El sábado (8/8/20) conté en Facebook las razones de porqué me había
gustado tanto el documental "Nasha Natasha", sobre Natalia Oreiro que
está disponible en Netflix. En 4 días el posteo tuvo más
1.040 likes y fue compartido 660 veces. El semanario El Eco de Nueva Palmira lo reprodujo ayer en su edición digital.
Resulta
increíble el choque de fuerzas a favor y en contra que provoca Oreiro,
nadie queda incólume. La emoción (que es fundamental en la cultura
popular) parece cegar todo razonamiento. Por ejemplo, de los casi 500
comentarios, solo una docena comprendió que una cosa es el documental
(el signo) y otra Natalia Oreiro (el referente). Igual, creo que al
final la mayoría tiene razón: el significante y el significado integran
algo mayor, más único e indisoluble, eso tan misterioso que es un signo,
sobre todo en la cultura popular.
(Acabo
de leer una entrevista en La Nación, Natalia Oreiro dice "que se ríe de
lo que la gente ve en ella, de su propia imagen, que ella no se parece
en nada a ese espejismo". La entrevista es del 2000: Nasha Natasha tenía
entonces 22 años).
Aquí va el posteo que se convirtió en articulo:
Después
de una agotadora asamblea sindical por zoom, iba a dormirme cuando por
casualidad, pensando en un poco en despejarme y otro poco en investigar
cómo serían los primeros 5′, me puse a ver el documental de Natalia
Oreiro, Nasha Natasha (“nuestra Natasha” en ruso) que acababan de subir
Netflix. No soy de acostarme muy tarde, pero ese día eran más de la una
cuando me fui a dormir. No pude despegarme del televisor.
No soy
lo que se diría un fan de la Oreiro (no me parece en principio una gran
cantante o una gran actriz) pero a los cinco minutos quedé
enganchadísimo con el tratamiento cinematográfico de la historia,
deslumbrante en la edición y asombrosamente preciso en la narración, con
un vuelo poético nada desdeñable (al principio hay una toma de un
larguísimo pasillo del tren con el que recorren Rusia: esa toma, de ojo
de pez, de un pasillo vacío, está llena de significados; es tan rica que
el realizador la reitera un par de veces: es la magia de los pasillos
vacíos). Pronto vemos que el documental está dividido en capítulos
numerados; al comienzo de cada uno, una voz gutural recita, o declama,
en ruso, textos de alto contenido existencial. Me pareció gracioso,
insólito y sobre todo muy desafiante –incluso hasta un poco pretencioso–
mezclar nada menos que a Tarkovski con Natalia Oreiro (!!).
Después
vi que no, que no resulta pretencioso, porque la película cuenta un
trayecto vital –el que va de vivir en el Cerro a ser recibida por miles
de fans en Rusia, recorrer miles de kilómetros hasta llegar a Siberia.
Contar una vida implica siempre -se quiera o no, y aquí el realizador es
muy consciente de que lo sabe- una reflexión existencial.
Tres
apuntes: 1) al comienzo vemos una larguísima ruta blanca, nevada,
vacía; me acordé que en su libro “Sombras rusas”, la cronista argentina
Liliana Villanueva narra que entrar por una ruta en Rusia implica
enfrentarse a distancias desmedidas, desoladas, insólitas (Villanueva
cita la reflexión de un francés del siglo XVIII que experimentó lo
mismo: el enfrentamiento a la inmensidad, a lo inmenso, a una soledad
gigantesca).
Ver a Natalia Oreiro en acción, cubriendo todos los
detalles e impulsando la organización, es ver una fuerza de la
naturaleza desbordándolo todo, atenta a mil problemas, con un simpatía
que parece siempre tan ilimitada como su energía. Hace sus shows
hablando ruso mientras canta en español (y es coreada por miles de
personas en, por ejemplo, una ciudad de Siberia).
2) En medio de
la gira, cenando en el tren, los miembros del equipo empiezan a cantar y
Natasha (nuestra Natalia) comienza a cantar en ruso; de pronto todos la
siguen y empiezan a bailar en farándula… por un pasillo del tren,
larguísimo, mientras dan vivas a… la URSS (!). La canción (imagino) es
popular y recuerda al experimento soviético. ¿Qué distancia hay desde la
cultura del Cerro y su tradición sindical a cantar y vivar a la ex
Unión Soviética en un tren ruso? No tengo ni idea, pero escenas como
esas, que no se pueden asimilar, ni clasificar o definir fácilmente es
la marca de una buena película; un rasgo de la poesía es que no concluye
ni cierra ideas, sino que abre significados.
3) Todo
el documental es la persecusión de un sueño, triunfar en el mundo del
espectáculo; la película cuenta esta realización inaudita. Mollo, la
pareja de Natalia, lo dice explícitamente, la vida es un sueño, es el
registro de un sueño. En un momento vemos a esta enérgica Cenicienta
(que, además del Cerro, también se crió en Jacinto Vera) haciendo algo
insólito para una diva que protagoniza un megatour: mientras habla de su
filosofía de vida (“creo en la oportunidad pero creo más en el
trabajo”) sentada en la cama, cose su vestido de luces. (Esta es, creo,
una marca insoslayable de uruguayez, de porfía en el trabajo).
Alguien
puede sostener que esa es una imagen “arreglada”, que participa de la
ficción que inevitablemente tiene todo documental. Yo no tengo ninguna
prueba, pero creo que es real, que no fue impostada, que ella es así,
que si es necesario, cose su propio vestido.
Al terminar de ver la
película pensé que la magia, y la eficacia, que tiene, se explicaba por
la excelencia y el talento de su director y guionista, Martín Sastre
(quien ya dirigió a Oreiro en “Miss Tacuarembó”) pero cuando pasaron
unos minutos me di cuenta de que, detrás de todo, de las luces, del
éxito, del griterío y de las lágrimas rusas está lo mismo que movió a
esta impresionante realización cinematográfica; la misma fuerza
huracanada, concentrada en un solo punto, seguir adelante.
(Dice
Borges que cada vez que un oriental escribe sobre otro oriental incurre
fatalmente en ditirambo; a lo mejor es verdad y todo esto que escribo
puede sonar exagerado pero igual digo, véanla y después me cuentan).