En un panorama editorial asediado por una catarata
continua de novedades decir que esta era una novela esperada no es un eslogan
publicitario sino un mérito con categoría de verdad. Las expectativas eran
simples: había que ver si Gustavo Espinosa mantenía, o incluso superaba, el
nivel de sus dos novelas anteriores, Carlota Podrida y Las Arañas de Marte,
ambas multipremiadas y muy elogiadas.
Cualquiera que lea Todo Termina Aquí (Hum, 2016) sabrá que ha pasado
la prueba con honores. Aunque mantiene ciertas características temáticas,
filosóficas y de estilo y sensibilidad (claramente barrocas) que la hacen
formar una trilogía junto a las dos anteriores, esta novela no es más de lo
mismo.
Vayamos al grano: “todo termina aquí” es un verso de Los
Iracundos en uno de sus éxitos más fulgurantes, el hit Puerto Montt que
comenzaba con aquel “sentados frente al mar/ mil besos yo te di”. (Aclaración:
los más jóvenes deberán googlear el nombre de esta banda pop sanducera de los
‘60 que al día de hoy continúa siendo un clásico en varios países de América
Latina. En Ecuador, por ejemplo, son tan famosos como los Rolling Stone).
Ya desde el título se revela una constante estética de
Espinosa: la combinación de alta cultura y cultura de masas, un juego que
bascula entre lo popular y lo culto, entre el arriba y el abajo. Pero todo ello
dentro de un contexto muy específico: la periferia de la periferia. Sus
personajes viven en las orillas de la capital de un departamento, Treinta y
Tres, que es el pago más oriental de un país que está en la esquina sur del
Mundo. Siempre alejados de cualquier centro, por débil que este
sea –ya Los Olimareños cantaban “y es un pueblo de campaña/ la ciudad de
Treinta y Tres”– viven sin embargo mirando, o admirando, la cultura del
Hemisferio Norte.
Carlota Podrida aludía a Charlotte Rampling (que era
secuestrada por un fan en Treinta y Tres), Las arañas de Marte señalaban a
David Bowie y al rock progresivo de los años 70. Uno
de los ejes que vertebra Todo termina aquí es el blues, la música nacida en el
delta del Mississippi. Los protagonistas son tres músicos: dos bluseros de ley
que porfían solitarios en desarrollar su arte y un hábil guitarrista que
progresa abandonando la ciudad para terminar siendo un integrante de –nada
menos– Los Iracundos. Logra así convertirse en un profesional que termina
viviendo –y bien– de la música, a tal punto que es uno de los organizadores del
Festival Sentados Frente al Mar (que existe realmente en Puerto Montt). Mientras tanto sus ex camaradas permanecen semiflotando en el charco nada
proceloso del amateurismo más anónimo en la periferia de Treinta y Tres.
La novela es mucho más que esta cáscara, pero en esta somera síntesis el verbo crucial es progresar (¿qué significa progresar en arte? ¿con respecto a qué? ¿y hacia dónde?). A cada lector le corresponderá contestar esa pregunta pero podemos adelantar que el planteo no es maniqueo: no hay opciones buenas y malas, lo que hay es una descripción de actitudes frente al mundo actual, devorado por una necesidad de éxito incesante y una atracción descomunal por la cultura que generan los países centrales.
Digamos de paso que nada de esto es nuevo: ya en el siglo
XIX Emma Bovary sufría por no poder vivir en París sino en una villa rural
rodeada de gente rústica sin ninguna clase de estímulo. Quería, como ocurre con
los adolescentes que sueñan con estar en otra parte, vivir donde pasan las cosas.
(Su alienación la hacía olvidar que las cosa pasan por uno y no al revés).
Finalmente ese ensueño terminaba conduciéndola a la muerte.
Todo termina aquí resulta mucho más vital y optimista que
aquella angustia bovariana aunque no falten por cierto conflictos mayores y una
tragedia desgarradora. Por pobre que se sea, parece decirnos el autor, un
bluesman puede desarrollar su arte no solo a pesar de estar en la periferia
sino a veces precisamente gracias a eso.
Más o menos lo que ocurre en la vida real con el propio
Gustavo Espinosa, un treintaitresino que porfía en seguir viviendo en sus pagos
y en continuar asombrando a la Capital con su arte literario.