Carboneros: la mirada de Fucho Musitelli


Una exposición que va hasta el 7 de junio del 2019 en Aquelarre, Escuela de Fotografía. Ferruccio (Fucho) Musitelli fue docente en Ciencias de la Comunicación y luego vecino de barrio por más de una década. Pero fundamentalmente me gusta pensar que fuimos amigos y compinches en aventuras como la realización del documental Un Solo País.  A continuación, el texto del catálogo que acompañó la muestra organizada por la fotógrafa Annabella Balduvino, con el apoyo del Centro de Fotografía (CdeF). Aquí se puede oír una charla con Annabella y Carlos Musitelli.

La mirada antropológica de Ferruccio Musitelli

Carboneros del Río Negro
  

Dicen que el gran escultor Eduardo Díaz Yepes solía definirse con una sola frase: “soy un profesional, trabajo por encargo”.  Ferruccio Musitelli –Fucho para los amigos y para casi toda la humanidad– empleaba una versión más impiadosa consigo mismo: “soy un mercenario, trabajo cuando me pagan”.
Las dos frases son equívocas: ocultan la sensibilidad poética y la condición entrañable que tanto Musitelli como Yepes expresaron en su obra.
Pero pensándolo mejor, tal vez ese rigor profesional explique en parte el  prestigio que Fucho Musitelli ganó en el mundo audiovisual uruguayo. Ante todo, era alguien que solucionaba problemas de una forma rápida y económica. Es seguro que Yepes hubiera suscrito otra de sus frases: “en toda obra”, decía Fucho,”la materia dicta”. Esa interacción subjetiva entre material y artista es la que brinda la forma que tomará cada trabajo en particular. Esa dialéctica regía todas sus producciones.
Y cuando hablamos de producciones no está de más recordar que Musitelli desplegó a lo largo de toda su vida una intensa curiosidad por todo lo humano, particularmente lo artístico. Sus intereses iban más allá del cine documental y de la fotografía, aunque esas sean sus facetas más conocidas.

La forja de un narrador
Comenzó a los dieciséis años, como pintor y dibujante, copiando óleos de obras maestras o pintando cuadros "de estilo" para que adornaran las salas de familias montevideanas de clase media y alta. También escribió durante toda su vida (algunos de sus cuentos fueron finalistas en concursos literarios y otros ganaron premios y menciones). Personalmente pienso que más allá del arte que ejerciera Fucho era por sobre todas las cosas un narrador.
Más allá de su calidad de pionero de la cinematografía nacional (título que, por cierto, aborrecía) o de referente, como profesor en Ciencias de la Comunicación o como asesor en muchas películas, de muchos jóvenes cineastas, Fucho Musitelli fue un profesional ­ –término en el que se sentía más cómodo–  convencido de que solo haciendo se puede descubrir el sentido oculto de la historia que hay que contar. Como la materia dicta sólo es preciso tener un oído atento y la paciencia suficiente para descubrir –intuitivamente– qué nos dice.
No es sea fácil percibir su estilo: sus narraciones son lo más ajustadas, discretas y económicas posible. Y esto no se verifica solo en películas y trabajos fotográficos sino también en sus cuentos. En Imágenes en la maleta (Trilce, 2012) los textos exhiben el mismo enfoque austero y a la vez demorado en circunloquios que parecen digresiones –pero que en rigor no lo son– destinadas a asediar y bordear cada uno de los núcleos narrativos que integran el libro.
En la exposición “Carboneros de las islas del Río Negro” ese recurso poético invita a ver siempre un poco más allá.
Estas fotos, tomadas como registro de una filmación sobre las islas del río Negro, abordan un oficio ingrato, hacer carbón quemando árboles talados, donde la omnipresencia del río Negro y la dureza del entorno se filtran a través del humo constante de ranchos precarios amenazados por las crecidas y en un sinfín de detalles que construyen un panorama sobre un modo de vida elemental y casi salvaje. Las imágenes esconden momentos indelebles, llenos de poesía, como la pesca de la muchacha en el remanso, junto a su perro, que parece surgida de una película del sur de los EEUU, o  el alboroto alrededor del jabalí o la imagen del montaraz inclinando la cara para beber agua del río. Hablan de un espacio autosuficiente y atávico, alejado de las comodidades de la civilización, donde seres curtidos por la intemperie sostienen una mirada serena y aplomada.
Las fotos son el registro una película realizada por Musitelli en 1951 que, según sus palabras, tuvo como inspiración la clásica Louisiana story (1948), un documental de Robert Flaherty sobre los cazadores que vivían en los pantanos de Louisiana. La película sobre los carboneros fue vendida con fines comerciales a una empresa de Estados Unidos y hasta la fecha –algo que ocurre con gran parte de la obra de Musitelli– está perdida. (Un sueño y una aspiración: que la muestra “Carboneros del río Negro” sirva como llamado de atención para poder recuperarla).
En nuestras charlas Fucho recordaba la película como un reportaje a una forma de vivir condenada a la extinción, la de los leñadores montaraces. Fue filmada a lo largo de un proceso que lo obligó a convivir junto Enrique Fabini, el otro cómplice de la aventura, durante un par de semanas en las islas del río Negro. En las fotos surge algo más: la mirada de estos hombres y mujeres que viven en un ambiente con notorias precariedades no destila sino entereza y hasta cierto regocijo interior. Esta satisfacción podría confundirse con el orgullo de ser filmados –ser dignos de atención– pero no es solo eso, en estos rostros sonrientes hay un dejo de superioridad: es la posesión de cierta baquía, del triunfo humano sobre el ambiente hostil. Viven de un trabajo que deja poca ganancia y que en el futuro promete menos pero a cambio otorga una (insuperable) sensación de libertad.
Estas miradas socarronas y altivas son la afinidad más evidente con la obra de Robert Flaherty; tanto en su película como en las fotos de Fucho los personajes, visiblemente pobres,  despliegan una riqueza personal que comunican intensamente.
Vistas en conjunto tanto los retratos como el resto de las imágenes poseen un potencial narrativo que el ojo de Musitelli aprovecha para describir. Lo hace sin idealizarlos, sin agregar el valor de una utopía robinsoniana que tentó a nuestro Horacio Quiroga. Fucho los fotografió de manera que ellos mismos que contaran su historia. Porque otras de las frases que no se cansaba de repetir era esta: “todos tenemos al menos una historia interesante para contar”.

Primitivismo y degradación
En estas imágenes sobrevuela otra influencia más honda, esta vez de origen literario, la del novelista y cuentista sureño Erskine Caldwell (1903 -1987), a quien Fucho conoció personalmente cuando pasó por Montevideo, durante la posguerra. Se vieron en el local de A.I.A.P.E. (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores) en la calle Cuareim, en un encuentro que narraba con gran entusiasmo. Como lector, admiraba sus obras, sobre todo la novela La ruta del Tabaco, que dio origen a la película de John Ford, director mítico cuyo trabajo –en particular Viñas de ira– había convencido a Fucho de que debía dedicar su vida al cine.  Erskine Caldwell es un formidable narrador que aplica una mirada particular sobre sus personajes, a menudo pobres y rudimentarios; es una mirada que rehúye la idealización, algo que en estos tiempos de corrección política podría ser calificado de cruel. Los personajes de Caldwell, pobres e ignorantes suelen ser brutales con otros más débiles, pero su retrato está sostenido por un talante compasivo que Musitelli comparte en estas fotos.
Estas imágenes no ocultan el primitivismo y hasta cierta degradación en las condiciones de vida (véase la foto del interior del rancho, con la penumbra y la acumulación de objetos) e incluso pueden ser vistas como un contrapunto crítico a la satisfacción colectiva del Uruguay del Maracaná y del Estado batllista de Bienestar.
A su modo estos excluidos interpelan con su mirada una sociedad que ya por entonces daba sus primeros signos de agotamiento. Pero esta es solo una de las posibles interpretaciones que estas fotos habilitan, porque la poesía, parece decirnos el fotógrafo, mientras pasa una lancha, un perro ladra y el sol se esconde entre los juncos, no tiene límites y siempre requiere de la participación del espectador.

Pablo Silva Olazábal


Condiciones de un registro (RECUADRO)
“Enrique Fabini era integrante del directorio del noticiario EMELCO” me contó Ferruccio Musitelli  “y provenía de una familia acaudalada y reconocida en Lavalleja. Una de las actividades más importantes era la extracción de piedras de grandes canteras de la zona, de las que eran propietarios. Estaba interesado en hacer cine, pero en aquel tiempo esa actividad era más bien difícil”.
Además del cine, los unía un interés común: viajaban con frecuencia al interior del país para registrar zonas apartadas que Fabini conocía muy bien.
“Tenía una camioneta Ford 100, con una simple cabina para dos o tres personas y una caja grande. Salíamos el sábado temprano y volvíamos el domingo a última hora del día. Hay que decir que era muy entendido en autos y camiones, pero no tanto en cámaras cinematográficas” ” recordaba Fucho con picardía.
Aquel Montevideo de principios de los años cincuenta solo disponía de un laboratorio de revelado para películas 35 mm en blanco y negro Kodak.  “También se comenzaban a procesar films 16 mm reversible, pero con el inconveniente que, después de filmado, había que enviarlo a Panamá donde estaba instalada una sucursal de Kodak para tratar ese material. El film volvía revelado recién después de tres o cuatro semanas” agregaba Fucho.
“En cambio si se filmaba en 53 mm se entregaba la película a primera hora, se revelaba el negativo en blanco y negro –todavía el color no existía– y se podía realizar por la tarde una copia. Aunque a un costo mucho mayor,  podíamos visionar lo filmado ese mismo día”.
Al parecer Fabini juzgó que la espera justificaba el gasto porque según me contó Fucho “una tarde en que estábamos planeando qué filmar me propuso realizar algo importante sin considerar el costo. Yo había visto y estudiado un documental de Robert Flaherty, “Louisiana story” y se me ocurrió registrar la vida de los habitantes de las islas del río Negro. Como él era un conocedor de esa zona, no tuvimos que conversar demasiado: después de los preparativos partimos hacia allí. Calculé que el trabajo iba a insumir algunas semanas y así fue”.
“Registramos" ­continúa "la forma primitiva de esos pocos pobladores de las pequeñas islas del río Negro. Vivían de la caza y de la pesca. Recuerdo que una familia de origen italiano, de apellido Pelletti, era la más numerosa”.
Lo que no abundaba eran las comodidades: el equipo de filmación vivió en las mismas condiciones de aquellos pobladores.
“Acampamos al costado de esas modestas moradas" recuerda Musitelli "allí vivía aquella familia con muchos integrantes, desde el más anciano, que era Pelleti, a los más jóvenes y niños. Cazaban carpinchos y jabalíes y muchas veces fuimos invitados a participar en esos almuerzos. Llamaba la atención una especie de bolsita que llevaban, donde guardaban y mantenían carne de jabalí u otra carne”.
También tenían otras particularidades: “eran tripulantes de precarios botes y embarcaciones que los niños manejaban con gran habilidad. Nuestra filmación se fue enriqueciendo con las imágenes de esas familias. Después de casi cuatro semanas ­ decidimos volver a Montevideo porque ya contábamos con un metraje filmado muy rico e interesante. Lo único que se nos pasó por  alto es que, sin darnos cuenta habíamos adoptado hábitos similares a los de ellos”.
El regreso generó repercusiones familiares; según me relató la esposa de Fucho, la Psicopedagoga Carmen “Chispa” Pastorino, “uno de los sustos más grandes que me llevé fue despertar una madrugada y ver en la puerta de mi cuarto a un hombre peludo y barbudo, todo cubierto de tierra, de pies a cabeza: hasta que no habló no supe que era mi marido”.
"Después de un mes sin afeitarnos éramos dos isleños más" acotaba Fucho.