Maracaná (2014) (dir. Sebastián Bednarik y Andrés Varela)



Lo primero que habría que decir es que este no es un documental solo para amantes del fútbol. Se trata ante todo de una gesta y como toda gesta cuenta el enfrentamiento entre dos rivales asimétricos donde el triunfo del más débil resulta no solo improbable sino directamente imposible. 
La película cumple con las premisas de esta clase de relato. Por algo uno de sus directores, Sebastián Bednarik, declaró que le interesaba hacer un western, porque en ese tipo de película “ya sabés que el muchachito va a ganar pero si está bien hecha  igual te ponés nervioso”. Como en La Ilíada al principio de Maracaná vemos cómo una delegación de hombres poderosos se dirige a buscar al héroe que, como un moderno Aquiles, se niega a partir con la expedición. Luis Batlle y  su gobierno van hasta la modesta casa de Obdulio Varela para comunicarle que aceptan la condición que el jugador exige, otorgarle un empleo público.
Y así como La Ilíada el protagonismo de una hazaña colectiva se concentra en media docena de personajes, todo el relato de Maracaná avanza en la construcción del héroe, que se va imponiendo a golpe de unas frases que parecen destinadas al mármol.
 Gracias a una edición sumamente equilibrada que combina fotos y películas –provenientes sobre todo de archivos brasileros– la acción avanza sin la necesidad de narradores en off ni de “cabezas parlantes”. Salvo el principio, donde se oyen voces de diferentes especialistas la película es contada –como en un coro griego– en la voz de sus protagonistas, los jugadores de ambos equipos.
Sorprende las coincidencias, (¿o habrá que hablar de constantes históricas?) entre el proceso que llevó al inaudito triunfo en Brasil y el actual proceso encabezado por el Maestro Tabarez.
Luego de ser abucheada antes de partir hacia Brasil (recuérdese la última eliminatoria y los gritos pidiendo cambios radicales) la selección uruguaya avanza en el campeonato a tropezones, ganando casi siempre “de atrás”, en un fútbol reactivo donde el rival logra casi siempre adelantarse en el tanteador y donde se le gana con lo justo, generalmente con goles logrados a través de montoneras increíbles.
Uno podría decir que “esta película ya la vimos”, porque aparece también la crisis institucional del fútbol (la película arranca con la huelga de los jugadores en 1949) y la improvisación general, que llega a extremos ridículos, como no haber previsto el triunfo en la final. 
Pero surge también el ir de menos a más, siempre en el papel de punto y no de banca. Llegado el punto crítico donde los jugadores quedan solos frente a la adversidad de su destino, aparece el famoso “apretar los dientes” en aras de realizar lo que sea necesario para alcanzar el triunfo colectivo.
Como en toda gesta, Maracaná da razones para explicar el resultado inverosímil de la final. Más allá de las condiciones superiores del héroe el triunfo, como ocurre en los relatos épicos, se debe siempre a circunstancias excepcionales, que en este caso estuvieron radicadas en los graves errores cometidos por Brasil. No conviene adelantarlos pero sí se puede hablar al menos de uno, el de la intromisión, con fines proselitistas, de la política en el fútbol.
Mientras que la celeste era abandonada por casi todos (hubo inluso dos dirigentes y dos periodistas que se volvieron antes de la final) en Brasil ocurría exactamente lo contrario: la presión política, con su lógica distinta, enfocada hacia el proselitismo, se encargó de que la verdeamarelha cometiera los errores más increíbles, entre ellos el del desmedido triunfalismo.
Maracaná, una película excelente producida (todo hay que decirlo) por Tenfield, parece expresar que el desarrollo deportivo mejora cuando se consolida un grupo humano tras un líder y se lo mantiene fuera de lógicas externas y de intereses particulares. Una lección que al parecer aún nos falta por aprender.