. La Iglesia estaba reunida eligiendo al representante español ante el Vaticano y ante los acontecimientos decidieron suspender la reunión y marcharse cada uno para sus casas. La organización de los empresarios no dijo ni una sola palabra, lo mismo que todos los políticos que estaban fuera del parlamento. Nadie dijo nada. 
Ante la posibilidad de que se pudiera repetir una guerra civil como la que habíamos padecido 60 años atrás hubo una especie de pánico silencioso, eso fue lo que pasó.

—En aquel momento yo vivía en España y fue así, las calles estaban vacías, con todo el mundo recluido en sus casas esperando a ver en qué terminaba todo aquello.

—Hubo pocas personas, muy poquitas, que se jugaron la ropa. El Rey, que paró el golpe, algunos militares y fundamentalmente esos tres individuos que se quedan de pie frente a las balas. La soledad de esos tres hombres que permanecen en sus sitios pese a las balas, era la soledad de quienes defendían la democracia en aquel momento en España.

—Dices en el libro que ninguno de ellos tenía una trayectoria democrática previa, de defensa del Parlamento: Adolfo Suárez había hecho su carrera en el Movimiento (franquista), Manuel Gutiérrez Mellado era un Teniente General del ejército franquista y Santiago Carrillo era Secretario General del Partido Comunista.

—Claro, por eso hablo de los héroes de la retirada, tomando un término del pensador alemán Hans Magnus Enzensberger, quien señala que el siglo XX ha generado héroes que no son de la conquista, de la victoria, sino que son héroes justamente de lo contrario, de la retirada. Huyen de lo que habían hecho. El ejemplo más claro es el de Mijail Gorbachov que acaba con el comunismo en la Unión Soviética o que contribuye al final del comunismo.
Estos tres individuos que resisten son los grandes héroes españoles de la retirada. Son tres tipos que desmontan el franquismo, pero renunciando aún hasta sus propios principios, por eso yo digo que participan de “la ética de la traición”: son capaces de traicionar a su pasado y a sus propios principios, traicionar sus errores para construir aciertos en los que creen.
Santiago Carrillo traicionó el mito de la república, el mito del comunismo en las calles y barricadas para construir una democracia; Gutiérrez Mellado traicionó al ejército de Franco para construir un ejército democrático y Adolfo Suárez fue el mayor traidor de todos porque venía del falangismo, del corazón del fascismo, y lo traicionó para construir una democracia.
Los tres lo hicieron en muy poco tiempo. Sin esa ética de la traición, sin esa capacidad de traicionar, sin esa capacidad de ganar retirándose, España no hubiera pasado de una dictadura a una democracia. Y lo que es brutalmente significativo es que quienes unos años antes no querían saber nada con la democracia terminan convirtiéndose en casi los únicos defensores de la democracia aquel día.

—Otra paradoja es que en ese instante los tres alcanzan su punto de consagración: al día siguiente del golpe sus trayectorias políticas comienzan a disminuir y a caer en picado. Conocen el momento definitivo y luego caen.

—Exacto, su recompensa fue la destrucción política. Ninguno de los tres vuelve a salir adelante.
Repito que mi punto de partida es que los gestos no son gratuitos, para mí eso es esencial, aunque sean instintivos y no se piensen en el momento. Ese gesto de quedarse ahí, que es un gesto que ha visto todo el mundo, tiene un significado aunque ninguno de estos tres personajes haya pensado lo que estaba haciendo en aquel momento. Actuaron de una forma instintiva, porque cuando te están disparando no puedes reflexionar, actúas instintivamente. Bien, esa actuación instintiva significa algo y el libro trata de explorar su significado.   

—Lo novelesco es que los tres alcanzan su apogeo frente a las cámaras y después simplemente desaparecen. En menos de dos años eran cadáveres políticos.

—Desaparecen inmediatamente porque la gente no quiere saber nada de los traidores.

—¿No podría ser por lo contrario? Al mantenerse de pie frente a las balas están dando una lección de dignidad que puede ser aplaudida, pero que después todo el mundo prefiere olvidar porque, por contraste, recuerdan el comportamiento del resto. Es una actitud complementaria a tu frase de que en España nadie movió un dedo para defender la democracia. Esas cosas se prefieren olvidar.

—Es una interpretación muy plausible.

—Hay otro concepto aún más duro en el libro, al describir la trama golpista comienzas hablando de una placenta que fue alimentando lentamente la idea del golpe. Llegas a afirmar que “en el mundo político español todos conspiraban contra Adolfo Suárez”.

—Es un hecho inapelable. Aunque de joven pensaba que la transición de la dictadura a la democracia había sido un apaño, un enjuague, una chapuza, escribiendo este libro me di cuenta que fue muy difícil pasar de un dictadura a una democracia sin que hubiera una guerra civil, que era lo que todo el mundo esperaba. Hicieron un gran trabajo y por ello mi opinión de la clase política en general de ese momento es positiva.
Sin embargo en el medio año que precedió al golpe del 23F su comportamiento fue catastrófico. Ante una situación muy difícil, muy crítica en muchos niveles, había paro, terrorismo, inflación, movilizaciones, el petróleo subía, el gobierno estaba dividido, etcétera, el mundo político se comportó de forma notablemente irresponsable e intentó sacar de en medio a Adolfo Suárez, que era el presidente. Y casi lo logran. Estuvieron a punto de cargárselo, pero no solo a él sino a la misma democracia y en esto incluyo al Rey, que aunque después fuera una figura central para parar el golpe, en los meses previos se comportó de manera irresponsable e imprudente.
Visto a la distancia, tiene su lógica: todo el mundo esperaba las bondades de la democracia pero no sabían muy bien cómo funcionar cuando las cosas andaban mal. Es natural.

—Sorprende cuando se plantea que hasta los líderes de los sindicatos mayoritarios veían con buenos ojos que alguien quitara del medio a Adolfo Suárez. Los vemos hablando con gran frivolidad de establecer un gobierno de unidad de todos los partidos encabezado por militar. Estas conversaciones incluyen al PSOE y al Rey Juan Carlos. A pocos años de iniciada la democracia, da la impresión de que no diferenciaban la institución de la persona: querían cargarse a Suárez y casi se cargan a la Presidencia, a la institución.

—Eso es exactísimo. Había una falta de entrenamiento, estaban estrenando parlamento, vida democrática, y a eso se sumaba una situación tremendamente difícil, con una crisis económica bestial. El terrorismo era salvaje y el gobierno de Suárez estaba completamente desarbolado. Al final de los cuatro años, que fueron realmente durísimos para él, Suárez era un hombre desarbolado física, moral y políticamente. Los partidos políticos no sabían como quitárselo de encima y estaban, incluso hasta los socialistas, dispuestos a apretar el acelerador hasta límites temerarios.

—La crisis incluía no sólo al terrorismo sino también desempleo e inflación, desconocidos durante el franquismo.


—Y como Suárez se negaba a renunciar todo el mundo buscaba la forma de quitarlo aunque no se hiciera dentro de los estrictos límites de la Constitución. La idea de sustituirlo por un militar era bien vista por muchísima gente, incluso por los EE.UU. La situación era tan inestable que querían a alguien manejando con firmeza el timón, un hombre fuerte y de ideas claras. Pero eso era peligrosísimo porque los militares estaban esperando que alguien les abriese la puerta para poder entrar y destruir la democracia. Y bastó conque algunos la entreabriera para que entraran al parlamento a lo bestia. Eso fue una irresponsabilidad, algo salvaje. Y Suárez, a quien todo el mundo consideraba alguien sin mucha personalidad, poquita cosa, algo así como el chico de los recados del Rey, demostró en esa ocasión que tenía un temple y un carácter que muchos no imaginaban.
Eso es lo que significa ese gesto en mi opinión. Todo el mundo lo creía muy poquita cosa y a la hora de la verdad…  
Hasta que no llega la hora de la verdad nunca sabes quién es el más fuerte. Y él fue el más fuerte.

—Ahí funciona como una especie de consigna del libro la frase de Borges acerca de que cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.

—Esa es una idea muy borgeana y representa una idea para mí muy exacta. Hay momentos en la vida de los hombres y de los pueblos en que se revelan cómo son; es como si toda la biografía de los hombres y la historia quedase resumida en ese instante, y el título del libro alude a uno de esos instantes. A partir de ese momento Suárez sabe quién es y los españoles sabemos quienes somos: cada uno sabe de que lado está y en fin, cuál es la cara que refleja el espejo.

—Un detalle que llama la atención es el papel que desempeña el Rey Juan Carlos, alguien que debió esperar muchísimos años para que le den la oportunidad de ser Rey. Y cuando por fin se la dan, intenta defender la monarquía, pero defenderla como si fuera una especie de partido político, dentro del complejo entramado de una democracia débil e ineficiente, acosada por grupos no siempre democráticos.

—Exacto, para el Rey lo esencial era la monarquía, luego venía todo lo demás. El Rey no era demócrata en 1969 (fecha de su proclamación como heredero al trono después de Franco). Cuando Franco muere en 1975, el Rey ya había comprendido que una monarquía era viable en España sólo si se la compaginaba con un sistema democrático. Por eso apoya y colabora con el nacimiento de la democracia española, pero lo esencial para él es la monarquía, eso es inapelable y hay que tenerlo en cuenta. Cuando se desencadena el golpe de estado del 23F se da cuenta que sin democracia no hay monarquía. Por eso se apega a la democracia.


—En un país como España, donde los anteriores monarcas habían sido echados a tiros, un mal paso implicaba decirle adiós a la monarquía en tanto proyecto político viable. Entre paréntesis, y salvando las distancias, es la misma actitud que tiene el resto de las monarquías en Europa: tratar de manejarse para que no los echen.

—Claro.

—Esa sería la razón por la que en el libro el Rey Juan Carlos aparece como uno de los que alimentan la sensación de que Suárez tenía que irse a como fuera lugar.

—Echarlo, así es. El Rey lo había nombrado como un hombre de circunstancia, es decir, para pasar de una dictadura a democracia, una operación muy extraña, muy dolorosa, muy fuerte, brutal.
Adolfo Suárez consigue algo totalmente inverosímil, que el parlamento franquista, por así llamarlo, se suicide. Los parlamentarios franquistas votan por la abolición de su propio sistema. Ese es un ejemplo de una de las operaciones más rocambolescas de la transición, y Suárez la logra a base de engaños, mentiras y trampas. Quiero decir con esto: con un gran desgaste personal.
Y era lógico, dirigir la transición de una dictadura a una democracia implicaba sufrir un desgaste brutal. Por eso el Rey encarga esa tarea a un tipo a quien podía manejar, un tipo joven, ambicioso, resistente, trapacero, que dice una cosa y hace la contraria. Alguien que el Rey cree va a durar muy poco tiempo, porque no lo considera un estadista y porque el propio proceso lo va a consumir. Pero hete aquí que Suárez hace una operación de cierre asombrosa, en muy poquito tiempo pasa de la dictadura a la democracia y lo hace muy fluidamente, con una Constitución y construyendo un sistema democrático y encima crece como figura política entre la población y gana elecciones. Y en un momento dado ya no le hace caso a Rey, y esto al Rey lo irrita mucho. Cuando Suárez empieza a decaer y aislarse en medio de la crisis, y esto ocurrió en poco tiempo, surgen las inseguridades del Rey ante una democracia que parecía no terminar de funcionar y quiere quitárselo de encima. Por eso empieza a hacer manejos raros con militares y con otra gente que quería lo mismo. Junto a otras reuniones que realizaban otros actores importantes, forma parte de lo que yo llamo la placenta del Golpe, de la alimentación de la idea golpista.


—Llama la atención el vigoroso y contradictorio retrato que haces de la figura de Adolfo Suárez como presidente, donde lo vemos mintiéndole sistemáticamente a casi todo el mundo franquista. Promete a los militares que no va a legalizar al partido comunista y acto seguido lo hace cuando menos lo esperaban. Convence al parlamento franquista de aprobar un referéndum como forma de asegurar la supervivencia del franquismo bajo una cobertura democrática, cuando lo que estaba haciendo era liquidarlo. Los va defraudando a una velocidad de vértigo.
Aquí llegas a la encrucijada moral del libro ¿es posible llegar a bien a través del mal? Y más aún, un político ¿no debería ser juzgado en primer lugar políticamente, es decir, por sus resultados? ¿Son la ética y la política incompatibles? Es el dilema permanente sobre si el fin justifica los medios.

—Ese es uno de los centros del libro. En él intento formular con la mayor complejidad posible un enigma de lo qué es para mí ser un político. En qué consiste actuar bien y actuar mal en política. Es muy complicado, la práctica indica que a menudo se llega al bien a través del mal, es decir, a través de determinadas perversiones morales. Por ejemplo la mentira o peor, el engaño. Sin los engaños, y reconocer esto es moralmente muy duro, pero es así, Adolfo Suárez no hubiera hecho casi nada.
Por eso Max Weber dice que “el político no puede aspirar a salvarse moralmente, porque los políticos van al infierno”. Venden su alma al diablo porque pactan con la violencia. Aunque sea la legítima violencia del Estado. Pero quien pacta con la violencia pacta con el diablo y quien pacta con el diablo no puede aspirar a salvarse.
Por eso a Suárez, que es un ejemplo claro de político puro, le aguardaba un destino trágico, el que espera a todo aquel que tiene que usar medios perversos para obtener fines razonables, buenos incluso para su comunidad.
Todo esto es difícil de admitir, pero me temo que no queda más remedio que admitirlo.

—En ese sentido el político en tanto que individuo sacrificaría su alma o su destino para lograr el bien común.

—Así es. A menudo llegar al bien a través del mal es la excusa más usada por los tiranos; de hecho es la gran excusa de los criminales en política, pero la tragedia real del político, me refiero al político bien intencionado, radica en el hecho de que a veces tiene que usar el mal para llegar al bien. Si no usa el mal jamás obtendrá el bien. Si no entendemos esa tragedia no entendemos la vida política.

—Otro aporte del libro es que brinda una visión muy compleja del entramado de hechos que van generando la Historia. Leyéndolo recordé la transición uruguaya y la idea muy extendida de que la historia se digita en reuniones de poca gente importante en la que se hacen  pactos siguiendo un guión más o menos predeterminado.
En “Anatomía de un instante” la Historia parece una especie de hormiguero, con muchos actores en pugna, donde las cosas se dan al final sin guión y donde los hechos se desencadenan donde menos se los espera.


—Un buen político es aquel que es capaz de improvisar, sobre todo en situaciones complejas, sin oponerse totalmente a la Historia, sino tratando de orientarla, de encauzarla. Luego de escribirlo estoy seguro de que una ruta tan compleja como la de la transición no pudo haberse planeado nunca porque si se la hubiese planeado, no hubiese salido bien.

—No solo el juego de las fuerzas históricas resulta complejo, sino que algo tan concreto como dar un golpe de estado no llega a cuajar porque cada uno de sus autores (Gral. Armada, Gral. Milans del Bosch y el Tte. Cnel. Tejero) tenía en mente un golpe distinto, o sea, tres proyectos distintos.

—El golpe fue totalmente improvisado y aún así estuvo a punto de salir bien. Los golpistas estaban convencidos de que el país estaba maduro para ello y a juzgar por la escasísima oposición que tuvo el golpe en las primeras horas, la verdad que no les faltaba razón. Imagínate si lo llegan a planear bien.



 Publicada en Brecha 5/8/11