La Pensión según Alejandra Zina


Siempre me fascinó el dicho de que pasa un ángel cuando se hace un silencio repentino. Un silencio que quita la respiración. Me crié en una casa laica y salvo papá noel y los reyes magos no entraba ningún otro sujeto que no fuera de carne y hueso. Los ángeles pertenecían a las iglesias, a los negocios de cotillón, y más tarde a las películas de Wenders. Cuando conocí el dicho del ángel me produjo una especie de revelación mística. Entonces el silencio viene de otro lado. Entonces no controlamos todo lo que hacemos. Entonces hay fuerzas no visibles, no palpables, que pueden transformarnos.


Lo inexplicable se vuelve sagrado.

La película me fue indiferente pero, desde que vi Constantine, cada vez que pienso en un ángel caído me viene a la cabeza la belleza andrógina de Tilda Swinton encarnando al arcángel Gabriel. Los bucles dorados sobre su cara pálida, las enormes alas de plumas grises desplegadas en la espalda, sus pies aplastando la cara de Keanu, la fuerza huracanada de su aliento. Una superheroína bíblica.

Me acordé de ella cuando empecé a leer esta novela de Olazábal, solo que el ángel que nos recibe en la primera página no es tan poderoso ni tan sobrio como el de la película. Encima le toca vivir en un cielo mugriento y desvencijado. En el altillo de una pensión montevideana (no está dicho en ningún lado, pero no me puedo imaginar otra ciudad que no sea Montevideo) el ángel descansa o soporta la vida en la tierra mientras vela a regañadientes por las almas de los que habitan ese edificio. Quizá sea el castigo que debe pagar por algún pecado que no conocemos, o quizá haya ángeles de segunda, sin derechos, sin privilegios, discriminados por sus pares, confinados a esos lugares sin belleza, portadores de alas que no sirven para irse a ningún lado. Como un borracho de lo más terrenal, el ángel del altillo toma para no escuchar.

Yo también me encariñaría con la botella si tuviera que escuchar sin cesar los pensamientos de esa runfla de pensionistas, obsesivos, gritones, miserables, timoratos, que viven atrincherados en sus cuartos, pendientes de sus vecinos o molestando a los animalitos que los rodean. Como dice sabiamente el ángel del altillo: “Esto no puede terminar bien. Hay una energía negra que fluctúa en las paredes”.

Es difícil no ponerse del lado de este ángel caído en desgracia, o del lado del loro al que quieren rebanarle una verruga con un cuchillo, o de la gata en celo, de las moscas, de las alimañas, del perro cachirulo de la portera que nos habla en algún momento y nos dice la posta de ese lugar. En Pensión de animales las personas dejan mucho que desear.

Pero con esta advertencia sobre lo más oscuro, lo más inhumano, de nuestra especie, también se cuela el misterio, la sorpresa y el sosiego. Un ángel que pasa, un perro que habla, pueden humanizar los peores rincones de la ciudad.

Lo conocí a Pablo hace dos años cuando leí sus conversaciones con Mario Levrero y me volví fan de ese libro. Fue una generosidad de su parte haber compartido y editado todos esos mails que fueron y vinieron de su casilla a la de Levrero. Generoso por haber transformado esa charla íntima en una tertulia con los lectores. Después lo conocí personalmente en Montevideo, allá me contó algunas historias más de su maestro y amigo. También lo escuché hablar de fútbol, de libros, de su programa de radio, de su mujer, de Fray Bentos (su ciudad), después compartimos una mesa larga y ahí sí todos nos encariñamos con la Pilsen y la Patricia. Seguimos conversando a la distancia, por radio y en ese patio que es el muro de Facebook donde todos salimos a tomar aire y a sacudir los trapos. Hace unas semanas Pablo me escribió, Paula se ocupó de conseguir este Tano Cabrón y hoy nos volvimos a encontrar para celebrar su hermosa novela, publicada por Estuario, una editorial con un catálogo impresionante, de los más prestigiosos de Uruguay. Por esas vueltas aduaneras, Pensión de animales solo se consigue esta noche y en este lugar. Ojalá puedan llevarse una. Y ojalá las cosas cambien para que los libros de Pablo y de Estuario crucen y se queden con nosotros de este lado del charco.


Alejandra Zina

Buenos Aires, 4 de septiembre de 2015

  (texto leído en la presentación)