El
Cuaderno de Barro es un documental (60’) exquisito y sensual que cuenta el
viaje del pintor Miquel Barceló a Malí, en África. A la vez, y de una manera
difícil de explicar, la película es una obra elemental, básica, una especie de
zambullón al origen del Arte y del Hombre. Podría haberse llamado perfectamente
África y el barro, porque estos dos factores están pivotando al final (o al
principio) de esta peripecia individual (y a la vez colectiva porque señala un
origen) que cuenta este documental de Isaki Lacuesta que veremos el viernes 4 en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV).
En las manos de Miquel Barceló la arcilla recobra el juego y la sensualidad que todos le conocemos, en un recuerdo que llevamos en nuestra en la memoria profunda –incrustada seguramente desde los tiempos de la experiencia escolar o preescolar. Ese recuerdo habita en la yema de los dedos, cuando la plasticina se deformaba por la presión y adquiría formas y tamaños que decidíamos a voluntad dentro de la palma de la mano.
O
tal vez nos llegue desde mucho más atrás: de los tiempos en que todo era moldeable
sin que importara qué podía salir al final.
La
película parece decir que lo importante es el proceso, la arcilla entre los
dedos: en ese proceso radica la belleza. Y no solo eso; de algún modo funciona
también como signo de utopía. Una utopía alcanzable, no un fin en sí mismo: en
ese proceso surgen y entran en funcionamiento fuerzas atávicas, desconocidas,
conducidas hacia un fin. Hay una chispa en los ojos de Miquel y en los de su
compañero Josef cuando están en medio de la acción; es un brillo que capta la
cámara y que tiene mucho de la concentración salvaje de quien observa la obra
con ánimo de cazador que observa una presa a punto de alcanzar. Una chispa de
daimón serio; un oído alerta a la información interior. Porque está claro que
esa extrema atención está dirigida no solo hacia la obra sino hacia adentro de
sí mismo: en esos momentos, como suele ocurrir en las performances, el artista
ignora todo lo exterior.
Este
proceso, que por sobre todas las cosas tiene una dimensión física, estalla en
ocasiones en agresividad, en impostura y en violencia, pero en otras también
surge el humor, lo bizarro y la ternura. Esas extrañas máscaras que duran en la
cabeza menos de un minuto parecen surgidas de otro planeta y provocan
asociaciones imprevistas, colindantes con la ciencia ficción o con los dibujos
animados (cuando las veía le comenté a mi hija Pilar “parece uno de los
monstruos de Ben10”: ella, por todo comentario, se limitó a sonreír).
Viéndolas
cómo se superponían unas sobre otras en la cabeza de Josef, el coréografo,
agregando capas de nuevas fantasías (¡fantasías que surgen de un cántaro
perfecto deformado sobre esa cabeza!!) se me ocurrió algo no demasiado
original: muchas “novedades” de la ciencia ficción tienen su origen en
fantasías comunes (en el sentido de colectivas) y atávicas que se pierden en el
principio de los tiempos.
Pero
sigamos: luego de la performance una suerte de metamorfosis continua de
sensualidad y de arcilla parece licuarse y fundirse en el agua de las acuarelas
que tiñen la impresión en unas láminas devoradas por las termitas; toda
metamorfosis puede volver empezar, parece decirnos, y, para nuestro asombro
(asombro infantil, de niño boquiabierto, muerto de ganas, al que se le hace
agua la boca frente a lo que ve) una belleza inconmensurable y sorprendente nos
aguarda en cada una de sus etapas.
Carbonilla,
acuarela, barro, lejía: todo puede ser pintura en las manos nudosas de Miquel
Barceló quien sistemáticamente emprende sus obras con una mirada fija y seria
pero también con un aplomo gozoso y sonriente, el aplomo de quien se siente
como un verdadero pez en el agua. En este gozo por moldear y dibujar hay una
sensualidad que convierte a El Cuaderno de Barro en una especie de canto a la
vida. O mejor, hace volver al Arte a su verdadero origen, a su verdadera
función, a la única que nos conmueve a todos por igual: la misión de alabanza y
canto por los meandros de la vida, por la belleza que este universo destila en
cada rincón y a cada momento, en cada uno de los relieves o manchas de cada una
de las paredes que sostienen cada una de las cavernas que existen, perdidas en
el tiempo de las arenas de África.
******
La noticia apareció en portal UyPress y Montevideo.comhttp://www.pantallazo.com.uy/auc.aspx?292463
El debate, organizado organizado por La Máquina de Pensar, contó con la participación de Gabriel Peluffo, Clemente Padín y Marcos Ibarra. Pueden verse fotos aquí
Puede oírse íntegramente aquí y la película El Cuaderno de Barro verse aquí