
Poemas en busca de iniciados
La poesía, como la muerte, quizás, está rodeada de
explicaciones. Éstas, diversas e insuficientes, se justifican, sin embargo, al
constituirse en una prueba de la importancia constante de aquello que, siendo
un suceder privado tiene, a través del tiempo —que de pronto imagino doblado de
espacio— una presencia pública.
¿Qué puede ser más privado y aún secreto que el momento en
que se da un verso, en que con ese primer coágulo misterioso, comienza el raro
fenómeno de un poema? Esto no siempre, claro, porque deben darse ciertas
condiciones para que la iluminación no se disipe y una buena disposición
momentánea la prolongue sin desmedro.
Creo que ninguna forma de explicar ese extraño proceso nos
conforma del todo. Campos críticos opuestos coinciden en omitirla. Pero ahí
está la etimología —lo único indiscutible—: por un lado el misterio es lo
secreto, lo que se reserva para los mystes, los iniciados (que a veces son más
de los que se piensa y por eso antes pensé en el espacio). Por otro lado,
sugiere oficio, servicio, lo que nos lleva al ministerio. En ambos casos se
refiere a una actividad si no secreta, al menos reservada para pocos. Pero su
función ancilar puede en casos felices redundar en un servicio comunitario.
Como en la ocurrencia de Bernard Shaw, “un lenguaje común
separa” a quienes desde distintas concepciones emplean el nombre de poesía para
intentos distintos. Dice Maurice Blanchot: “Hoy el escritor creyendo bajar a
los infiernos, se contenta con bajar a la calle”. En la calle lo aguarda la
koiné con sus problemas, que suelen no tener relación con la exactitud del
lenguaje que debe preocupar al poeta ni con la trascendencia de la poesía, ni
con la ética, en el más hondo y amplio sentido de la palabra. Es cierto que
estos problemas que deberían inquietar a todos los hombres parecen haberse ido
adelgazando tanto como para ser atendidos cada vez por menos gente. Y quizás
ese empobrecerse de su campo es lo que lleva a los conscientes a inquietarse por
el sentido actual de la poesía.
Eso de inexplicable que tienen los aciertos poéticos, ese
misterio que inquieta a quienes se han habituado a pedir simplificación y
acorazada pasividad, suele ser tildado de hermetismo = poesía enrarecida, para
pocos, casi para especialistas. De aquí se puede pasar a suponer que el poeta
así estigmatizado codicia la incomunicación, acumula dificultades como bloques
para un muro separador.
Aquello con lo que tropieza el lector impaciente, el
misterio, objeto de fe en términos religiosos, debería ser, para el lector de
poesía, objeto de fe poética y pensar que lo secreto y misterioso puede dejar
de ser oculto; basta con que el entusiasmo y un cierto sentido poético se
apliquen a descifrar y a entender. Una construcción no usual, no desgastada por
el uso y un vocabulario más rico pueden ser las dificultades que esperan al
lector poco seguro. No son imposibles de enfrentar. El placer del
desciframiento entusiasta libera una misteriosa energía, que mueve no sólo
páginas poéticas: también la buena prosa del mundo. Que se me permita recordar
“el misterio blanco”, tras el que se movía Felisberto Hernández, con su mirada
al sesgo sobre las cosas, para leer en ellas lo que estaba debajo, las
relaciones no descifradas, ese misterio positivo, que libera energías, tienta a
participar con lucidez y la razón no rechaza.
Es posible que ese inquietante y blanco dragón prefiera al
campo de la prosa el de la poesía. Lo alusivo, las metáforas, los matices que
abundan más en ésta dan más trabajo. Los gimnastas, ¡cuánto se toman con su
cuerpo, para poder dominarlo a gusto! Dominar esa ambiciosa forma del lenguaje,
también conlleva su premio.
Ida Vitale
(extraído de Babelia )