El factor Mandela

John Carlin es un periodista inglés autor de “El Factor Humano” (Seix Barral), libro en el que se basa la película “Invictus”, dirigida por Clint Eastwood e interpretada por Morgan Freeman, donde se narra la gesta política de Nelson Mandela en la final del Campeonato Mundial de Rugby de 1995.
¿Viviste en Buenos Aires desde muy chico, no?
Sí, viví en Buenos Aires entre los 3 y 10 años; íbamos de vacaciones siempre a Uruguay. Tengo recuerdos muy, muy gratos de Montevideo, Punta del Este y Punta Ballena, todavía recuerdo nombres de amiguitos de esas fechas.
Imagino que el mayor desafío fue hacer verosímil una historia que, como afirmas en el prólogo, parece un cuento de hadas.
Es verdad, parece un cuento de hadas con un príncipe azul que es Nelson Madela. Fue un trabajo periodístico muy, muy largo donde entrevisté a muchísimas personas; esa experiencia fue en sí misma algo mágico, a tal punto que si no hubiera escrito el libro igual hubiera valido la pena a nivel personal, porque en todos los casos la experiencia fue muy emocionante: algunos de los entrevistados, hombres hechos y derechos, blancos sudafricanos, lloraron al recordar las hazañas de Mandela.
En el prólogo sostienes que “el relato cumple las dos condiciones esenciales de un buen cuento de hadas: es una gran historia y contiene una lección eterna”. Luego defines a Mandela como un gran seductor que, como todo político, quiere ganar el corazón de su gente. Lo distinto en él es que posee una ambición mayor: es el único que se ha propuesto ganarse además del enemigo.
Todos los políticos tienen algo en común: quieren conquistar el corazón y la mente de las personas. Efectivamente, Mandela tuvo una ambición mayor, que no es una ambición personal,
sacrificó su vida para lograr la liberación de su pueblo e instalar una democracia estable en su país. En lo personal sufrió mucho, y hasta el día de hoy se arrepiente de no haber logrado una mayor  intimidad con su familia. Es el gran líder político de nuestros tiempos porque logró dos hazañas improbables, por no decir imposibles: conquistar al enemigo blanco, pero conquistándolo a través del corazón, no de las armas, persuadiendo a la mayoría de la población blanca para que lo quisieran, lo respetaran y lo admitieran como el líder legítimo del país, una hazaña extraordinaria si se tiene en cuenta que a su salida de la cárcel en 1990 la gran mayoría lo veía como el jefe de los terroristas, el Osama Bin Laden sudafricano.
La otra fue convencer a su propia gente para que después de décadas, por no decir siglos de opresión, no optasen por el camino de la venganza sino por el de la unidad y la reconciliación. Esas dos hazañas colocan a Mandela en un pedestal inalcanzable.
 Quizás el mayor desafío del libro sea contar estas dos hazañas simultáneas.
Sí, pero antes que nada me importa resaltar que Mandela es un político. La gente siempre destaca su bondad, su generosidad y su ausencia de rencor, pero creo que esas fueron armas políticas que él utilizó para alcanzar los fines políticos que se había definido. Aunque lo habían condenado a cadena perpetua, él parecía saber, no me preguntes cómo, que su destino, pese a toda la evidencia en contra de ese momento, era liberar a su pueblo. Partiendo de esto llegó muy rápido a la conclusión de que esto NO lo lograría a través de las armas, que era el sueño que había tenido a principios de los años 60, inspirado en gran parte por el modelo cubano de Castro, sino a través de la vía política. Así se propuso buscar, y forzar, durante años una salida negociada al drama racial en Sudáfrica.
Para esto decidió varias cosas: uno, vamos a conocer al enemigo, vamos a entenderlo. Estudia el africaner, el idioma de la tribu dominante blanca, los africaners. Lee libros de su historia y a través de los carceleros comienza a aprender, a reconocer los puntos fuertes y débiles, las vanidades y orgullos de esa gente tan peculiar. Y mediante el respeto y la cortesía, comunicando un gran sentido de entereza moral, los va conquistando uno a uno.
Sorprende cómo a lo largo de años se gana primero a los carceleros, luego al Director de la cárcel, después al Director de los Servicios de Inteligencia, luego al Ministro de Justicia Kobi Coetsee, luego al Presidente P.K. Botha y por último al líder ultraderechista general (Constand) Viljoen.
Es verdad, la capacidad de seducción política de este hombre supera todo lo imaginable. En cierto modo esa es la progresión de mi libro. Si bien cuento un poco de historia del siglo XIX básicamente, la historia comienza en el año 1985, cuando Mandela tiene su primer encuentro con un representante del gobierno en la cárcel, el Ministro de Justicia Coetsee, que por cierto, también era Ministro de Prisiones, con lo cual era directamente su carcelero. Tuvieron un encuentro a finales del ’85 y Coetsee quedó absolutamente asombrado, conquistado. Años más tarde lo  entrevisté y cuando hablaba de Mandela, era uno de los que lloraba. El lloraba.
Hay dos hechos que se destacan sobre los otros, uno, cómo logra Mandela entablar una amistad tan profunda con su guardián de la cárcel, y el otro, cómo logra conquistar el corazón de un general que era líder de la ultraderecha racista sudafricana, y que estaba determinado a boicotear por las arma las primeras elecciones libres de Sudáfrica.
Esa es quizás la historia más extraordinaria de todas, el general (Constand) Viljoen había sido el máximo militar de la fuerzas sudafricanas entre el ‘80 y el ‘85, el más condecorado antes de pasar a retiro. En 1993 había muchos grupúsculos de extrema derecha en Sudáfrica que quería alzarse en armas contra la nueva democracia y lo eligieron como el líder para aglutinarlos. Èl aceptó el cargo y recorrió durante varios meses el país organizando reuniones clandestinas y creando pequeñas células que iban a actuar como células terroristas; gente muy bien armada, con experiencia militar en la guerra de Angola en años anteriores. Una fuerza más que suficiente para boicotear las elecciones de 1994. Y ante este grandísimo problema Mandela dijo “vamos a hablar con este señor a ver si se puede buscar algún acuerdo”. Se conocieron en una reunión ultrasecreta en su casa. Yo entrevisté a Viljoen y me contó en detalle lo tremendamente cortés y respetuoso, serio y práctico y convincente en sus argumentos racionales que fue Mandela en todo momento. Después de esa primera reunión hubo varias más, y al cabo de unos seis meses ese General decidió no solo deponer las armas sino participar en las primeras elecciones democráticas del país. Y hasta el día de hoy, este General venera, VENERA (repite enfático) a Nelson Mandela.
Uno de los hallazgos del libro es tu capacidad para describir detalles físicos que ayudan a imaginar cómo pudo ocurrir algo tan increíble. Mandela no sólo recibe al general Viljoen sino que le pide que se siente en su sillón, junto a él, y luego le sirve el té.
Eso me lo contó el propio Viljoen varios años más tarde: “Mandela” me dijo “siéntese General ¿quiere Ud. una taza de té?” y cuando le dijo “sí”, Mandela le sirvió el té y le preguntó “¿quiere Ud un poquito de leche?”, “sí” contestó el General, “y azúcar?” “dos por favor” y Mandela echaba azúcar en la taza…
Habían pasado muchos años cuando me lo contó Viljoen, pero estaba tan asombrado como si hubiera ocurrido el día anterior. Y ya ves, en esos primeros instantes, con esos gestos de respeto y cortesía toda la rabia, temor y prejuicio acumulado por ese General se fueron diluyendo en esa tacita de té.
Un detalle no menor es que Mandela había aprendido en la cárcel el idioma africaner.
Claro, recibe al General hablándole en su idioma, no en inglés, que es lo que él esperaba, y eso también lo desacomoda. Toda la preparación de Mandela en sus 27 años de cárcel le dio muchos frutos.
 También logró una gran relación con algunos de sus carceleros.
No solo eso sino que, por mas inverosímil que parezca, muchos años después continúa en contacto con ellos. En 1998, cuando cumplió 80 años y todavía era Presidente, le organizaron una gran fiesta. Invitó a cinco de sus ex carceleros de la prisión de Robben Island, la isla del sur de Sudáfrica donde estuvo la mayor parte de sus 27 años de cárcel; los trajo en avión desde Ciudad del Cabo, en un vuelo de dos horas. Ninguno había subido a un avión en sus vidas. Hace unos meses hubo otra comida en su casa, con varios de sus compañeros de la lucha contra el apartheid, y uno de los invitados fue Christo Brand, ex carcelero de Robben Island.
Del que Mandela llegó a ser padrino de su hijo.
Sí, Mandela fue padrino de su hijo, qué te parece.
En el prólogo transcribes palabras de Mandela en ocasión de un homenaje a Pelé: “el deporte tiene el poder de transformar al mundo, de inspirar de unir a las gentes como otras pocas cosas, tiene más capacidad que los gobiernos de derribar las barreras raciales”.
Si, palabras grandes. Él le da una importancia enorme al deporte. Claro que para lograr un éxito político y deportivo como el de la final de rugby se necesita alguien de la talla, sabiduría y generosidad de Mandela. Sin su participación esa final del campeonato mundial de rugby no hubiera tenido ninguna trascendencia política.
Dijo esas palabras ante Pelé años antes de la final de 1995, lo que indica que ya tenía clara la inspiración que genera del deporte. Un estado de emoción que refleja muy bien la película “Invictus” de Clint Eastwood.
Por eso al principio del libro pongo una frase que me dijo el propio Mandela: “hay que apelar a los corazones, no a las mentes”. En el fervor del deporte, el espectador es una persona que está en estado de puro corazón. Y eso brinda al político una vía de persuasión muy potente.
La capacidad de perdón de Nelson Mandela ¿se basa solo en su pragmatismo político?
Yo insisto en que el perdón fue una herramienta política para Mandela. No fue algo forzado o fingido, él es así, pero lo que intento trasmitir en el libro es que quedarse con el concepto de Mandela como de un santo o un tipo que perdona por perdonar, es no entenderlo en su totalidad. Estoy convencido de que si hubiera calculado que la forma para liberar a su pueblo e instalar la democracia era través de la lucha armada hubiera optado por ese camino. Quizás ahí está la diferencia con Ghandi, que era pacifista por convicción. No hay que olvidar que Mandela fue el fundador del brazo armado del Congreso Nacional Africano en el año ‘61, por eso le dieron cadena perpetua. Lo vieron como al enemigo público nro. 1 y tenían razón, era el enemigo público nro. 1.
En el cono Sur padecimos muchas dictaduras; leyendo tu libro es fácil caer en el juego imaginativo de decir “si en vez de un líder de izquierda como Mandela, hubiera estado este otro líder uruguayo yendo a hablar con el Director de los Servicios de Inteligencia o con el Ministro del Interior de la dictadura …”  y es imposible, es simplemente inimaginable.
Lo comprendo, pero te quiero decir una cosa: salvo para Mandela, para el resto de los sudafricanos esas conversaciones también eran inimaginables.     
El presidente uruguayo José Mujica estuvo preso en condiciones infrahumanas durante años y salió de la cárcel con una actitud de reconciliación similar, una actitud que no es fácil de entender para muchos.
Es posible que esta gente que ha sufrido tanto haya obtenido a través del sufrimiento un grado de sabiduría y generosidad que supera los habituales de gente común y corriente como nosotros, que no hemos sufrido tanto.

Pablo Silva Olazábal