Runruneo de reseñas

Libro de sueños literarios, sueños de la literatura, literatura de sueños literarios… poco importa. Silva Olazábal nos regala sus sueños- algunos, quiero creer que no todos son literarios- espacio onírico en que interactúa con escritores que evidentemente ama y admira, no obstante lo cual no se trata de adulación o panegíricos, el humor lo salva y nos salva de ello.

El interés y la mentira se potencian desde los acápites de Hermann Hesse y Hebe Uhart: Nadie sueña con lo que no le interesa y En literatura siempre se miente un poco; y aunque quizás no se trate de mentira sino de fabulación onírica, Bolaño, Levrero, Onetti, García Márquez, Benavidez, Felisberto y otros alternan escenas absurdas a veces, patéticas otras, siempre tiernas o piadosas- se les perdona los defectos, porque estos solo se restan a sus virtudes.

El libro se abre con una suerte de confesión de odio. Odio a la llamada literatura del yo, escritura autobiográfica, autoficción y sus derivados. Confesión que suscribe Héctor Corvalán Ramos, nom de plume de un escritor anónimo que nos deja su prólogo: “La veo como un peligro, y no solo porque representa un atajo fácil para una literatura como la nuestra, que se viene aguando hace muchos años con historias que tienen la consistencia chirle de un pantano sino porque escribir, como sostenía Borges, es un trabajo que aspira a la invisibilidad”
Quizás la tesis no explicitada por Olazábal pudiera ser que quizás los sueños no sean tan personales como se piensa, tan subjetivos y singulares, sino agenciados desde múltiples lugares y seres, así como desde lecturas y escrituras otras. En todo caso, aunque el yo soñante- en este caso el de Olazábal no desaparezca de escena, no es quizás su centro, aunque los sueños sean suyos. Porque: “De acuerdo, puede que siempre estemos hablando de nosotros mismos pero, ¡por favor! Mediados por el músculo de la imaginación”. 

Y vaya si es el caso de estos relatos. Así en Onetti en la Costa Azul, el escritor es subyugado por una Julianne Moore, bella y brillante, en un jardín de ensueño que reúne a gente en mesas redondas: “…como un collar mal hilvanado” Finalmente Onetti nos regala su firma en una caricatura de su cara hecha por él mismo casi en un pase de magia o ilusión. O en Bolaño en Perú, en que el soñante recibe la visita de Roberto Bolaño, que quiere conocer Marindia y parten en busca de un escritor peruano importante, del que no se dice el nombre en el mismo acto que se lo dice: ¿Julio Ramón Ribeyro? En el sueño se sabe que Bolaño se está muriendo, o al menos está muy enfermo , “cercado por la muerte”. Y hablan de “La literatura nazi en América Latina”, libro que el soñante considera malo a excepción de un cuentazo que salva al libro.
Y hablan de literatura hecha desde la inteligencia vs literatura hecha desde el inconsciente. Pero ya nada importa demasiado y hablar de fútbol puede justificar el fin de una existencia que se apaga y lo sabe.
Pero no solo de literatura se vive. En La ola traicionera, una clase de dibujo, de la que participan los pintores Yamandú Cuevas y Marta Villa, como unos aprendices más, se ve amenazada por una ola que no se sabe si tiene su origen en el río exterior o en aquel que los dibujos convocan, que se animan peligrosamente. Casi como una metáfora de la peligrosidad inocente- solo en apariencia inocente- del arte, o del deseo de su potencia derramando sus efectos en la vida de las personas.
Al final de cada sueño-relato hay alguna nota, a veces explicativa, de restos diurnos que pudieron aportar a la producción onírica, a veces como líneas de fuga o derivas que hacen felizmente imposible toda hermenéutica definitiva.

Fernando Barrios Boibo

revista Relaciones N° 436 setiembre 2020



Los sueños como tema literario

Bastante onírico


En su libro más reciente, El run run de las cosas, Pablo Silva Olazábal crea un personaje, Héctor Corvalán Ramos, con destrezas y rutinas que lo habilitan para ser su álter ego, pero también con atributos que ponen en duda dicha función. Suya es la voz narrativa que presenta el universo ficticio diseñado por el autor real, a saber: los espejismos y las prerrogativas de un escritor que lleva un diario de sueños cuyos protagonistas son escritores. Hace años que Silva Olazábal conduce en Radio Uruguay el programa cultural La Máquina de Pensar. Es probable que entrevistar durante tanto tiempo a escritores y a críticos, opinar sobre libros y autores, reflexionar sobre el artista y sus vínculos con el arte haya regido sus sueños e influido en su ánimo para escribir este libro. También es factible que su preferencia por la intermediación de un autor ficcional se deba a que la voz que enuncia los hechos suele exponerse demasiado. Y a la hora de construir sus ficciones, a los escritores no siempre los beneficia apoyarse tanto en su realidad (si bien nuestro narrador hace referencia a un «realismo onírico»).


En un recuadro informativo de sesgo humorístico, Corvalán se presenta como escritor y declara su odio a la escritura autobiográfica. Trascartón, suscribe un prólogo –que aun en su ironía puede leerse como arte poética, ya que proclama un ideal estético– en el que enumera los motivos principales de esa tirria: «La renuncia a la imaginación», «el abuso y el bastardeo de la primera persona», «el esfuerzo por ser cool o por inspirar lástima». Finalmente revela que luego de 37 meses sin escribir una línea llegó la inspiración, pero que por razones inexplicables sólo puede pensar en escribir sobre sí. Entonces, anuncia un propósito desmesurado: «Escribir una novela de autoficción que termine con todos los libros del género». Acaso se inspire en la genial paradoja cervantina por la cual el padre de la novela moderna expresó su deseo de terminar con los libros de caballería y creó un caballero inmortal.


Lo que exhibe El run run… es una red de propuestas textuales que, al recurrir a sueños como material literario, produce tensiones y ambigüedades, asunto de larga data, pero que teórica y estéticamente aún puede resultar problemático. Entre otras cosas, porque cualquiera que haya intentado relatar un sueño, o escribirlo, conoce las dificultades de representar con palabras las insólitas combinaciones de los mecanismos oníricos. Pero, además, porque el soñante de El run run… es un personaje de ficción y sus sueños derraman el trabajo literario del autor real. Por supuesto, un tácito pacto de lectura dice que cuando hablamos de ficción aceptamos los riesgos de creer y de hacer creer, cuestión que en este libro protege el sentido de los sueños como si fueran privilegio del narrador y evidencia histórica de los autores representados. En todo caso, los sueños relatados por Corvalán no dejan de ser una excusa y una forma de juego pensada por el autor real para poner en circulación un conjunto de versiones, una trama de relatos que atrapa figuras y legados, en la que los escritores y los textos literarios son, sobre todo, «casos» para pensar la literatura y la figura del autor, y para reiterar una pregunta pertinaz: ¿cómo ser un buen escritor? En La parte soñada (2017), Rodrigo Fresán también abordó, aunque desde otro lugar, una aproximación a los sueños como insumo de la ficción y de la propia vida.


El lenguaje de Silva Olazábal, nacido en Fray Bentos en 1964, es sencillo, útil para mezclar a su antojo la ficción y especulaciones literarias que intentan una nueva realidad. Entre los personajes aparecen algunos de sus tutores literarios; es el caso de Levrero, que asoma más de una vez. Con Borges, el narrador se encuentra en una plaza madrileña; con Onetti, en Costa Azul; con Bolaño, en Marindia. Hay sueños con García Márquez, Juan Filloy e Ignacio Echevarría, con uruguayos como Felisberto Hernández, Paco Espínola, Circe Maia, Amanda Berenguer, José Pedro Díaz, Delgado Aparaín, Luis Bravo, Martín Bentancor, Jaime Clara, Appratto, Polleri, Rosende, Rehermann, Santullo y un largo etcétera que incluye hospedarse dentro de Milton Schinca y verlo todo desde su perspectiva. El libro también convoca, aunque mínimamente, a músicos y pintores. La mayoría de los sueños son comentados en notas que eluden los conflictos de la interpretación. Hay preocupaciones y diálogos literarios, géneros y fronteras que se cruzan y nos provocan, hay algún viaje en el tiempo, y hay zombis. 


 Alicia Torres, Brecha, 31 julio, 2020

 

 

Comentarios de Lectores 

Romper estructuras 


Ese es el primer concepto que me surge al terminar de leer “El Run run de las cosas de Pablo Silva Olazábal, y como ávida lectora todo lo que es “distinto” me atrae. Sucede que además conozco a Pablo y he seguido su obra, por lo que me resulta interesante escrutar en sus intenciones, sus propuestas, literarias. Es que Pablo viene violentando las estrictas normas literarias que establecen géneros, subgéneros, estilos, y demás calificaciones, porque a los humanos nos gusta calificar, etiquetar, parece que necesitáramos un techo para protegernos, y proteger lo escrito, enmarcándolo dentro de esos parámetros, y a Pablo eso no le interesa, se arriesga y nos provoca. No olvidemos que Pablo Silva ha sido gran propulsor de los microtextos, organizando concursos, y seminarios.
Podemos observar que ya en “Pensión de animales”, una novela que juega con los límites de lo fantástico, con ese ángel caído que lee los pensamientos, y lo real, Pablo no se constriñe a lo establecido como norma general: lo real por un lado y lo fantástico por el otro, y construye una ficción onírica, un realismo mágico, una ficción fantástica, pero no ciencia ficción. “Pensión de animales” transcurre en un mínimo espacio temporal, y que se lee también vertiginosamente, audaz en su planteo con el detalle de lo cotidiano transformado en un universo dentro de otro universo, una situación dentro de un cuarto dentro de una pensión, lo real, lo fantástico y lo onírico mezclados con maestría.
En nuestro país tenemos grandes autores que juegan con lo fantástico y lo onírico, el ejemplo paradigmático es el de Felisberto Hernández, sin olvidar a Onetti.
En “El run run de las cosas”, poco importa si es una novela o una sumatorias de cuentos hilvanados, en todo caso -si necesitamos etiquetar- siempre estamos en la narrativa como género, resulta más clara la propuesta de jugar con lo onírico, no solo porque se relatan sueños, sino porque en los propios sueños, por ser sueños, se entrelaza fantasía con realidad, el llamado realismo onírico.
Acá tenemos una novela en que cada capítulo es un sueño, cada sueño que le corresponde un autor, en “Pensión de animales” cada capítulo era una habitación y un personaje diferente, acá el hilo conductor es el soñador, allá era el ángel que no vuela. Seguramente escritores a los que el autor admira, respeta, les tiene afecto, y esto se nota en la forma sencilla, comunicativa con que se expresa.
Como ya dije, se lee velozmente pero te deja pensando.
En esto también me resulta comparable a “Pensión de animales”, el ritmo vertiginoso, la sucesión de historias que obran como disparadores para que podamos elevarnos un poco más allá, una mirada a la sociedad, a sus protagonistas, propia del autor.
Hasta los títulos de ambas novelas tienen una mezcla extraña que ya nos hace pensar y preguntarnos de qué van. “Pensión para animales”, las pensiones son esas viviendas comunitarias para seres humanos, con cuartos que albergan personas o familias. El runrún, es un sonido o zumbido continuo, también es un rumor que circula entre las personas, entonces el run run de las cosas ¿sería un ruido constante? o ¿el repiqueteo de un sueño? ¿las cosas hacen ruido?
¿Contamos los sueños como los soñamos o cuando los decimos ya los estamos subjetivando? ¿Se puede hacer una autobiografía a través de los sueños?
Pablo Silva no dejes de provocarnos con tus textos.

Leonie Garicoïts

 EL RUN RUN DE LAS COSAS


Si algo de bueno recordaré de este año 2020, el terrible año de la pandemia de coronavirus que dejó tanto dolor y muerte al mundo, es que el obligatorio confinamiento me dio tiempo para leer varios libros que los tenía arrumados en mi escritorio. Uno de ellos fue “El run run de las cosas” del escritor uruguayo Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, 1964). Un libro de 226 páginas publicado por  editorial Estuario.
Algunos escritores y críticos ya han abordado este libro y han dado sus opiniones. Mario Delgado Aparain, el también destacado narrador uruguayo, dice en la contraportada que “se trata de un libro insólito, que cuesta clasificar, y donde las fronteras entre sueños y anotaciones, lo real y lo ficticio, lo onírico y la vigilia son difusas” y también dice que aun cuando está lleno de escritores y referencias literarias es lo menos intelectual que ha leído.
Así es, un libro inclasificable en el que el autor crea un personaje ficticio,  Héctor Corvalán Ramos, prolífico escritor de una decena de obras, quien odia la literatura autobiográfica y desarrolla una teoría para denostarla, al punto de convencernos. Luego comienza a narrar y comentar un sinfín de sueños en los que siempre aparecen escritores o artistas en las situaciones más insólitas (¿qué sueño no las tiene?) y a momentos hilarantes. Y eso es lo que más destaco de este libro: su humor. Un inteligentísimo humor que envuelto en la crisálida del sueño nos permite mirar a un Borges en un vagón de metro de Madrid leyendo libros buenos y malos como una suerte de condena porque, dice, “se cultiva el oído leyendo de todo”; o a Onetti repartiendo autógrafos en una fiesta de gala en la Costa Azul; o a Bolaño perdido en un pueblo peruano; o a Mario Levrero y Washington Benavides enfrascados en una pelea sin fin (“Era tan cómico, dice, que parecía una película muda, pensé en el Gordo y el Flaco o en Buster Keaton”).
Un libro ameno y agudo que nos obliga a viajar con el autor por la vida de autores que admira y a los que encuentra en los sueños para preguntarles cosas que nunca le dijeron ni le dirán en su excelente programa radial “La máquina de pensar” que mantiene en Radio Uruguay. Un libro que rompe los moldes de la narrativa tradicional y de la solemnidad u obscuridad de muchas novelas para llevarnos al terreno de los sueños, de la risa y de la reflexión. Un libro al que no se puede abandonar una vez que se lo comienza a leer porque nos atrapa como en un sueño fascinante del que no queremos salir.

Galo Galarza 

(escritor y embajador de Ecuador en Uruguay)


De Circe  


Pablo: Van felicitaciones, muy atrasadas, pero muy sinceras, por El run-run de las cosas!  Qué razón tenía mi padre, sobre la importancia de releer , más que de leer... Ahora descubro  -y disfruto - mucho más de ciertas atmósferas de tu libro, no sólo de determinadas imágenes que me habían llamado la atención, como la de los libros sangrantes, o de las paredes que desaparecen, sino de una totalidad muy bien lograda, como la del sueño en el que las ventanas del cuarto donde los estudiantes dibujan impasibles, son asaltadas de repente por el agua...Me gustó muchísimo!  
Va un gran abrazo, 

Circe Maia

 

Juan Carlos Mondragón

  (...) leí la novela no dos veces como Circe y me disculpo; El run run es diferente por el planteo y por el concepto que propone que linda con un nuevo género: tiene algo freudiano pero el escribir el sueño más que contarlo es otra cosa, lo mismo olvidar el trauma para ver en ellos mensajes si bien permites el juego de las interpretaciones. Como todo es sueño el lector puede dudar de la sinceridad de la empresa y en eso consiste la ficción, hay buena parte de deseo de incidir en el canon dependiendo de las afinidades emotivas. Cuando te pones demasiado al servicio del autor citado se pierde algo de fuerza, cuando una imagen sale de tus sueños como los zapatitos blancos o la Ola que entra por la ventana o “Dolores en el avión” la prosa es más rotunda y convincente. El casting es bueno y lo que dicen se parece a los personajes evocados; yo fui sensible a todo eso flotando entre la escritura y el libro, desde la crítica, los problemas de edición, la recepción en los medios, que pasaron de ser muletas a ser trabas, y como te dije en la entrevista, fue una de las razones que me llevaron al complot cabaretero
Por momentos pensé que te habías olvidado tú mismo como escritor, pero al final y pasando la intermediación del narrador, resulta que estás en todas partes. El sueño tiene mucho de relato, de trauma, de ajuste de cuentas y de interpretación y en eso es ficción y literatura; por momentos daban ganas de escribir la tercera nota. Fue curioso, quizás porque somos de la misma generación, en el caso de Roberto Apratto, tuve la sensación parasicológica de leer y a la vez escuchar su voz de cuando tenía poco más de veinte años; pero supongo que eso tiene más que ver con mi propia memoria; felicitaciones por el esfuerzo y más por el resultado, ahora e la nave va....  fuerte abrazo y hasta la otra, 

Juan Carlos Mondragón

 

 Luraschi

 Termino de leer el libro. Me enganchó con uno y otro sueño. Un sueño para cada noche. Mil y un sueño. La parte final, aclaratoria, me hace acordar a la parte inicial, aclaratoria, de otros libros como los cuentos de Canterbury y otros como uno de Italo Calvino sobre el tarot y otros que siguen esa ruta. Me interesó el personaje de Tania. Más que nada en la primera parte donde aparece en las notas, más que en los últimos dónde es parte de sueños. Es un libro que va a dar que hablar. ¡Felicitaciones!
Duilio Luraschi


De María Tena

3 abril de 2020
Querido Pablo:
Qué sabio eres y cuántas cosas has aprendido a pesar de tu corta edad.
La novela (o lo que sea) es completamente genial porque no te privas de nada.
Con muchísima soltura, y desparpajo admirable, te quedas con todas las cartas de la baraja y juegas a todos los juegos posibles con una libertad que hace que el libro sea completamente genial. Muy inteligente, e imposible de dejar, a pesar de todas las interrupciones, llamadas y deberes que me han torturado estos días por  el momento histórico que vivimos en el planeta.
El mecanismo de los sueños y su posterior desarrollo (que no exactamente explicación por más que lo insinúes) da tanto juego... Abres un arco narrativo en cada capítulo que, aunque el lector no sabe bien a dónde le va a llevar, tiene tanto gancho, que enseguida consigues captarlo para tu curiosa religión. Porque cada historia (o no historia) es tan ingeniosa  y a la vez tan coherente (incluso desde una mirada psicoanalítica), que el lector no está seguro de qué es lo que vendrá después. Tampoco está seguro, en ningún momento, si te estás riendo de él a carcajadas o si estás escribiendo una historia muy especial y sesuda de la parte oscura y/o más brillante de la cueva de la  literatura uruguaya y española de hace unos años.
Me encantan las referencias a Jünger y veo también algunos rasgos de Buñuel y ese libro "Mi último suspiro" que me gustó tanto hace años.
Hacer un "Diario de sueños" pero ¡Qué atrevido que sos! Y cómo has acertado. De paso has conseguido pasar por la batidora a todos los escritores más queridos y a los que no conocemos o queremos tanto. Porque el libro tiene también esa parte de fiesta de Hollywood,   que me encanta,  donde coinciden todos los escritores famosos y también los perdedores. Son geniales esas escenas de la Biblioteca Nacional, y esa parte del costumbrismo, de la política, de la burocracia y de otros pecados. Sin olvidar el paseo por la selva y la posterior fuga  para escapar de Edén Pastora y García Márquez, entre otros. Qué buena historia.
Enhorabuena querido. Un gran libro lleno de ironía, imágenes, ideas, sueños y aciertos.
Lo he disfrutado mucho y seguiremos con él, y su resonancia, durante mucho tiempo. Ya verás.
Felicidades y bravo muchas veces.
¡Y muchas gracias!
Besos,

María tena