Historia de una carta inédita de Gabriel García Márquez

Encuentro entre Fucho Musitelli y Gabo García Márquez en un febrero de lluvia de 1955 en Bogotá


Fucho y Gabo



El encuentro

Ferruccio “Fucho” Musitelli conoció a Gabriel “Gabo” García Márquez en febrero de 1955 en la ciudad de Bogotá.
Musitellli había viajado a Colombia contratado como free lance por la UNESCO, para filmar un documental (When the mountains move. The story of Radio Sutatenza, 1955) que sería dirigido por el realizador italiano Enrico Fulchignoni (*) y cuyo objetivo era registrar la experiencia del Padre Salcedo con la Radio Sutatenza (una radio enclavada en zonas montañosas e inaccesibles de Colombia; Salcedo era un sacerdote que la utilizó para fomentar y promover la educación popular a distancia entre los habitantes del lugar).
Los dos, Gabo y Fucho, tenían la misma edad –ambos habían nacido en 1927– y por aquel entonces conocían el éxito en sus respectivas profesiones.
García Márquez era un periodista reconocido. Como escritor había publicado algunos cuentos en periódicos y revistas pero su primer libro "La hojarasca" aún no había visto la luz (la vería en mayo de 1955). Además de la literatura, el colombiano estaba obsesionado con la idea de ingresar al mundo del cine. (Ese mismo año había comenzado -por iniciativa propia- a escribir crítica de cine en el diario El Espectador de Colombia). Particularmente estaba fascinado por el neorrealismo italiano (Ladrones de bicicletas, Umberto D) y por el cine francés.
Musitelli era contratado por empresas e instituciones como la cadena ABC, la RAI o la UNESCO y estaba punto de crear su propio emprendimiento.
Al colombiano le debió llamar enseguida la atención el uruguayo, no solo porque era un periodista con cámara de mirada aguda y palabra precisa, sino porque Musitelli también era alguien que había conocido a estrellas como Joan Fontaine, Gerard Phillippe o Alberto Latuada y a realizadores y productores suecos, italianos o estadounidenses en los festivales de Punta del Este de los años 1951 y 1952 (entre ellos Carlo Ponti, quien le ofreció trabajar en Italia ).
Pero por sobre todo lo que le debe haber atraído a Gabo es su mirada. Fucho tenía una mirada original, desmitificadora del séptimo arte: no se trataba de alguien obnubilado por el brillo de las luces sino de alguien que veía críticamente los mecanismos de una industria competitiva, llena de narcisismos y cruzada por mezquindades, cuyos principales promotores son movidos por el lucro o la figuración narcisista y nunca por la vocación artística.
La suya era una mirada casi de mecánico. Es decir, de una persona que necesita desarmar las piezas para comprender de qué se trata y cómo funciona. Solo después de volverlo armar podía Fucho hacerlo funcionar (una de sus lecturas preferidas, que recomendaba enfáticamente a todo el mundo, y en especial a los estudiantes de comunicación, era la lectura de los gruesos manuales que acompañan a todas las máquinas que rodean y construyen al acto fílmico).
Así como García Márquez tenía la vocación pública de la escritura y la aspiración secreta del cine, Musitelli poseía un lado humanista, fuertemente inclinado a la literatura, tras su constante –y público– amor al cine y a la fotografía.
El día del encuentro, o el siguiente, los dos estuvieron mano a mano durante horas, conversando sin parar bajo la lluvia de febrero.
En palabras de Gabo, el encuentro transcurrió en aquel "febrero de lluvia en que hablábamos de cine en un lúgubre café de la horrible ciudad de Bogotá".
¿Qué se dijeron?
La charla debió ser larga y muy sustanciosa. Lo dicho de algún modo debe haber movido -o conmovido- al escritor colombiano en profundidad, porque 15 años más tarde, como aparece en su carta, la seguía teniendo presente.
Fucho me comentó varias veces que en todas aquellas horas recordaba haberle dicho solo una cosa: que los escritores lo tenían más fácil, porque crear un mundo con una lapicera y un block de hojas es mucho más barato que hacer cine. Hacer cine, no se cansaba de repetir, es algo carísimo. Y muy complicado.
La única conclusión posible era que Gabo debía seguir su vocación literaria y dejarse de “locas pasiones”.
Fucho también recordaba haberle señalado que "esto que hacés, por ejemplo, podría ser un libro notable". Se refería a los artículos publicados en el diario El Espectador, una serie de crónicas que quince años más tarde, tras el fulgurante éxito de Cien Años de Soledad, serían reunidas en 1970 en el libro Relato de un Náufrago (dicho sea de paso, uno de los más vendidos en la obra de GGM: superó los diez millones de ejemplares).
En algún momento se despidieron para no volverse a ver nunca más.
A su regreso a Uruguay, Carmen “Chispa” Pastorino, la compañera de Fucho, recuerda que este le comentó la impresión causada por el “periodista colombiano” que había conocido en el viaje.
Este es el fin de la anécdota y resume bien el tono con que la contaba Fucho: con una sonrisa y con cierto mínimo orgullo, pero sin darle demasiada importancia.
Lo asombroso, sin embargo, es que a Gabriel García Márquez le bastó ese encuentro para que considerar a Ferruccio Musitelli su amigo.


La carta
Consiste en una página escrita a máquina, fechada en Barcelona en "julio 18". No se especifica el año pero los datos que Gabo da en ella la sitúan inequívocamente en 1970.
Cien Años de Soledad se había publicado en 1967 y con su éxito absoluto había llevado a la familia García Barcha a vivir en Barcelona. En la carta Gabo explica que vive en esa ciudad desde hace tres años. "Vivo con mi mujer y dos hijos desde hace tres años" pero lo más llamativo es la intensa alegría que trasunta por haber logrado la comunicación con su amigo Ferruccio Musitelli.
Aquí sería pertinente una aclaración: el escritor colombiano siempre diferenció entre los amigos de antes y después del Nobel. Pero más atrás y más íntimamente había otra línea, la que separaba al exitoso García Márquez del Gabo desconocido, “feliz e indocumentado”.
Fucho lo conoció en ese momento eje de su vida, a punto de traspasar un umbral que lo llevaría al éxito, pero todavía tentado por poderosas atracciones hacia otras áreas de la vida y en particular hacia otro arte, el cine, que el tiempo demostraría le sería esquivo y en el que no brillaría en demasía.
A fin de cuentas los dos tenían 27 años.
"Cada cierto tiempo, en los últimos quince años, me preguntaba por ti" afirma en su carta, y a continuación detalla sus intentos por conseguir la dirección de Musitelli en Montevideo.
Finalmente Fucho leyó Cien Años de Soledad y quedó deslumbrado. Decidió escribirle una carta a García Márquez enviándosela a la editorial en Barcelona. No tenemos esa carta, pero está claro que debió ser muy elocuente, porque Gabo agradece el milagro de haberlo encontrado a través de la novela, que “ha hecho tantos milagros que no podía quedarse sin este”.
Reencontrarse en pleno éxito representó para el escritor no solo una alegría sino la oportunidad de un balance de lo hecho en los últimos quince años. Si es cierto aquello de que un amigo es un espejo, a Gabo le produce felicidad reflejarse en él, porque expresa un sentimiento de alegría y ternura difíciles de concebir ante alguien a quien vio solo una vez, y al que considera “uno de esos amigos que se me quedaron perdidos por todo el mundo".
También hay otra causa para el tono de serenidad y seguridad que trasunta la carta: García Márquez ha conocido y experimentado, dice “el cine por dentro” y ha quedado curado –“para siempre”– de sus tentaciones. Sin decirlo, reconoce que su amigo uruguayo tenía razón. De algún modo el reflejo que le devuelve el otro le sirve también para reconocer sus límites, asumirlos y seguir adelante, una información que también suelen brindar los buenos amigos. Después de todo los dos tiene 43 años. Se han encontrado en la mitad del camino, se han saludado con afecto y cariño y han seguido, cada uno por su lado, su marcha.
Una última acotación: según Fucho, desde el primer momento vio clara la vocación de Gabo por estar “bajo las luces del escenario”. En cambio él –no se cansaba de repetirlo– prefería siempre “la penumbra”.

Al final de su vida Ferruccio Musitelli salió de la penumbra para ser protagonista de múltiples homenajes (desde la Universidad hasta homenajes barriales, pasando por entrevistas en televisión y prensa oral y escrita). Publicó también un único libro de cuentos, Imágenes en la Maleta (la literatura había sido su vocación secreta: ganó varias menciones en concursos a lo largo de décadas).
Fucho falleció en el 2013, Gabo un año después.



Pablo Silva Olazábal


(*) Enrico Fulchignoni (Messina 1913 – París 1988) fue un dramaturgo, director, escritor, historiador, ensayista e investigador italiano, activo en teatro y cine. Estuvo vinculado, entre otros, con Michelangelo Antonioni y Luigi Zampa. Durante mucho tiempo fue jerarca de la UNESCO.


CARTA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Barcelona, julio 18

Mi querido Ferruccio:
tu carta demuestra que soy mejor amigo que tu. Tan pronto como vi el nombre del remitente en el sobre, y antes de abrirlo, le dije a mi mujer: “Por fin apareció este cabrón”. Cada cierto tiempo, en los últimos quince años, me preguntaba por ti. En el Festival de Venecia, en 1955, te mandé una tarjeta con un amigo de la delegación uruguaya que tenía tu dirección. Varios años después, en Varsovia, una amiga francesa que conocía a Enrico Fulchignoni me prometió localizarte a través de este, pero nunca lo hizo. Algún otro uruguayo en un festival de cine de Acapulco me dijo que te conocía, que ignoraba tu dirección, pero que te pondría en contacto conmigo si te encontraba. Recuerdo por último que hace apenas un año alguien habló de Fulchignoni en el apartamento de Ana Magnani en Roma, y yo pensé que si lo veíamos le preguntaría por ti, pero ahora no sé qué pasó. No se me hace raro, en todo caso, que ahora te encuentre a través de Cien Años de Soledad: ha hecho tantos milagros ese cabrón libro que no podía quedarse sin hacer este.

Hay un libro publicado por la Editorial Sudamericana, “Los Nuestros”, donde está mi biografía completa, de modo que no tengo que darte la lata con todo lo que he hecho desde ese febrero de lluvia en que hablábamos de cine en un lúgubre café de la horrible ciudad de Bogotá. Ahora ni siquiera veo películas: vi por dentro la industria, en México, y un poco en Italia, y quedé curado para siempre. Mi vida se reduce a escribir ocho horas diarias en mi casa de Barcelona, donde vivo con mi mujer y dos hijos desde hace tres años, y donde vivo con mi mujer recibo por los caminos más extrañós las cartas de los amigos que se me quedaron perdidos por todo el mundo. Me ha dado una inmensa alegría saber que sigues siendo uno de ellos.

Un abrazo enorme,
Gabriel


Aquí para ver la carta de Fucho a García Márquez

Bio de Musitelli
Ferruccio Adriano Musitelli Tagliafico, "Fucho", (1927-2013) Comenzó su carrera como cinematografista en “Uruguay al Día”, luego en “Emelco” y “Noticias uruguayas”. Fue corresponsal de varias empresas de noticias y diversas instituciones: Unesco, ABC, RAI, Televisión Francesa, Defa, Land and Marine, y muchas veces en forma independiente. Ejerció como profesor universitario en Licenciatura de Ciencias de la Comunicación. Su filmografía incluye decenas de películas, entre ellas “También es primavera”, “Dogomar Martínez” (con Rodolfo Fabregat), “Primer Festival de Cine de Punta del Este”, “La Ciudad en la Playa” (con Noli y Henderson), “En el balneario” (con Scavino, Noli y Henderson), “Contra tiempo y marea”, “Trabajadores de la construcción” (con Jorge Rodríguez López”). Ha sido premiado varias veces en el Uruguay y en el exterior por sus filmes y su trayectoria profesional. En el año 2012 publicó Imágenes en la maleta, libro de cuentos donde contó algunas historias personales, algo así como el esbozo de unas memorias que nunca llegó a poner en el papel.

Nota: en agosto del 2017 viajé a Bogotá, a presentar la novela "Pensión de animales"; me interesaba conocer el Museo Botero pero muchos me insistían en que también cruzara a la Biblioteca Arango, que está enfrente al museo. Pese a mi resistencia (creía que todas las bibliotecas son más o menos iguales pero me equivoqué) al entrar a la Biblioteca Arango me topé con esta fotografía mural, enorme y, claro, me acordé de Ferruccio.