En el comedor de la vieja estancia donde se concentraron escribieron, además del folleto, ejercicios literarios donde el humor y la experimentación se daban de la mano.
Fue allí donde, según Bioy, nació el germen de Honorio Bustos Domecq, el autor que crearon para reírse de los esnobismos de la literatura. Se trataba de un experimento complejo, crear tramas ingeniosas y sólidas escritas con un estilo plomizo, lleno de clichés, amaneramientos generalmente afrancesados y lugares comunes que estaban de moda. De este modo querían reírse de sus contemporáneos.Bustos Domecq –los apellidos corresponden a los bisabuelos de Borges y Bioy– es un esnob de la escritura, una suerte de chanta literario que siempre está tratando de exhibir una superioridad que no tiene. Se le podría aplicar el viejo chiste de que el mejor negocio del mundo sería comprarlo por lo que vale y venderlo por lo que él cree que vale.
En 1942 publica su primer libro, “Seis problemas para Isidro Parodi”, protagonizado por un detective preso (por corrupción policial) que resuelve casos complejos sin moverse de su celda. Más allá del ingenio de las tramas –que hasta Umberto Eco analizó– destaca algo que Bustos desarrollaría en sus siguientes trabajos: una prosa barroca, tilinga y llena de lugares comunes. Bustos Domecq no escribe mal; escribe innecesariamente de más. En vez de decir “fui” escribe “me di traslado”. Sin embargo el libro fue leído “en serio” y tuvo éxito. Esto no desalentó a sus autores, quienes luego de asumir la responsabilidad del seudónimo siguieron creando cuentos graciosísimos en el estilo hiperbólico de don Honorio.
El futuro del fútbol según Bustos Domecq
Bioy anota en su diario que “Crónicas de Bustos Domecq” (1967) “fue el mejor libro que escribimos juntos”. En este volumen figura un cuento breve, centrado en el fútbol, que utiliza un recurso habitual en los relatos distópicos: contar desde el presente lo que ha ocurrido hace tiempo.
El argumento es sencillo: recorriendo la ciudad, Bustos nota que falta el estadio Monumental de Núñez. Para investigar esa desaparición se entrevista con el presidente de un club, el Abasto Juniors, que le cuenta una verdad sorprendente: hace años que ya no se celebran partidos. Todo lo que oímos y vemos es ficción, un relato creado por los locutores radiales o, en el caso de la pantalla, interpretado por actores que siguen una cuidada coreografía.
“La falsa excitación de los locutores” agrega el presidente “¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña?”.
Fiel al estilo ampuloso de Bustos, el cuento tiene el título en latín, se llama “Esse est percipi”, una cita del filósofo idealista Berkeley que significa “Ser es ser percibido”. La frase resume la concepción del obispo irlandés según la cual las cosas sólo existen como objetos percibidos. O lo que es igual, son fenómenos de conciencia.
Más allá del latinajo y de su estilo cargado y cargoso, Bustos Domecq no se equivocó en el título: todo el cuento gira en torno a la percepción generada por los medios de comunicación –ahora habría que agregar las redes sociales– que, como se ha dicho una y otra vez, no reproducen la realidad sino que la producen.
El Chino Recoba y el show
Hace unos años, en una entrevista que le realizaron Mario Bardanca y José Álvarez de Ron para el programa Derechos exclusivos de Radio Uruguay, el ex jugador Álvaro “Chino” Recoba contó su increíble debut en la liga italiana, en el Inter de Milán. En 1997, en los últimos diez minutos de un partido que perdían frente al Brescia por la mínima diferencia, Recoba entró y anotó dos goles que dieron vuelta el resultado. Al oírlo lo que más llamaba la atención era que se lamentaba de no haber aprovechado al máximo ese momento. Repitió varias veces que era “muy gurí” y que por eso “no había hecho show”. ¿Qué ocurrió? Hizo el primer gol y llevó la pelota al medio para que el juego se reanudara rápidamente. Luego hizo el segundo y tampoco hizo nada espectacular frente a las cámaras de televisión. Dicho de otro modo: no tenía desarrolladas estrategias para demorar, o mejor dicho estilizar ese instante único, el gol épico, que se repetirá miles de veces en toda clase de las pantallas.
Por su nacimiento, Recoba no integra la generación de los millennials (nacidos después del ’80); ellos sí naturalizaron, porque crecieron en un entorno digital, los recursos de la espectacularización que pautan el deporte: danzas celebratorias, tatuajes, cortes de pelo llamativos y un largo etcétera que sigue desarrollándose hasta el presente. Por eso mismo pudo reflexionar sobre su comportamiento y decir que, de haber tenido más experiencia, jamás habría actuado así en un momento legendario de su carrera. No es necesario enumerar todo lo que los jugadores han desarrollado desde entonces instintivamente para enriquecer el espectáculo.
Al fin y al cabo el show –siguiendo el mismo término que empleó Recoba– es tan importante como hacer un gol. ¿O no?
En el lejano 1967 la pluma preclara de Honorio Bustos Domecq dejó sentada su discrepancia: el show era, y es, más importante que el gol.
El virus y el balón
Esta espectacularización, que es la misma que se ha desarrollado en la vida pública en todos los órdenes, ha sido analizada hasta el cansancio y ya casi no la percibimos, sobre todo porque ha venido incrementándose a grandes pasos. Sin embargo, la pandemia del Covid 19 la ha llevado a extremos impensados poco tiempo atrás: estamos cada vez más cerca de hacer realidad –si es que podemos seguir usando esa palabra, realidad– lo previsto en el cuento de Bustos Domecq. Porque la pandemia no solo ha colapsado el planeta, sino que ha acelerado procesos que ya estaban en marcha. El año pasado nos enteramos que ante la prohibición del ingreso de público en los estadios, el fútbol iba a incorporar en sus transmisiones efectos de sonido extraídos del juego de Play Station FIFA 20.
La noticia no sorprendió demasiado a nadie. No faltó incluso la cita obligada al filósofo francés Jean Baudrillard, quien postuló que las experiencias simuladas iban a reemplazar a la vida real en la sociedad postindustrial. El mundo tiende a Disneylandia.
En 1973 el novelista británico J.G. Ballard anunció que la realidad estaba cada vez más llena de ficción. Este fenómeno, decía, se debía principalmente a la publicidad y era visible como preparación, como puesta en escena aplicada a todas las actividades públicas realizadas en la sociedad. El marketing, decía, siembra núcleos de ficción en la realidad que comienzan a jugar entre sí aumentando su poder persuasivo. “Vivimos en una gran novela”, concluyó, luego de sostener que la tarea del escritor ya no era crear la ficción sino “inventar la realidad”. En otras entrevistas lo matizó diciendo que debía intentar descubrir qué es lo que está ocurriendo en la realidad, por debajo de la red de ficciones que tiene su lejano origen en el marketing.
En 1967 Bustos Domecq se adelantó a todos: en su distopía tanto los jugadores como el público son virtuales. Estadios como la Bombonera o el Monumental permanecen cerrados, abandonados y llenos de yuyos. Son “demoliciones que se caen a pedazos” mientras una falsa multitud vitorea los goles, protesta contra las faltas groseras y murmura cuando la pelota se acerca al área.
Vale la pena citar la perplejidad del propio Bustos ante el presidente del Club Abasto Juniors:
“—¿Entonces en el mundo no pasa nada?
—Muy poco —contestó con su flema inglesa—. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está encasa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.”
Lo que queda por ver
Se sabe que los jugadores reales juegan, en sus ratos de descanso, al Play Station FIFA. Aveces incluso lo hacen jugando con su propio avatar. Hay que imaginar a Suárez, Messi o Neymar (póngase el nombre que se quiera) sentados en cómodos sillones frente a una pantalla, moviendo los pies de sus personajes virtuales. ¿Es posible pensar que un día alguien los haga jugar así? Tal vez ya ocurrió y no me enteré. Pero si así fuera, no es descabellado prever que en un futuro cercano serán prescindibles. Pero no por la maldad de la FIFA sino porque la gente –el mercado– lo exija.
La fuerza irresistible de esta estilización, “el show” en palabras de Recoba, radica en la búsqueda de la superficie perfecta, de una simetría y una exquisitez que la vida real no posee. La piel de las modelos en las revistas no tiene poros, los jugadores de los videogames nunca se deprimen, etcétera. Remedando a Hitchcock, la ficción es la vida sin los momentos aburridos. O lo que es lo mismo, sin todas las incomodidades, caídas de ritmo, tropiezos, escupidas y defectos que pautan la realidad. (Atención: estas caídas también pueden ser programadas por el algoritmo).
Sería interesante hablar de las causas de esta pulsión por lo exterior, de esta huida ante el ¿vacío? interior. Por último, es interesante ver que en el cuento de Bustos Domecq se aclara, por boca del presidente del club, la fecha del último partido analógico que se jugó en Argentina:
“El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.
Hasta en ese detalle Borges y Bioy fueron exquisitos; fue en ese año, 1937, cuando nació el germen, en una reunión para redactar un folleto publicitario, de su autor ficticio. La lógica de la publicidad fue su marca de nacimiento. Por eso, si Bustos hubiera sido más despierto, no lo habrían sorprendido las palabras oraculares del presidente del Abasto Juniors:
“—Convénzase Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.”
Pablo Silva Olazábal
(publicado en el suplemento cultural Contratapa 18.02.2021)